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Se ha sometido a contrastación, en casi todo el mundo, la ideología del capitalismo salvaje basada en el mito de la mano invisible, libertina, que deja hacer y pasar, contra la otra mano, la negra, la intervencionista y reguladora que impide esa libertad que, tarde o temprano, acaba dañando a la sociedad.
          Se enfrenta la teoría económica liberal, verdad única vivida como una religión: capitalismo fiero, a la racionalidad de un mercado acotado, sujeto a regulación: capitalismo con la mano en el corazón. Se contrapone a la rapacidad sin límite, el ingenuo intento de saqueo sin abuso. Finalmente, capitalismo contra capitalismo. No se  atreven a pensar en otra opción. Menos aún, intentar despertar el fantasma que recorrió al mundo en el siglo anterior.
          El Presidente de Francia y de la Unión Europea, Nicolas Sarkozy, en su discurso sobre la Situación Financiera Internacional (Toulon, 25 de septiembre de 2008) inició el fuego al dirigirse a los franceses para advertirles que una crisis sin precedente desestabiliza la economía mundial. Porque esta crisis, les dijo, sin igual desde los años treinta, marca el final de un mundo construido tras la caída del muro de Berlín y el final de la guerra fría. Contundente, les afirmó que “la generación que venció al comunismo había soñado con un mundo donde la democracia y el mercado resolverían todos los problemas de la humanidad” y fracasó.
          Una vez más, el sueño no se cumplió, la utopía no se alcanzó. Nacionalismos, fundamentalismos religiosos y económicos, ecocidios,  terrorismos, migraciones, hambre, guerra, crímenes y muchas calamidades más, son nuestra globalizada realidad.
 La lógica del Capital y su mercado, que permea a toda la economía, para muchos la única posible, y la fe en la omnipotencia del mercado que no permite la intervención pública, le parecen, ahora, al Presidente Sarkozy, descabelladas. “La idea de que los mercados siempre tienen razón es descabellada”. El mercado regulado por la intervención estatal, el que debiera estar al servicio del desarrollo, se da cuenta ahora el Mandatario Europeo, “No es la ley de la jungla, no son beneficios exorbitantes para unos y sacrificio para todos los demás”.
          Congruente con la fe en su doctrina, para remediar los efectos nocivos de esa ley de la selva, el Presidente Galo propone una intervención temporal que, por esa circunstancia, garantiza que los ciclos de abuso seguirán ocurriendo. Por eso dijo: “A veces, el mercado se equivoca. A veces, la competencia es ineficaz o desleal. Entonces, el Estado tiene que intervenir, imponer reglas, invertir, tomar participaciones, a condición de que sepa retirarse cuando su intervención ya no sea necesaria”. 
          El gobernante de la nación que nos heredó la ilustración y nos llevó a la edad de la razón, después de afirmar que no hay nada peor que un Estado preso de los dogmas, preso de una doctrina rígida como una religión; sin advertir la contradicción, invitó a Europa a iniciar una reflexión colectiva a su doctrina de la competencia para cambiar a partir de  transformar “sus propios dogmas”. Debate que, conforme a su discurso, debe darse en la lógica del capital sin importar sus profundas y recurrentes contradicciones.
          Y digo contradicciones porque, mientras numerosos grupos humanos padecen enormes carencias, otros, los menos, están saturados y desquiciados por el excesivo consumo. Mientras unos degradan sistemáticamente el medio ambiente y agotan los recursos naturales, otros, los más, padecen las consecuencias de la contaminación y el cambio climático. Así, tanto en los ciclos de crecimiento como en los de recesión económica, en el capitalismo, el desarrollo de los menos se da a costa del sufrimiento de muchos más y del grave deterioro ambiental.
          En países como el nuestro, el dogma original nos hace víctimas de otro cuento: el mito del desarrollo. Indebidamente se asoció el advenimiento de la democracia con el desarrollo y se elaboró la falsa ecuación: democracia – crecimiento – desarrollo – bienestar. Así, en automático. Hoy empezamos a sospechar que, todo eso, no funciona así.
Tenemos que partir de que “El reto ético de nuestro tiempo se puede formular como la posibilidad de poner freno al mal desarrollo y de fomentar un modelo de desarrollo razonable, esto es, éticamente deseable, políticamente viable y técnicamente realizable”. Véase Ética para el desarrollo de los pueblos, Martínez Navarro, Ed. Trotta, Madrid, 2000.
          Como si el citado autor tuviera a la vista nuestra realidad, ignorando incluso el estancamiento económico de más de 25 años, nos dice cómo es que, sin distribución, estamos condenados al no desarrollo:
          Una sucesión de años en los que crece el PIB y la renta per cápita,
Indica que se está produciendo un proceso de crecimiento económico del país en cuestión, pero ello no garantiza, en rigor, que esa sociedad se esté desarrollando, puesto que el crecimiento puede haberse producido de una manera desequilibrada, desequitativa e injusta, que ese aumento de los recursos no haya beneficiado al conjunto de la población, y por lo tanto no implica un desarrollo propiamente dicho.
Acabar con este otro mito, el del desarrollo obtenido por la derrama que hará la generosa mano invisible, implica reconocer que el libre mercado, ni siquiera en los ciclos de crecimiento y bonanza, garantiza en absoluto la equitativa distribución de los abundantes o escasos recursos existentes. Menos cuando el crecimiento tiene garantizado, desde que se planea, a manos de quién van a parar esos recursos. La garantía de la acumulación en unos cuantos se traduce en la negación de la distribución y, en consecuencia, en la cancelación del desarrollo.
A lo anterior, habrá que  sumar el hecho de que no todos los recursos son renovables y que por tanto el crecimiento tiene límites ecológicos que si no se respetan conducirán al suicidio de la humanidad y exterminio de la vida en el planeta. Me refiero, claro está, al desarrollo sustentable que no debe confundirse con el desarrollo depredador ni mucho menos con el crecimiento a ultranza que suponen, erróneamente, asociado a la democracia instrumental.
Pero éste es otro debate, aunque tiene que ver con ponerse la mano en el corazón.
                  
claudiotapia@prodigy.net.mx

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