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1004 29 Febrero 2012

La mancuspia de los muertos
Eligio Coronado

Monterrey.- La muerte siempre está presente en la literatura: como tema, recurso, castigo, opción, referencia y destino. Es uno de los grandes temas recurrentes, junto con la vida, el amor, el dolor, la soledad y la angustia, entre otros.

Fernando J. Elizondo Garza y María de Jesús Rodríguez Flores tuvieron la afortunada idea de dedicar un número de la revista Papeles de la Mancuspia a los muertos. Pero no a todos, sólo a aquellos que fueron escritores y se ocuparon de tan fúnebre asunto.

La selección de los textos (32, entre poemas enteros y fragmentos del mismo género, así como extractos de cuentos y novelas, y dos mini ensayos completos) fue realizada por quince autores locales a solicitud del editor Elizondo Garza (Monterrey, N.L., 1954).

Entre los treinta y dos escritores invocados (8 mujeres y 24 hombres) hay once mexicanos, tres españoles, tres argentinos, dos ingleses, dos checoslovacos, dos italianos, dos estadounidenses, dos cubanos, un alemán, un francés, un portugués, un brasileño y un peruano. A excepción de Catulo  (Verona, actual Italia, h. 87 a. C. – Roma, h. 57 a. C.), los demás autores nacieron en los siglos XIX y XX.

A cada texto lo preside un retrato del autor (enmarcado en una especie de lápida) con las fechas y lugares de nacimiento y muerte; además de la aclaración (entre paréntesis) de que el texto es un fragmento cuando así procede y las iniciales del autor local que seleccionó dicho texto.

En esta junta de sombras predominan los poetas (21), entre los que destacan Porfirio Barba Jacob (“Decid cuando yo muera (…) / Era una llama al viento y el viento la apagó”, p. 4), Pedro Garfias (“Y bien, aquí estoy muerto. / (…) Mi corazón detuvo, / por fin, su penduleo. / (…) ¡Y no me llames más / porque no me despierto!”, p. 3) y Jaime Sabines (“¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra!”, p. 3).
También los narradores han mojado su pluma en este tintero: “Ya no era cuestión de escuchar ecos, (…) sino de caminar sin cesar, (…) sin dejar sombra ni huella sobre la tierra muerta” (Virginia Woolf, p. 3), “Los filósofos han hecho insinuaciones acerca de extrañas supervivencias en términos que podrían helar la sangre” (H. P. Lovecraft, p. 2), “--Entonces, ¿qué esperas para morirte? / --La muerte, Susana. / --Si es nada más eso, ya vendrá. No te preocupes” (Juan Rulfo, p, 1).

¿Por qué resulta tan atractivo el tema de la muerte, esa desconocida, esa reiteración de nuestro tránsito fugaz? ¿Es acaso un presentimiento, una seducción o la simple aceptación de su inevitabilidad?: “la muerte (…) es una violencia indebida” (Simone de Beauvoir, p. 1), “sé bien que estoy en el fondo de la fosa” (Pier Paolo Pasolini, p. 2), “Tal vez las palabras sean lo único que existe / en el enorme vacío de lo siglos” (Alejandra Pizarnik, p. 1).
Lo cierto es que, en palabras de los coordinadores: “siempre están acechantes los muertos, listos para hablarnos, traernos sus recuerdos, experiencias o sueños” (p. 1).  

 

 

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La Quincena Nº92


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