GOMEZ12102020

El horror tras seis disparos
Luis Valdez

Monterrey.- Al inicio de Halloween 2 (1981) el doctor Sam Loomis busca a Michael Myers luego de que desapareciera tras haberlo baleado. “Le disparé seis veces”, dice, como si fuera suficiente para terminar con el horror.

Pero en la escuela del horror no hay límites. Eso lo aprendimos pasando de un subgénero de horror al otro. Del relato mitológico al cuento folclórico, la literatura gótica, el cine slasher, el gore, el cine mondo, el survival de El señor de las moscas hasta El juego de calamar, y luego regresando al Folk Horror con Midsommar.

Tampoco son suficientes seis muertes en una noche para acabar con La Purga, que tan de moda se puso como tema de horror público durante el período presidencial de Donald Trump (quien siempre me ha dado un aire a ese joven ejecutivo sociópata llamado Patrick Bateman, de American Psycho).

En el plano de realidad de esta secuela de Halloween, los personajes se quedan dormidos (¿dormidos?) viendo películas de Muertos Vivientes, porque les tienen sin cuidado. Como decimos en México: “Le tengo miedo a los muertos pero más a los vivos”, o su variante más tosca: “No le tengo miedo a los muertos, sino a los vivos”. Pareciera que el guionista usa esta idea como justificación, y también como diferencia para distinguir cada subgénero. Mientras el miedo a la Guerra Fría con sus armamentos ultrasecretos (bombas nucleares y armas químicas) puede desencadenar un Holocauto Zombie, un típico pueblo gringo como Haddonfield hace válido el derecho a crear sus propios monstruos locales. Y resulta muy distinta una horda de muertos vivientes a un demente que ha escapado de una clínica mental. Podemos temer al muerto, sí, pero un vivo sin emociones y con instinto de asesinar lo puedes tener frente a ti en cualquier momento y su agresión será contundente. No esperará a calcular una mordida (el vampiro busca tu cuello, y aunque se supone que el zombi quiere cerebro, casi siempre se conforma con las vísceras), porque puede usar cualquier cosa al alcance de su mano. Es una máquina de matar.

Seis disparos es una cantidad. Pudiera ser concreto como medida pero no en su efecto. El horror es un género que juega con la subjetividad. Un vampiro puede chupar sangre de una doncella y no por eso la va a matar. Durante semanas ella sería su bolsa de sangre. Ella daría muestras de debilidad física, pero no dejaría pasar cada noche sin visitar el cementerio para encontrarse con su amado y disfrutar de la pasión de la entrega. Sí, es una relación tóxica en toda la extensión de la palabra.

El asesino, y más si es un asesino sobrenatural, no se detendrá a pensar, “oh, me han disparado una, dos, ya van tres veces... ¡seis!”. Ni siquiera centrará su atención en ver cuántos disparos le dieron en el corazón o en el dedo gordo del pie o al perro que pasó por ahí.
Quizás en este tipo de tramas el asesino siempre se conserva fuerte y joven. Puede caer de un balcón y levantarse por la carga de adrenalina y aliviarse en un callejón. Sería una gran pista que la clínica mental Warren de la que escapó Michael Myers tuviera algo que ver con la empresa Warren&Warren que experimenta con la vejez y medicamentos en la película Old, de M. Night Shyamalan.

Más absurdos.

¿Cómo aprendió alguien con los conocimientos de un niño de 6 años a desconectar líneas telefónicas? A saber conectar un catéter justo en la vena para desangrar a una persona adulta o dónde encajar una jeringa para que sea mortal.

Pero fuera de lo ilógico hay algo real: Michael Myers no es un muerto. Es un asesino corpóreo que puede ser captado por las cámaras, y para su buena suerte tiene (algo que en México es cosa de todos los días) a guardias de seguridad despistados y gordos. Sí. Demasiado real.

Está claro que como todo psicópata, es un genio. ¿Cuándo aprendió a descomponer autos? No sólo las típicas llantas ponchadas, sino el motor. Ya nos había demostrado en la película original que era capaz de manejar, hasta que, claro, la gasolina se termina y ni modo de ir a un negocio y usar también la máquina despachadora.

La palabra maldita (siempre hay una, y todo mejora).

Como el RedRum de El Resplandor, que igual es Habitación Roja que Asesinato, se presenta la palabra SAMHAIN, de un rito druida de sacrificios. Riqueza original del horror folk al aparecer (¿sacado de la manga?) en un entorno urbano, donde todavía el Dr. Loomis, metiéndose en el papel de un antropólogo asegura: “No se trata de espíritus malignos, ni duendes, fantasmas ni brujas. Es el inconsciente de la mente. En el fondo todos le tenemos miedo a la oscuridad”.

Y en la oscuridad (entiéndalo de una vez, doctor) no hay números ni cálculos acerca de la profundidad misma. Sólo una inmensa penumbra donde ya no hay emociones ante la vida o la muerte. La penumbra es más allá, es la totalidad.