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15 Diciembre 2010
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APUNTES DE UN HINCHA
Tribu rayada
Gerson Gómez

El aplauso es fundamental, catártico y generoso. Se da en cascadas. Por cualquier motivo. Nace esperanzado en compañía. Angustioso si viaja solitario. Siempre salta donde menos lo esperas.

Quienes asisten al área de comidas, en la Pulga Río, saben que se puede hacer un impasse a las compras. Poco interesa la navidad, las compras incandescentes, apresuradas.

Zoom extremo: los Rayados de Monterrey disputan la final de futbol, frente al Santos Laguna.

A falta de exhibición por televisión abierta, sólo por pago por evento, los sitios en la ciudad lucen abarrotados.

Entre los grupos de bandas de nómadas recolectores y cazadores, sobresalen los hualahuises, habitantes del sur; los coahuiltecos, en el oeste; los borrados, pintos, rayados, y otros identificados por sus tatuajes, en el oriente, y los catujanes en el norte del estado, al igual que los alazapas y otras distintas bandas.

Se considera, sobre la base del perfil lingüístico, que los pobladores hablaban idiomas que podrían ubicarse como descendencia de las familias hokana, atapascana y otomangue.

La llaman el área social. Desde el partido de ida, los puesteros de la Pulga Río, los trabajadores y los dueños, se apostaron a los lados de las mesas.

Aquí no cabe nadie. Aun los pasillos se encuentran abarrotados, mas no de clientes, sino de espectadores, de espontáneos. Vale más un minuto en la locura, que ver el juego por repetición.

Con banderines, playeras y escudos del equipo, se identifican.

A esta hora de la tarde, la ciudad entera, paralizada.

Dentro de este periodo se les llamaba Chichimecas a los pobladores de toda el área norte, y éstos a su vez, se subdividían en otros grupos nombrados de acuerdo a su ubicación.

En una de las clasificaciones que más se ha utilizado se les identificó como Azalapas a los que vivían en el norte llegando hasta los márgenes del Río Bravo; Huachichiles, a los del sur; Coahuiltecos los del poniente, y Borrados a los del oriente abarcando hasta la costa.

En los primeros minutos de juego, las porras, el asentimiento de nerviosismo, presente en la sangre, hundido en las frentes. Hace falta un gol, el solitario, que acomode el asunto y vuelva a la vida.

Cada aproximación es una esperanza. Quien no ha conocido el amor no puede saber cuánto duele una puñalada trapera.

Si a Suazo le marcan falta frente a Osvaldo Sánchez, los comentarios se dividen.

Hay quienes dicen, decretan, inexistencia y otros apoyan al abanderado.

Los colonizadores también hicieron las suyas, conforme a las características físicas que presentaban los grupos.

Borrados, rayados, pelones, barretados, son algunos ejemplos de los nombres que se les fueron asignados por sus tatuajes, rasgos físicos, entre otros.

Para las fiestas o celebraciones de la tribu, las mujeres se adornaban con collares de caracoles y dientes de animales.

En algunas otras tribus se acostumbraba que se agujeraran las orejas, los labios o la nariz para colocarse huesos, plumas o palos; también se pintaban la cara con rayas, como símbolo de adorno.

El futbol es un símbolo de la diversidad. Sus colores, camisetas, actitudes y desplantes.

Esta final no tiene risas grabadas.
Viene reconocida por la maldición de diciembre. Donde los equipos de esta ciudad, en cada una de las oportunidades de obtener el campeonato, llegaron desahuciados.

Ni los Tigres ni el Monterrey han obtenido la victoria desde el año de 1986. Cada subcampeonato es una afrenta, un fracaso al palmares.

En el minuto 29, la maldición cae en pedazos. Franca luz. El silencio antes de la anotación es profundo.

El ahorcado respira y pide una última voluntad. Los comensales en la Pulga Río festejan, se abrazan, se felicitan, comparten su fe que no les ha sido impuesta, como el remordimiento guadalupano pecaminoso.

Cuando algún integrante de la tribu moría, se le sepultaba y en su tumba se sembraban nopales (aún no se sabe el significado de este rito, pero se cree que era en forma de veneración).

Mitote
Se realizaba para festejar bodas, declaraciones de paz o de guerra con otras tribus, etc. Durante esta celebración se comía y se bailaba. La música de los bailes la creaban los indígenas con instrumentos elaborados por ellos mismos.

Durante una celebración especial la comida, la vestimenta y los bailes hacían referencia al objeto de festejo.

Las aproximaciones a la tierra prometida pueblan con sonrisas, apretadas, forzosas, mientras el equipo, su equipo, el Monterrey, insistente busca por todo lo ancho de la cancha.

En la segunda mitad del encuentro, los aleccionadores, los entrenadores, mueven sus alfiles, modifican las fichas.

Vucetich seis campeonatos. Romano seis sub.

Silencio pollos pelones ya les voy a dar su maíz.

Al minuto 72, el defensa central, Basanta, en un discutido tiro de esquina, clava el dos por cero.

Con ello, los Rayados son Campeones.

Pero aún falta más.

Ya en los pasillos de la Pulga, los comerciantes respiran aliviados. Los precios no bajan. Esperan con este triunfo tener una mejor navidad, lejos de los aumentos de Larrazabal, de Medina y de Calderón.

Sin cuota de piso para los Zetas, para los vendedores de los productos apócrifos y de los licores.

En las fiestas o mitotes bailaban con música e instrumentos que ellos mismos elaboraban con materiales comunes y usuales.

Calabacitas con agujeros rellenas con piedras de hormiguero, palos de madera que raspaban con palillos, flautas de carrizo y guajes secos conformaban las herramientas necesarias para hacer su música, por lo tanto esos eran sus instrumentos musicales.

Ya en el minuto 86, la genialidad de Humberto Suazo sella la faena. Con tres a favor y cero en contra, los Rayados del Monterrey celebran su cuarta estrella.

En el estadio del Tec, la música de Live This Life de Opus, seguida por We Are The Champions de Queen.

Los que están sentados en el área social de la Pulga Río, llevan ventaja a los del estadio.

Son las ocho de la noche. Los locales se cierran. Es el momento de todos, los de casa y los foráneos, los agusto y los villamelones, los que no han tenido descanso en el día y los que han perdido la fe en las instituciones, todos en bola se marchan a la Macroplaza.

A seguir con la celebración, que en los tiempos modernos, los testigos de una hazaña, merecen el mejor de los reconocimientos.

Alonso de León, cronista del siglo XVII quien observó a los grupos indígenas del Nuevo Reino de León, en una de sus narraciones dio a conocer puntos importantes sobre la vida diaria y las relaciones que se daban entre los pobladores.

De León narró que los indígenas se mudaban de una parte a otra agrupando y desagrupando familias sin considerar con quienes se unían, ni mostrar preferencia por algunos integrantes.

También escribió que el respeto entre padres e hijos y viceversa, no era como el que se tenía entre el resto de los pobladores (gobernadores, virreyes, etcétera), que entre estos grupos no importaba la jerarquía de las personas, tanto padres como hijos podían correrse como si fuese un integrante más de la tribu.

 

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