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994 15 Febrero 2012

FRONTERA CRÓNICA
Erick Garza, otra víctima de esta estupidez
J.R.M. Ávila

Monterrey.- Lo primero que saltó a mi vista al entrar a la tienda, fue el titular: “Ejecutan a ex Bronco”; y al acercarme supe que se trataba de Erick. Por supuesto que compré el tabloide y no quise leerlo sino hasta después de hurgar en internet para ver cuánto revuelo había levantado la noticia. Sin embargo, en los otros periódicos sólo se hablaba del suceso como de pasada.

En uno de ellos se dejaba leer: “En otro hecho, en García, a las 8:00 horas un hombre fue hallado muerto de un balazo en la nuca, en un terreno baldío de la colonia Villas Poniente. El cadáver estaba tirado entre la maleza en el polígono ubicado en las calles Villa Valencia y Villas del Rosario. No fueron encontrados documentos de identidad entre sus ropas”.

En otras fuentes se hablaba de un hombre torturado y ejecutado con varios impactos de arma de fuego en el cuerpo y uno en la cabeza; se le calculaban entre 40 y 45 años de edad; se le describía vestido con pantalón de mezclilla azul, sudadera negra y zapatos color café; se decía que sus ojos estaban cubiertos con cinta adhesiva y sus manos atadas por la espalda con el mismo tipo de cinta.

No tuve más remedio que abrir el tabloide y encontrar que se trataba de Erick Garza Garza (lo cual ya sabía), de 56 años. Se agregaba que había sido integrante del grupo Bronco durante los años ochenta, lo cual parecía dar más relevancia a su ejecución. Mucho más que a la del colgado ese día en Nogalar y Díaz de Berlanga, y que cualquier otra víctima sin nombre y sin trayectoria.

Días después, los familiares revelaron que un grupo de la delincuencia organizada, le exigía a Erick una cuota mensual por ofrecerle “seguridad”. Como se negó a pagarla, después de varias visitas recibió la amenaza de que sería secuestrado. Él respondió que no le importaba y que no les daría dinero.

El secuestro se llevó a cabo el 4 de febrero de 2012 y la familia no tuvo más remedio que reunir el dinero del rescate. Éste se entregó a las diez de la noche del jueves 9 de febrero y, según habían dicho los secuestradores, contarían el dinero y soltarían a Erick en una o dos horas. Pero lo dejaron muerto en un baldío el día siguiente en lugar de soltarlo.

Ignoro quién haya sido Erick Garza Garza en los últimos años. No sé cómo se conducía en su vida personal o en los negocios. Tenía más de treinta años de no verlo (la última vez fue en uno de los primeros ensayos de Bronco, cuando ni siquiera había grabado un disco). No puedo afirmar si era o no buena persona.

Lo recuerdo como un camarada solidario en la secundaria. Lo recuerdo como el primer compañero que se atrevió a contradecir con excelentes argumentos a un profesor. Lo recuerdo como el primero que nos mostró que había buenas canciones en inglés. Lo recuerdo como un adolescente más maduro que quienes le rodeábamos entonces.

Como en todos los casos que conocemos o que desconocemos, es lamentable su desaparición. Pero aunque todas las víctimas hayan tenido la mala fortuna de ser asesinadas, encuentro una diferencia entre Erick y las demás: no se convirtió en un dato estadístico más de la narcoguerra en México ni acabó estibado en una fosa común.

Y eso cuenta mucho, porque si a muertes vamos (y esto no es consuelo), Erick sólo tuvo una; pero las víctimas de las fosas comunes, nunca acabarán de morir su segunda muerte: el anonimato.

Por eso, lamentemos ahora y siempre a las víctimas de esta estupidez, tanto a las que murieron con nombre como a las que fueron despojadas hasta de él.

 

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