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No. 181 Miércoles 24 de diciembre de 2008

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Los únicos ratones que me gustan en Navidad son los del Cascanueces. Además del cuento, la música de Tchaikovski es, como todo mundo sabe, una verdadera delicia, y una de sus mejores partes es la lucha de los ratones, encabezados por su rey, cuando enfrentan a los soldados-juguetes, entre los que se encuentra un crecido cascanueces. Es toda una tradición navideña, ya centenaria, que continúa vigente en gran parte del mundo.

El lunes pasado cuando anochecía, y el frío y la llovizna daban a la calle un aire inhóspito, y este reportero colaboraba en los preparativos domésticos para la cena familiar del 24 de diciembre, alguien tocó a la puerta con fuerza. Atendí con curiosidad y me encontré cara a cara con un joven moreno de mirada profunda pero un tanto apagada. “Traigo estas bonitas artesanías, patrón”, me dijo inicialmente, para luego soltar un pequeño monólogo en el que me contó que venía del estado de Hidalgo, que no habían podido vender nada, y que ni siquiera sabía en dónde o cómo iban a alojarse él, su mamá y una pequeña hija que les acompañaba.

“Mire”, insistió señalando el bulto de cobijas que cargaba, al tiempo que desplegó una de ellas para que yo pudiera ver la calidad del trabajo. “Las traigo todas, no he vendido ni una sola. Ándele, cómpreme una”.

Lo miré fijamente, pero cuidé que mi gesto no fuera demasiado duro. La verdad es que ya estamos curados de espanto tras haber visto a supuestos padres que explotan a sus hijas y cualquier cantidad y tipos de abuso. Pero algo en el tono y la presencia del presunto joven hidalguense, la verdad, me conmovió.

No obstante, los tiempos no andan muy boyantes que digamos, y además, afortunadamente, en casa no necesitamos más cobijas, y menos del tipo y tamaño que traía este joven compatriota. Se lo hice saber. “¡Qué bueno que no tiene de qué preocuparse”!, masculló en un modo que sin reclamar, me reclamaba.

“Claro que me preocupa”, respondí, al tiempo que sacaba la exigua cartera para darle un billete, y reiterarle que no podía hacer más. Pero no tomó el billete con rapidez, sino más bien lentamente y con cierta timidez. Finalmente, se echó la carga al hombro y siguió su camino en la incertidumbre de su noche. Quedé sacudido.

Y es en momentos así, cuando se reúnen en la mente los contrastes de nuestra realidad nacional, que me asalta una extraña mezcla de rabia, coraje e impotencia. ¿Y los millones de pesos que se reparten entre sí los adalides (gerifaltes, les llama Carlos Sabines) de nuestro corrupto universo político? ¿Con qué cara (o corazón) son capaces de cobrar tan caro por un trabajo que hacen tan mal, o de plano no hacen?

Por eso es que lo digo con toda convicción: los únicos ratones que me gustan, son los del Cascanueces.

Para todos los demás compatriotas y congéneres, los de buenos ideales y de bien hacer, los que ciertamente somos mayoría, aunque luego ni nos toman en cuenta; para todos ustedes queridos hermanos, hoy es el mejor día para manifestar nuestra fe y nuestra conciencia: que tengan en casa, contra todo pronóstico y frente a toda adversidad: ¡Muy Feliz Navidad!

Y el año próximo seguiremos luchando por la verdad y por la justicia, nada más y nada menos.

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