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No. 153 Viernes 14 de Noviembre de 2008

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Como sucedió en 1991, el Partido en el Gobierno (en esa ocasión el PRI, ahora, el PAN) apuesta a la alianza electoral PRI-PAN y a la descomposición interna del PRD (en aquel entonces el cardenismo) como "salida pactada", con miras a las elecciones de julio próximo y tomando en cuenta las difíciles condiciones económicas y de inseguridad pública que imperan en el país.
 
Como estrategia gubernamental no parece del todo errado apostar por el IMPASSE, por la alianza con "el malo pero conocido". Sólo hay un factor que puede alterar los planes, factor que ya estuvo presente en las elecciones del 88 y en la coyuntura que revisamos del 91, que es el descontento popular. Si ya ocurrió en el 88 y en el 91, ¿qué hace diferente al descontento popular ahora?
 
En el 88, no se tenía experiencia alguna de movilización político-electoral, tampoco se tenía un partido o alguna organización que coordinara y condujera el descontento popular. Esas carencias hicieron crisis en el 91. Si en el 88 el agravio electoral puso en movimiento a buena parte del país, en el 91, la "barrida electoral" no encontró mayor resistencia. La fundación del PRD no logró disminuir el rechazo que las organizaciones y los movimientos sociales planteaban a la vía electoral. El estallido de la rebelión zapatista, en diciembre del 93, puso en JAQUE al proceso electoral en marcha. Pero el asesinato de Colosio y la estrategia de SHOCK del MIEDO que se aplicó, impidió cualquier posible agregación popular y restó bases a todo planteamiento radical, contrario o en detrimento del proceso electoral.
 
En el 2006, debemos decirlo y aceptarlo, López Obrador estaba preparado para ganar, pero no se preparó para dar la batalla en las instancias electorales. Falló estrepitosamente su estructura electoral. Sus representantes en casilla, además de no cubrir un alto porcentaje de ellas (justamente, en donde se operó el fraude), no supieron plantar los elementos para las impugnaciones, ni lograron hacerse de las evidencias para fundamentar el reclamo posterior. Tras la imposición calderonista, López Obrador apostó a la fuerza del movimiento popular, el PAN-gobierno apostó a su debilitamiento por agotamiento y acertó.
 
El problema que se presenta ahora es que López Obrador mantiene un liderazgo relevante y ha logrado conformar un movimiento social que, al ser desplazado del PRD, podrá jugar abiertamente por el descarrilamiento del proceso electoral valiéndose del descrédito de los partidos políticos, de sus dirigentes y candidatos, empezando por los del PRD y la vergonzante alianza que han establecido con los gobiernos del PAN y del PRI. No faltará quien considere insalvable el evidente desgaste sufrido por las causas y por el liderazgo de López Obrador; no faltarán quienes valoren como determinante la división que se vive al interior del PRD y de la izquierda electoral. Pero no se pueden dejar de lado las condiciones sociales, económicas y políticas, que rodean al proceso electoral en ciernes: al grave y generalizado clima de inseguridad y de delincuencia se deben sumar los efectos que ya deja sentir la crisis económica, efectos que crecerán al paso de los meses y que pueden encontrar su cima en las semanas previas a la jornada electoral.
 
Partimos de que López Obrador solo representa una fracción minoritaria de la ciudadanía, no hay duda de ello, pero es una minoría que se ha "depurado" ganando cohesión, cobrando claridad y radicalidad en sus estrategias. Difícilmente se puede encontrar en el país otra organización política con el tamaño, con el oficio y con la disposición a jugársela que ha alcanzado la CND (Convención Nacional Democrática, el movimiento social que ha venido conformando AMLO en estos dos años de activismo). La misma dirigencia actual del PRD todavía no alcanza a calibrar la sangría que le representará, desde el punto de vista electoral, la salida del lopezobradorismo, primero, y soportar una ofensiva de descalificación en su contra, a lo largo de la próxima campaña electoral.
 
Tampoco podemos dejar de considerar el descrédito que identifica al IFE y al TRIFE, a sus diversos niveles y a la totalidad de sus integrantes. Descrédito ganado a toda ley, durante el proceso electoral del 2006 y sus secuelas. Descrédito que arranca de su comprobada subordinación al gobierno de Felipe Calderón y a personajes de la ralea de Elba Esther Gordillo, Manlio Fabio Beltrones, Diego Fernández de Cevallos (ahora también Fernando Gómez Mont) y Carlos Salinas de Gortari.
 
Esperemos para conocer qué efecto tendrán en el ánimo popular y en la opinión ciudadana el derroche de recursos que van a realizar partidos y candidatos, qué reacción de la sociedad generará esta dilapidación de cara a los recortes presupuestales o a la severa contracción del ingreso y del gasto familiar. Esperemos a saber cuál es la reacción ciudadana a las críticas y a las denuncias que presenten líderes sociales y organizaciones cívicas en contra de los partidos, de los candidatos y de los propios órganos electorales.
 
La enorme diferencia que se vive en la presente coyuntura electoral, con relación a lo que se vivió en el 88, en el 91 o en el 2006, es que el movimiento popular ya tiene experiencia, tiene liderazgo y una base organizativa que antes no tenía; el movimiento social actual no cree ya en las elecciones y en quienes las organizan, y tiene mucho coraje acumulado. Si ese movimiento social puede acoplarse, si sabe alimentar y sumarse al descontento popular por la crisis y por el mal Gobierno, entonces sí, señores del PRI y del PAN, no sólo sus cálculos habrán fallado y su estrategia será un fracaso, más que eso, prepárense para vivir jornadas como las que se han vivido en Perú, en Argentina, en Bolivia, en Venezuela, en Ecuador, en tantos y tantos países latinoamericanos en los que la oligarquía pensó que el pueblo no pensaba, que el pueblo era incapaz de darse formas de organización propias, verdaderamente democráticas, auténticamente populares.
¿Suena todo esto lejano? Hay días en la historia de los pueblos en que transcurren años.

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