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994 15 Febrero 2012

Dos cronistas regiomontanos, III
(Encuentro imaginario)
Raúl Caballero García

Monterrey.- Refugio Luis Barragán.- Apuntes de la colección nostalgia: todos los luchadores, Mandrake, el mago maravilla, la Nevería Acapulco, los billares Nuevo León, el Olimpia, la Orquesta Embajadores, las navajas Gillet (de dos filos, azul o roja), la revista Política, los amigos, cuando los conocimos, los caminos a los burdeles, los tenis de bola, Faro y Súper Faro, el burro de El Patio, los sombreros.

Jesús Eulogio Guajardo Mass.- La famosísima cantina El Fornos, con sus tradicionales botanas; los salones Versalles; el Kloster, de Aramberri; La Cabaña, de Matamoros; las enfermedades venéreas y su curación sin consulta médica. Era obligado asistir muy formal a los bailes: los muchachos con traje azul marino, camisa blanca y zapatos negros muy bien boleados; las muchachas con sus vestidos amplios y debajo de ellos una crinolina muy esponjada, sus peinados altos o cortos pero con mucho crepé. Los salones Elior, de Isaac Garza; Del Prado, de la Calzada; y el Círculo Mercantil, de Zaragoza. El engomado Sue Pree, o Petróleo Golva; si no había más, la barata vaselina con limón. La sal de uvas Picot, para la cruda y agruras, que te regalaban un cancionero en el que salían Don Pancho y Chonita; cuando uno participaba en el desfile que se organizaba en la Alameda Mariano Escobedo, iniciando el recorrido por la Avenida Pino Suárez hacia el sur.

RL.- La Alameda era no sólo un paseo de la ciudad. Era también una referencia. La gente solía decir “allá por La Alameda”; “por el rumbo de La Alameda”. Cuando alguien circulaba muy despacio en su automóvil se le gritaba: “¡ándale, que no vas en La Alameda!”; “¡vete a pasear a La Alameda!”

JE.- En la esquina noreste del cruce de las calles de Aramberri y Pino Suárez se ubicaban, como hasta hoy, los Funerales Dolores; era muy notorio cuando había un difunto muy popular o con numerosa familia, pues los dolientes salían hasta la calle por no caber en la pequeña funeraria. Pasando la calle Aramberri, en la esquina, frente a La Alameda estaban unos salones de baile. ¡Ironía del destino: una casa de pompas fúnebres frente al gozo del salón de baile!

RL.- La Alameda tenía tren. La estación estaba por el costado de Villagrán. Las vías quedaron abandonadas por muchos años, como un recuerdo del paseo. El sistema de riego de La Alameda era un pequeño arroyo que circulaba por las orillas de todos los jardines y pasaba por abajo de los andadores. Nuestra diversión era estar pendientes del momento en que soltaban el agua y perseguir la punta hasta que se diluía en los prados. También soltábamos barcos de papel periódico que seguían la corriente del pequeño arroyo.

JE.- Hacia el sur estaban casas particulares hasta llegar hasta Modesto Arreola, por la Avenida Pino Suárez; entre M. Arreola y Washington estaban las casas de Diómedes y Felipe Montemayor (El Cliper), y la estación de radio XEAR, Radio Alameda, donde se transmitía aquel programa de los voluntarios infantiles de México. Recuerdo que desde las 7 de la mañana difundían el programa con una canción infantil, un pensamiento positivo y gritaban la hora cada minuto que iba pasando para que nos apuráramos en llegar temprano a la escuela; (los voluntarios eran niños que se levantaban más temprano que uno, pues tenían que estar en el programa ayudándole al locutor Alejandro Enrique Méndez), dicha estación se conocía como “Radio Miseria”, porque el mismo locutor era operador, y sazonaba las transmisiones con las sirenas de las ambulancias de la Cruz Roja que se encontraba a espaldas. Por cierto, ahí debutó el arquitecto Benavides, trabajando como meritorio, de 6 a 8 de la mañana, en el verano de 1958.

RL.- En las cuatro esquinas de La Alameda había unos arcos triunfales señalando las entradas. Estaban protegidos por cañones enterrados boca abajo en el suelo. Los arcos eran de sillar.

“Había unos macetones enormes adornados con pedacería de loza y cuadritos de espejos y por algún lado decía ‘ánfora’. Una pila redonda se convirtió en estanque para patos: los patos de La Alameda. Hubo zoológico, juegos infantiles, una nevería y hasta un kínder para niños. También existía un kiosko”.

JE.- En la acera poniente, dentro de La Alameda, estaba el Kínder Alameda, en el cual muchos lloramos cuando nos dejaban los primeros días nuestras mamás y corríamos de alegría al salir a las doce del día.

RL.- La Alameda tenía rincones y lugares que nosotros suponíamos que sólo nosotros conocíamos. Me sabía de memoria todos los árboles de La Alameda. Las estaciones del año eran anunciadas en La Alameda con la aparición de las chicharras. Su canto peculiar podía ser oído a la distancia. También por las luciérnagas que alumbraban la noche en La Alameda. Era común también encontrar mayates. Nosotros cazábamos todos estos animales como diversión. Era un espectáculo ver salir de un bote de vidrio el montón de luciérnagas que pacientemente habíamos juntado y un orgullo tener un mayate amarrado de un hilo que volaba alrededor de su dueño.

JE.- También dentro del parque estaba el patinadero, con aquellos muchachos que hacían piruetas entre ellos, patinando a ritmo, por pareja, en grupo o individuales haciendo trenecitos, saltando o contorsionando sus cuerpos; en aquellos patines de fierro incluyendo las ruedas, que se achicaban y agrandaban a cualquier zapato y se aseguraban con una llave especial.

RL.- Los estudiantes asistían puntualmente en época de exámenes con sus sillas playeras a instalarse bajo las lámparas. Todas las noches de verano, las familias pasaban un rato en La Alameda antes de irse a acostar. Se sentaban en las bancas. Las había de tiras de madera, con molduras de metal muy garigoleadas en los extremos y pintadas de verde, y las había de cemento, forradas de azulejos. Se podía disfrutar de una paleta de agua o de leche que vendían en los carros de paletas. En ese tiempo, las madres solían amenazar a sus hijos profetizándoles que iban a servir sólo para vender paletas si no estudiaban.

JE.- Desde luego, también estaban los juegos de columpios, resbaladeros, sube y baja, un carrusel manual de caballitos con una señora como planta “siempreviva”, dando vueltas y vueltas a la manivela; muy erguido se encontraba un resbaladero de caracol muy alto, peligrosísimo, con una estación de reparto a los ocho metros de altura donde decidías tirarte por los resbaladeros rectos con mucha pendiente o por el caracol. Algunas veces que no había iluminación, se tenía uno que bajar por donde subió, porque por las noches y sin luz los jóvenes se orinaban y mojaban las canaladuras del juego.

RL.- En invierno los anchos andadores que circundaban La Alameda se llenaban de todo lo necesario para hacer el adorno casero navideño. Pinos, paixtle, musgo, figuras de barro para el nacimiento. Nosotros ganábamos unas monedas ofreciéndoles ayuda a las personas que hacían sus compras cargando sus cosas.

“Apuntes de la colección nostalgia: los árboles de La Alameda. La bicicleta balona y la bicicleta turismo. Los lugares que ya no existen, los sitios que ya no son. Los repetidísimos chistes familiares. El olor a chicharrones en la calle caminando por las tardes. La parentela. El ruido en la radio al sintonizar las estaciones. El sueño profundo”.

(Mañana: parte IV.)

 

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