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No. 150 Martes 11 de Noviembre de 2008

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¡Terrorismo!, exclamó la prensa amarillista, garantizando el disparo en la venta de ejemplares. Los medios más responsables hicieron el llamado a atender el curso de las investigaciones, cuya conclusión llegaría mucho después.

El experto en accidentes de aviación, apenas unas horas después de la tragedia, había dicho ante los reporteros: “No hemos visto aquí prueba alguna de otra cosa que no sea un accidente”.

Sin embargo, los recientes sucesos orillaban a la opinión pública a manifestar su desconfianza. De hecho, había testimonios que afirmaban que el avión había caído en llamas y que se habían escuchado explosiones antes de que el aparato cayera entre los edificios y casas de una de las ciudades más grandes del mundo.

¿Suena familiar?

Nueva York, noviembre, 2001
El vuelo de American Airlines 587 despegó la mañana del lunes 12 de noviembre del 2001 con destino a Santo Domingo, con 251 pasajeros y una tripulación de nueve miembros. Dos minutos después, el avión, un Airbus 300, se desplomó sobre una zona densamente poblada en Queens y cobró la vida de las 260 personas a bordo y cinco más en tierra.

Era el segundo accidente más grave en la historia de la aviación en Estados Unidos, y el hecho de que ocurriera en Nueva York, apenas dos meses después del atentado de las Torres Gemelas, desató lógicamente una gran ola de temor. Todo parecía concordar: el lugar (Nueva York), la aerolínea, el tamaño del avión y la fecha.

Pero las primeras conclusiones señalaron que la estela de turbulencia generada por un Jumbo de Japan Airlines, que salió del mismo aeropuerto JFK dos minutos antes del vuelo 587, había sido probablemente un factor involucrado en el trágico suceso. Sin embargo, no faltaron voces discordantes. Incluso pilotos experimentados aseguraban que esa no podía ser la causa del desplome del avión de American Airlines.

Numerosas páginas de internet se llenaron con declaraciones de testigos y audaces comentaristas que afirmaban que la mano de Al-Qaeda estaba detrás del supuesto atentado.

Cuarenta expertos del NSTB (Nacional Secutity Transportation Board), iniciaron las pesquisas para determinar las causas reales del terrible suceso. Robert Berzon, cabeza del grupo investigador, reconoció ante los medios que era comprensible la sensación que atemorizaba al público estadounidense, pero insistió en que no era posible afirmar algo sobre lo cual no había fundamento.

No obstante, su argumentación chocaba con elementos que hacían a muchos abonar el terreno de la duda. El estabilizador vertical de la cola del avión fue encontrado en las aguas de la bahía Jamaica, cerca de Queens, y un motor fue localizado en otro punto en tierra a varios kilómetros de ese sitio. La percepción general era que el avión había sido destruido en pleno vuelo por un misil, o por un explosivo a bordo, incluso por un terrorista suicida.

Las conclusiones finales sobre el origen de la tragedia llegaron hasta octubre del 2004, tres años después.

Con los elementos aportados por las grabaciones de la siempre multicitada caja negra, se pudo saber que en el momento en que la turbulencia generada por el Boeing 747 japonés envolvió al Airbus de AA cuando en los controles de este avión se encontraba el primer oficial, Sten Molin, y no el comandante de la aeronave, Ed States.

Con la inspección técnica de los restos de la aeronave se encontró que el estabilizador de cola se había desprendido por una fractura en sus seis puntos de unión con el fuselaje. Esta falla estructural no se debió tanto a las diferentes aleaciones metálicas utilizadas en los dos elementos, sino más específicamente a la inexperiencia del copiloto en este tipo de problemas de navegación y quien usó de manera excesiva los pedales del timón, en un esfuerzo por estabilizar al aparato.

Estas maniobras, amplificadas por los mecanismos hidráulicos de control en el Airbus, generaron presión excesiva sobre el elemento de la cola que terminó por desprenderse. Sin este elemento estabilizador la suerte del avión estaba escrita.

La violenta caída, que no fue en picada sino en una suerte de barrena, provocó un desprendimiento de otros elementos, como el motor que luego fue encontrado lejos del sitio del impacto.

La documentación (en inglés) sobre este accidente y un par de dramáticas reconstrucciones de los últimos instantes del vuelo 587, pueden encontrarse en

http://es.youtube.com/watch?v=LEMrqsbAWc0
 
http://es.youtube.com/watch?v=5beNH9EKnps

 

Ambos documentos visuales son tan claros como contundentes; pero aún así, persisten algunas voces en asegurar que en aquella tragedia hubo mano terrorista. Y es que como sabemos, cada quien cree lo que quiere creer.

Más objetivo es mencionar aquí que, hasta el momento, continúa en Estados Unidos la disputa para establecer la responsabilidad en el accidente que hoy nos ocupa. La aerolínea culpa al fabricante por el problema causado por el desprendimiento de un elemento del avión vital para el vuelo, y Airbus argumenta a su vez que el problema se generó por las maniobras del copiloto, derivadas posiblemente de una capacitación deficiente.

Lo importante para el caso es que el nuevo Airbus 310 ya prescindió del sistema hidráulico de control en el timón, y regresó al modo mecánico. Por su parte, American Airlines modificó también el entrenamiento de sus pilotos. Y el vuelo 587 simplemente ya no existe.

La lección tras esta experiencia debe resultarnos evidente: accidentes de todo tipo pueden seguir ocurriendo y ocurrirán. La suma de factores involucrados es muy variada y la forma en que éstos pueden combinarse para producir resultados fatales en consecuencia es, lógicamente, todavía mayor.

O, en el caso de la reciente tragedia mexicana, ¿alguien podría tratar de negar la gravedad del error que se cometió, al permitir que dos figuras tan importantes viajaran en el mismo aparato? Comencemos por ahí, y sigamos atentos el hilo de las investigaciones que, insistimos, no están únicamente en manos de las autoridades federales, sino de una coalición de expertos internacionales en los que tenemos que depositar nuestra confianza.

Si fuera de otra manera, ¿volveríamos a subirnos a cualquier avión?

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