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987 6 Febrero 2012

CRÓNICAS PERDIDAS
Sin aliento
Gerson Gómez

M
onterrey.-
Conoces la mayoría de las funerarias de la ciudad, sus aromas, el acondicionamiento de las salas, múltiples o una sola, el estilo de gente que asiste, la marca de la ropa que viste.  Desde las insignificantes, las de barriada hasta las de mayor alcurnia, en avenidas exclusivas.

Sabes si quien se murió fue importante por el tamaño de la esquela. Pasa con frecuencia con los empresarios, los políticos, con la gente reconocida, todos quieren desfilar.

En cambio, con los humildes, que celebran en las salas de sus hogares, las lágrimas son sinceras. La partida les ha cambiado el rumbo de la vida, hasta el sentido del amor.

Del periódico muy temprano, por la mañana, eliges la gira.

Te has vuelto asiduo. Aunque bastante selectivo. Bien vale la pena hacer tres visitas al día. En las funerarias costosas almuerzas galletas, café variado y viandas frías, que disponen los organizadores.

Poco después de medio día, apareces dando las condolencias, en los lugares de mediana localidad. Es ahí, donde los refrescos y los paquetes familiares de comida, los colocan y siempre, por limitado o adusto, puedes comer pollo frito, hamburguesa o tacos.

Cayendo la noche, te internas en los suburbios.

Buscas la calle, preguntas a los vecinos, ellos te indican dónde está tendido el muerto.

Las exequias incluyen parte de la noche. Los asistentes, en tanda, ofrecen antojitos, como los que le gustaba al difunto, café cargado, cerveza y mezcal.

Te despides de los deudos, quienes llorosos se preguntan quién eres: los acompañas en su sentimiento, les dices, de quien en vida jamás conociste.

Cargas lonche en las bolsas secretas del saco, entremeses para la madrugada.

Antes que se cierre la noche, abordas el camión rumbo al centro.

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La Quincena Nº92

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