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994 15 Febrero 2012

Católicos contra el Partido y la Iglesia
Hugo L. del Río

Monterrey.- El cardenal Norberto Rivera está en su papel. Las normas que establece para los “cristianos católicos” en el documento divulgado ayer por la Arquidiócesis Primada de México son inobjetables.

Los comecuras protestarán, pero el príncipe de la Iglesia católica cumple, escrupulosamente, con su función:

Promover el voto católico para beneficio de candidatos que manifiestan, como debe ser, su afinidad con la doctrina romana. ¿O qué: esperaban que aconsejara sufragar por políticos alejados de la fe, de su fe?

Es más: el texto contiene duras críticas contra el gobierno del Presidente Felipe Calderón. El rey ha muerto, viva el rey.

Sólo quisiera plantearle al señor Rivera un par de dudas. ¿Qué entiende por esa “verdadera libertad religiosa” que menciona en varias ocasiones como una de las demandas o exigencias que deben formular los aspirantes bien vistos por la jerarquía?

Hasta donde uno sabe, México, tan rezagado en otros escalones del edificio político es, en esta materia, ejemplo para el mundo.

Más de cien millones de hombres y mujeres conviven en paz sin que nadie los moleste por adorar a Dios de acuerdo con esa o aquella confesión. O por no adorarlo.

Los templos de diversas creencias están abiertos, los ritos se celebran, en ciertas fechas los fieles salen a la calle para cumplir con sus tradiciones.

En las escuelas públicas la enseñanza es laica porque no puede ser de otra manera. Propagar los dogmas y principios de una Iglesia ofendería a los alumnos educados en otra catequesis.

La tolerancia, hija de la libertad, garantiza la convivencia en paz y respeto de los creyentes de diferentes cultos.

Llama también la atención el llamado de don Norberto a los “cristianos católicos”. No todos los cristianos son católicos, pero en teoría todos los católicos son cristianos.

El doctor Rivera es hombre inteligente y culto, dotado de una fina sensibilidad política.

No creo que pretenda desalojar de los anchos espacios de la Cristiandad a los devotos de Cristo educados en devociones alejadas de Roma.

Por lo demás, don Norberto sin duda tiene consciencia de la crisis que sufre su Iglesia.

Los católicos se divorcian ─¿mejor ejemplo que Fox y Martita?─ y se vuelven a casar en segundas o terceras nupcias. Se emplean condones o píldoras para evitar el embarazo y si éste se produce, es común recurrir al aborto. Las nuevas generaciones, liberadas del sentido del pecado, gozan del placer físico y el bienestar espiritual que ofrece el amor pleno.

Lo que es peor: pocos, muy pocos católicos pagan el diezmo.

Y, las cosas hay que decirlas, la inmensa mayoría de militantes y simpatizantes de las izquierdas son católicos. ¿Por qué no? En los años duros de la Guerra Fría, en Italia se formó la asociación Católicos Comunistas. Son sabios estos italianos. Y bravos:

Desafiaron al doble dogma del Partido y de la Iglesia.

El señor Rivera es jerarca de disciplina: fija directivas a su grey, pero siglo y medio de laicismo nos enseñó que en última instancia, cuando hay contradicciones entre lo doctrinario y nuestros intereses o simpatías, generalmente optamos por lo último.

Decía que el señor Rivera critica con dureza al gobierno panista.

Condena las “abismales desigualdades sociales y el sufrimiento de la pobreza en la que vive sumida más de la mitad de la población del país”; y denuncia “la cultura de la corrupción… hoy por hoy el cáncer que consume al país y corrompe a las nuevas generaciones que ven en este mal algo natural o necesario”.

En buen castellano, el purpurado comparte la opinión de millones y millones de mexicanos: Felipe Calderón no sólo está fracasando en la guerra contra el narco:

También lo han derrotado sus errores en la economía y su permisividad ante las corruptelas.

 

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