FotoCelso1
FotoCelso3
CelsoPina

FOTO: Pablo Cuéllar

CELSO PIÑA Y LOS CAMINOS DE LA VIDA*
Margarito Cuéllar

Celso Piña. Su acordeón, su música, la ronda de su áspero canto. Del sonidero al vallenato colombiano, con sello de Monterrey, desarticulando muros, ensayando diversas maneras de música sin fronteras y sin máscaras.

     Altas las notas de la acordeona del guerrero de la Campana en su camiseta floreada y su cadena al cuello.

     Falta un día para el concierto de Celso Piña en el Auditorio Nacional. En el hotel Stanza -Álvaro Obregón y Morelia, colonia Roma- el personal se mantiene a la expectativa en todo lo que tenga que ver con Celso. El rey vallenato está a la entrada, tomando una cerveza con don Isaac, su padre. El viejo es alto, flaco, garrudo, parece un personaje de película. “Estamos listos para mañana”, dice Celso. Trae una camisa floreada y no deja de sonreír. Los integrantes del Ronda Bogotá andan por ahí viendo pasar el tiempo.

     Qué hombre tan sencillo Celso, no como otros”, dice una mesera que aplaude entusiasmada cuando en la pantalla, René Franco, conductor del programa Es de noche, ya llegué, intenta tirarle carro al Celso. “No se me dio eso de muy carita”, contesta Celso a una zancadilla mediática del conductor.

     —¿Cómo van las entradas —pregunto a Rubén Mojica, representante del artista, y comandante en jefe de las Fuerzas de Liberación Vallenata.
     —Ni siquiera he querido preguntar —responde.

     Celso Piña. El Rebelde del Acordeón. Enriquece el vallenato con ritmos y voces que al arraigarse en el gusto popular, sobre en Monterrey, va por los caminos de la vida con su música sin adjetivos.

Sonidero nacional
El rebelde del acordeón hace su entrada al Auditorio Nacional vestido de blanco. La gente lo quiere, se nota. Le aplaude, le grita, lo mima. No es de muchas palabras. Camina por el escenario, se inventa unos pasitos que arrancan la ovación del público y se concentra en la “Cumbia Sampoezana”. Parece que de un momento a otro su acordeona se va a partir en dos.

     Habrá unas siete mil almas en el auditorio, atentas a la leyenda emergida de un barrio del sur de Monterrey conocido como La Campana, un hacinamiento de raza brava frente al Cerro de la Silla al que hoy se le llama la Campana Colombia. “Un cerrito chido que tiene forma de campana, un sector privilegiado de Monterrey, los invito a que vayan para allá… pero no en la noche”, dice el músico entre risas mientras se avienta la “Cumbia Campanera”.

     “Gracias por estar en mi cumpleaños 30, ya la edad me empieza a cansar”. ¿Cuál cansancio?, si no para de estrujar el acordeón y brincar. “Con esta canción ganamos un primer lugar en un festival de música vallenata en mi natal Monterrey”, aclama, y se da vuelo con “Cumbia en mi tierra”.

     Era otra época. Tal vez finales de los años setenta. Los cerros se habían llenado de “paracaidistas”. Celso animaba los bailes caseros y los salones de baile con una música que ahora es parte de la cultura regia. En esos cerros polvorientos, en salones de baile con calorones de más de 40 grados, Celso empezó a ser querido por raza chiquilla que con el tiempo aprendió el paso del gavilán y el de la motoneta.

     En Monterrey el vallenato es himno, modo de vivir y habla; tiene que ver con el pelo de zorrillo, los pantalones caídos, camisetas y aretes con alusiones a la mota, tenis, pañuelos rojos. Baile en círculos como las danzas de las antiguas tribus. En el Distrito Federal este ritmo apenas se abre camino, es mera curiosidad.

     El Celso no para: “Esta cumbia la bailó un gran personaje de la música, el tres veces rey vallenato en Valledupar (Colombia), en Houston, con mi música, el maestro Alfredo Gutiérrez”. “Venga venga venga la vela/es la noche del amor…”. El sudor resbala por su rostro. “¿Qué onda aquí, no hay agua o qué? Gracias por estar aquí, pudiendo estar allá.

     ¿Dónde? No sé, en cualquier parte”. Y la fiesta sigue.

De aquel tiempo a esta parte
Las primeras incursiones de Celso Piña y su Ronda Bogotá fueron en terrazas de barrio. Poco a poco las estaciones de radio empezaron a transmitir aquella música. Pronto los “colombianos” se extendieron a otras zonas de Monterrey. Los maestros a distancia del señor Piña fueron Aníbal Velázquez, Alfredo Gutiérrez (el mago del acordeón), Lisandro Meza y Aniceto Molina.

     Ahora se desplaza sobre el escenario del auditorio como Celso por su casa. “No vayan a pensar que tiro rollo. Lo que pasa es que me pusieron una lista de canciones con unas letritas que ya no las llego” y prende a los asistentes con “Como el viento”. Resucita al Che con “Hasta siempre comandante”. Con “Cumbia de la paz” pone a mover el esqueleto, o la grasa, según se vea y se sienta, a un público integrado por fans, escritores, periodistas, raza, pueblo. La presencia de Víctor Roura, héroe de mil batallas en el periodismo cultural, no pasa desapercibida, con su legendaria barba y su pelambre.

     Tampoco la del escritor Ignacio Betancourt, que vino de San Luis Potosí y ahora está en una butaca, serio pero disfrutando el concierto, eso creo. José Homero vino de Jalapa. José Luis Martínez dejó los hábitos y no para de sacarle brillo al piso durante las dos horas del concierto. Que además se fueron como agua.

Celso Piña y su Ronda Bogotá
Graba el disco, Cumbia de la paz, en los años ochenta. Renovó el gusto por la música corralera o colombiana, difundida en colonias de Monterrey a principios de los años setenta a través de los llamados “sonideros”. Los sonideros amenizaron por años los bailes caseros de colonias y barrios en La Independencia, La Campana, La Altamira, Canteras, Revolución Proletaria, Tlatelolco y Sierra Ventana. Bastaba un viejo tocadiscos, un amplificador, un par de bocinas “tomateras” o de corneta, un micrófono para complacer a los presentes con dedicatorios al novio o a la novia y una buena dotación de discos de 45 revoluciones. Los bailes se hacían sobre todo sábados y domingos.

     Lo colombiano tuvo siempre un aire subterráneo. Los jóvenes de estratos sociales jodidos hacían de la letra y la música colombiana su código de identificación. “Himno, lenguaje y estilo de vida: desde la forma de vestir hasta de hablar”, dice Genaro del Ángel. Celso y su Ronda Bogotá dan de alguna forma origen a La Tropa Colombiana y de estos dos grupos surgen una cantidad impresionante de embajadores del ritmo vallenato. El baile se armaba en grande en salones como La Guacamaya de la Indepe, Salones Villagrán y en los salones Alameda. Por supuesto también en los bailes caseros de las colonias marginadas, que se hicieron cada vez más frecuentes. Las primeras incursiones de Celso Piña y su Ronda Bogotá fueron en las terrazas de la colonia Independencia.

     Poco a poco las estaciones de radio empezaron a transmitir esta música, sobre todo la XEB, radio Melodía y la XECTL. Pronto los    cholombianos extendieron su dominio a la Nuevo Repueblo, la Moderna, el Agarrón y la Valle Verde.

     Tres maneras de vestir han pasado desde los sonideros a esta parte. En los orígenes, pantalón blanco o colores pastel, camisa floreada y zapatos de plataforma. En los años noventa vino el pantalón de mezclilla atubado, “convers” y greñas a lo brother.

     Algunos exponentes del vallenato han sido: Aníbal Velázquez, Alfredo Gutiérrez (el mago del acordeón), Armando Durán, Enrique Tullo de León, Darío Cárcamo, Policarpo Calle, Los Wawancó, Binomio de Oro, Calixto Ochoa, Lizandro Meza, Aniceto Molina, Corraleros del Majahual, El Gran Romancito, etc.

     Vallenato, de valle, por Valledupar, Colombia. Ritmo paseado, como vals.

     Joaquín Hurtado retrata el ambiente de un baile colombiano de los años noventa: “Fue difícil llegar hasta el escenario porque a la raza le gusta pegarse a los pies del Celso. Todos enlelados. Las morras gritándole “¡estás bien papasote”!

     Tiene un chorro de pegue. Es raza. Yo comencé a grabar desde el principio. El Celso lanzó un verbo bien cura: “Di no a las drogas”, dijo, y la raza se la botaneó porque el bato andaba hasta atrás, loquísimo. Como siempre.”

     “El acordeón del Celxo hasta bufaba de la fuerza con que lo abría y cerraba. Como si fuera su morra. Sacándole el bofe, haciéndolo llorar. Los ojos cerrados, la lengua rasposa, la cheve al alcance de la mano. La raza entregada. Unos danzando, otros viendo nomás. Sin resuello. Sin descanso. Sin querer que se acabara el ratito que le tocaba al Ronda Bogotá.”

     “Al Celxo se le ale el corazón por la boca. Pura alma y sangre de raza. Somos de los mismos, sabe lo que queremos, no se anda de mamerto. El día que se ponga fresa lo mandamos a la goma.”

 Celso y los otros
No son cualquier otros. Son Alex Lora, Natalia Lafourcade, Eugenia León, Laura León, Pato Machete, don Isaac Piña y Benny Ibarra. Aunque, bueno: Pato prende al público, hay sintonía. Natalia parece un tallo frágil y lleva una rosa a la altura del pecho; hay energía en su música y hace buen dúo con el Celxo. Eugenia: una señora voz. La Tesorito o la parte comercial del show. Nos quedamos como estatuas en las butacas o de pie. Algunos por la espectacular figura de la dama ensombrerada y de blanco, otros porque esta noche luce demasiada ropa. O por los pasos elementales de sus bailarines.

     El caso es que en Sin fecha de caducidad, álbum celebratorio de la ruta musical de Celso Piña, Laura León no desentona.

     “Esta persona que viene no sabe cantar, es más, nunca ha cantado. Ése es el viejo”, así presenta Celso a don Isaac, su padre. Viéndolo bien parece un costeño del Caribe colombiano. Sin más se avienta al ruedo con “No tienes corazón”.

     El respetable, prendido con “Cumbia poder”, “Fiesta de San Jacinto” y “La China y el Pelón”. Con Alex Lora ya se sabe, todo es desmadre, se la pasa cabroneando al público. “Por cierto —dice— gacho por los que no vinieron, se la perdieron por pendejos”. Luego Benny Ibarra prende a la raza de nuevo. Después del clásico “otra, otra” los caminos de la vida se bifurcan. Celso se va con su música a otra parte. Nosotros también. 

*Una primera versión de esta crónica se publicó el 6 de septiembre de 2009 en la sección “El Ángel Exterminador” de Milenio Diario.

Correo de contacto

contacto@musicaparacamaleones.com.mx