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973 17 Enero 2012

EL CRISTALAZO
El orgullo y la conveniencia      
Rafael Cardona

C
iudad de México.-
Conocí a José Luis Luege Tamargo durante su presidencia en el Partido Acción Nacional en el DF, en el año 2004, si no me equivoco. La mayor fortaleza de los azules en la ciudad de México en ese tiempo (y en este) eran las delegaciones Benito Juárez y Miguel Hidalgo y el fenómeno Andrés Manuel les perforaba la entraña.

Apropiado cotidianamente de los medios gracias a sus muy tempranas conferencias de prensa, el jefe de gobierno marcaba el temario, señalaba la agenda y hacia brincar a sus adversarios como chapulines. Todos los días le arriaba a Fox; todos los días se burlaba de ellos.

Hasta en los tiempos del colérico desafuero, cuando Luege le ordenó a Gabriela Cuevas pagar la insulsa multa del jefe de gobierno. Después, todos se rajaron, empezando por Fox. “El Peje” se rió de ellos. Lo demás todos lo sabemos. Quien ríe al último, ríe mejor, dice el refrán.

Luege tuvo en aquellos años una idea con poco sustento. Se dispuso a levantarse al alba y ofrecer él su conferencia mañanera. El resultado fue desastroso. Nadie le hizo caso.

Sin embargo el partido le reconoció algunas habilidades y Felipe Calderón lo nombró responsable de la Comisión Nacional de Agua, desde donde tuvo una atalaya privilegiada para golpear al gobierno de Marcelo Ebrard y al de Enrique Peña en el estado de México, con las amenazas de inminentes inundaciones de aguas negras originada por la falta de mantenimiento del Sistema de Drenaje Profundo y las obras de la conurbación.

Muchos dentro de la administración ebrardiana llamaron a esos amagos, terrorismo fecal. Sin embargo esas amenazas tenían sustento. No fue en la ciudad de México donde vino el reventón; fue en el estado de México, con el Río de la Compañía y las tuberías de Valle  Dorado. Pero eso ya es historia.

Por esos días, invitado por la Academia de Periodistas de Radio y TV, Luege se reunió con un grupo de conductores a quienes nos explicó las circunstancias del Valle de México, tanto en su recepción de agua como en la expulsión de los drenajes.

Su exposición fue correcta, con apoyo técnico, con estadísticas, cifras probadas, proyecciones verosímiles y un diagnóstico severo pero certero: si no se hace algo de fondo (inversiones y obras mil millonarias), esto nos llevará al desastre. Seguirán los hundimientos, las fracturas de tuberías y se vendrán racionamiento y escasez.

Note en él un cambio. Del fanatismo panista infecundo e irreflexivo, Luege había pasado a la estrategia de la obra pública como garantía de promesa electoral. Ya no se trataba sólo de replicar al contrario sino de hacer cosas imposibles para ellos, ajenos a la maquinaria estatal de la infraestructura, hasta en la ciudad de México donde dos ortodoxias excluyentes e intolerantes ambas (lo federal y lo local), conviven a la fuerza.

Me pareció un  hombre comprometido con esa otra forma de hacer política. Por eso siempre juzgué meritorio verlo en las inundaciones con  las aguas negras a la rodilla coordinando, dirigiendo y metido en los asuntos de su responsabilidad. Y todo eso, obviamente, en pos de un desarrollo político, con la jefatura de gobierno en la cabeza.

Luege le ha servido a su partido y  a su jefe. Sin llegar a dramatizaciones se puede decir, se ha jugado la vida, como le sucedió cuando iba a ser una víctima aeronáutica más de este gobierno y se desplomó en un helicóptero en Aguascalientes. A punto estuvo de conocer el Campo Marte de cuerpo presente.

Sin embargo esa lealtad a los de arriba no parece corresponder al respeto a sí mismo. La exhibición de sometimiento tardío (después de una débil queja) con todo y disculpas por la actitud inicial, ante la candidatura de Isabel Miranda lo pinta de cuerpo entero, tanto como la foto de ayer en los diarios.

“Hay que apoyar absolutamente en todo momento a Isabel Miranda de Wallace, he decidido acompañarla en toda su campaña, me disculpo con los líderes del partido por la forma en que reaccioné”, indicó el director de la Conagua.

Los promotores de la democracia interna hoy se exhiben tan sumisos y acobardados como cualquier priista de aquellos cuya frase final era, con usted hasta la ignominia, Señor Presidente.

Obviamente a Luege no le hacen falta ni mis consejos ni mis anécdotas, pero le voy a contar (y a ustedes también) una maravillosa en cuanto a los serviles y los aduladores.

En el restaurante “Danubio” los clientes famosos firman una servilleta en la cual ponen un pensamiento casi siempre de halago a la buena mesa de ese restaurante tradicional del Centro Histórico.

Un día le dieron a Fidel Velázquez un plumón y un trapo. Palabras más, palabras menos, firmó: Con razón come aquí el Señor Presidente, todo está muy sabroso.

Es una pena, pero el ejemplo de Fernando Gómez Mont nunca echó raíces en el PAN.

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La Quincena Nº92

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