• Los chistes no tiene ni conciencia de clase, ni ideología
• ¡Si los luchadores sociales no se tomaran tan en serio!

 
Una experiencia reciente con alguien que me llamó misógino porque dije un chiste “misógino” me dio pie para escribir sobre este fenómeno que nos afecta a todos, particularmente a quienes somos o creemos ser periodistas honestos, de lucha, o a quienes son activistas sociales o creen serlo, o a quienes dirigen los partidos llamados de izquierda o que lo son: la solemnidad, el tomarnos muy en serio y no permitirnos ningún tipo de buen humor porque el buen humor es un valor de la derecha, de la oligarquía, de la burguesía, y si estamos alegres, dicharacheros, simples, echando relajo, estamos perdiendo el tiempo que debemos dedicarlo a nuestra sacrosanta actividad de luchadores por la libertad.
 
Pero qué lejos estamos de la verdad. Conozco muy pocos líderes políticos, sociales, activistas, revolucionarios – particularmente éstos – que luchan desde las trincheras de la izquierda, que se toman tan en serio que su lucha se vuelve infructuosa, sin sentido, sin rumbo ni destino. Están permanentemente peleados con ellos mismos, con los demás – particularmente sus enemigos de clase – y con la vida, y para los que son creyentes, están peleados hasta con su Dios. La lucha se hace tediosa, aburrida, seria, sin atractivos por ese maniqueísmo absurdo entre bien y mal, cuando lo que existe sólo son juicios y actitudes inteligentes y su contrario, juicios y actitudes estúpidos.
 
Puedo contar con los dedos de las manos a luchadores, grandes luchadores, que dejaron huella realmente, que hicieron su tarea con buen humor, con alegría, contando chistes de todos los colores y sabores, haciéndose reír y haciendo reír a sus compañeros. Ernesto Che Guevara, Fidel Castro, Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, Tania la guerrillera, el padre Camilo Torres Restrepo, Francisco el boliviano, Manuel Rodríguez el chileno, Raúl Reyes, Manuel Marulanda Tiro Fijo, y párele de contar. El resto se toman tan en serio, son tan solemnes, que si pudieran mandarían a consejo de guerra a los alegres, a los chistosos, a los que no se toman tan en serio, porque tomarse en serio debilita el proceso. Ah, Marcos, el “Supo”, como le dicen los milicianos del EZLN, tiene un sentido del humor que ya quisiéramos muchos. Guerrea, habla, escribe, crea poemas y narraciones, siempre con la sonrisa en la mente, en los ojos y en los carrillos faciales.
 
Los tristes, los solemnes, los que se dejan llevar por la depresión, los desanimados, los que no permiten la alegría y hasta el desparpajo no tienen futuro. Están condenados a ser seres humanos rígidos, y recuerde amigo lector que la rigidez sólo es una característica de la muerte. Es una lucha entre el Eros y el Thanatos, en la que al parecer está triunfando el Eros (y no me refiero a esa pornografía barata que mal llaman erotismo, porque el Eros trasciende, pero con mucho, a lo relativo al sexo y los placeres carnales). El Eros es el principio inmanente de la voluntad del ser humano, el deseo de vivir a plenitud, de compartir a plenitud la felicidad con los demás. Contrapuesto al Thanatos (el principio de la muerte), que no permite, como decía, la alegría de vivir.
 
Por eso me encantan aquellos libros de La Picardía Mexicana, del inmemorial Alfredo Jiménez, que recoge todo ese bagaje del habla y la cultura popular de del México de mediados del siglo XX. Y que me ha hecho reír en medio de una reunión de un comité de lucha estudiantil, o en mi escritorio cuando estoy escribiendo de cosas “pesimistas”, de cosas “amarillistas”, de tragedias, de muerte y sangre. Tan triste es esta realidad que no podemos darnos el lujo de no reír, y a veces a carcajada abierta, porque si no lo hacemos nos lleva la corriente fúnebre de la realidad con tantos ejecutados, descabezados, emtambados, ahorcados, (ayer unos secuestradores mataron a un niño de cinco años con una inyección de ácido). ¿No le parece que la vida que estamos viviendo es tan dramática, que para paliar esta tristeza, esta desolación, lo mejor es reír? Y reír de los chistes de todos los colores, sabores y preferencias sexuales. No es ninguna falta de respeto. Es llamarle al pan pan y al vino vino.
Y reír, reír, porque todavía nos queda un buen trecho para caminar hacia nuestro destino final, y quién sabe si veamos los cambios sociales que buscamos, porque no nos damos cuenta de que para que esos cambios se den, los primeros que tenemos que cambiar somos nosotros, los individuos. Y si no, ahí está la Revolución Soviética, la Revolución de Mao, la de los sandinistas, la del FMLN, y tantos movimientos fracasados en el Sur del Continente americano.
 
En este ir y venir, en este trasiego de aventuras periodísticas, rebeldes o revolucionarias, no hace nada mal reírse empezando con reírse de uno mismo. Sólo así los trabajos y los días tienen sentido. La rigidez, amigos, es característica de los cadáveres…
 
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