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EL GÜERO LICONA
Moisés Ayala* 

En algún momento de la vida el mundo parece perfecto, no falta nada, nos hemos esforzado y recibido por ese esfuerzo recompensas. Pronto hay un quiebre, una ruptura de lo que hacía a esta tierra un paraíso.

     Aquella tarde el mundo se les derrumbo. El cuchillo entro despacio en el cuerpo frágil, indefensa dejo caer su sangre en piedras blancas, en piedras caliche.

     La última vez que lo vi caminaba con su esposa en el llamado callejón, un tramo de carretera cubierto de alamillos viejos y tupidos, como un túnel verde, con aproximadamente un kilómetro de largo, la humedad y los árboles, mantiene ese lugar fresco y agradable. Al pasar a su lado escuche risas y me dio gusto saber que eran felices. No los volví a ver después de esa tarde. ¿Cómo iba a imaginar la escena de meses después en un barrio de Jalisco, frente a una cruz de madera del tamaño de un hombre?

     Había pasado el mediodía, se habían separado desde hacía cuatro meses, ella vivía en la casa de sus padres. Sola en casa no esperaba que llegara a esa hora. Abrió la puerta mosquitera, la cacheteó, se había enterado que ella tenía otro, después de discutir un rato, ella acepto, no porque fuera cierto, sino porque era tanta la insistencia que para no seguir con lo mismo y hastiada termino por decir que era verdad. En el arrebato, sintiendo el mundo caerle encima, saco la navaja, le propino dos golpes, tomo a la niña y la convenció que la llevaría a dar un paseo. Subió a la loma con ella en sus brazos.

     De nuevo la escena. Con llanto en los ojos y la desesperación en el alma le clavó el cuchillo tres veces, verla o más bien sentirla morir en sus brazos. No quiero imaginar cómo se fueron cerrando sus ojos verdes y la respiración termino con una contracción de todos los músculos. Algún zacatillo y algunas piedras blancas recibieron la sangre.

Él intentó suicidarse, pero la fuerza que utilizó para clavarse el cuchillo no fue suficiente.

***
I
Imagen al pasar en las mañanas
las montañas
las piedras blancas
como una fotografía
como una imagen congelada

navaja vestida de sangre infantil
cortando carne madura

II
Lo visité años después en el penal,
hacia tacos,
picaba barbacoa con otro cuchillo
cada golpe en la carne cocida
un golpe más a su niña de año y medio

III
“Paseaba mis cachorros por la plaza
flechaba de ternura a las mujeres
cuando dejaban de ser bolitas
morían de hambre amarrados en el monte.”

“Traía mis cachorros paseando en las calles
y eran muchos mis amigos.”

IV
“Fuiste mi perra,
camada de una cachorrita,
las mujeres se flechaban más,
los amigos eran menos.”

“Estabas hermosa,
el paraíso marcado en tus ojos,
la sonrisa en todo el cuerpo.”

“Caminábamos entonces uno al lado del otro.
Distancias arboladas caminábamos,
el viento tomaba tus cabellos:
banderola de castillos medievales,
sauces enfrentando la tormenta,
libros olvidados en el campo
                                         luchando en los días de marzo.

El verde nos entraba por los ojos
y salía en palabras y sonrisas.”


*Poeta y docente. Radica en Galeana, Nuevo León. Auto del libro de poemas El flarf del narco. E-mail: galenoew@otmail.com

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