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1019 21 Marzo 2012

EN LAS NUBES
Un pueblo que llora
Carlos Ravelo Galindo

Ciudad de México.- No tenemos la menor duda de que el Santo Padre Benedicto XVI en su visita a nuestro país por tres días encontrará un pueblo que llora.  Derrama lágrimas por la absoluta pobreza de la casi mitad de su población, por el incremento en la criminalidad, la delincuencia, el hambre  en millones de personas.

Se enterará, o ya lo está, de la poca credibilidad del presidente de México. De las promesas fallidas y de la exageración de sus mensajes. De una educación decadente con una moral quebrantada por el libertinaje y la falta de directivas. Encontrará a tres suspirantes a la presidencia mexicana este año: Una que le pide a Dios que la haga viuda. Otro con hijos por doquier. Y el tercero que predica con espíritu penitente la paz y el amor.

No obstante, como informan las autoridades eclesiásticas en el mundo, el Vicario de Cristo pedirá al Creador que regrese la paz, la concordia y la tranquilidad, que cesen las muertes a una Nación que aún cree en la esperanza, en la moral, en la restauración de sus instituciones, en la disminución del crimen, en el regreso al camino por el que siempre hemos pedido: el de la decencia, la coherencia, la limpieza sobre todo en el gobierno. A un conglomerado que tiene fe, cree, y aun cuando respeta el Estado Laico prevaleciente en la Federación Mexicana se volcará por voluntad propia  ante la presencia del sucesor de San Pedro para demostrarle su afecto, su admiración, pero sobre todo darle su apoyo al dogma y su aplicación de no permitir filtraciones que atenten contra la doctrina católica. Invocaremos como a su antecesor  inmediato, hoy beato Juan Pablo II cuya carisma permitió ser muy querido en México y en todo el mundo, también su bendición para que a México regrese la templanza, la mesura, la moderación, el comedimiento perdido todo por la inútil “guerra” en que la autoridad sumió al pueblo en los últimos seis años. Ya el Vaticano nos adelanta que así será. Que su oración será elevada para mitigar el sufrimiento de sus hermanos mexicanos.

A nivel moral encontrará el Obispo de San Juan de Letrán un México más distendido. Mas ligero, menos interesado en seguir los valores, sobre todo el de la circunspección y más bien interesado en seguir los patrones internacionales de comportamiento en las generaciones adultas, jóvenes y menores a causa de la globalización. No hay que pasar por alto que el actual Papa tiene un trabajo muy difícil: Benedicto XVI siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue la figura dura, recia de la iglesia. No olvidarnos que su trabajo consistía en cuidar el dogma y su aplicación, sin permitir filtraciones que atentaran contra la doctrina católica. Hizo en efecto un trabajo excelente, que lo cuida con mucho celo.

Es evidente que el Santo Padre encontrará un México con una moral debilitada, palpable en una delincuencia incrementada, un deterioro fuerte en la educación que deja sin estudios a millones de jóvenes; en donde cada vez hay menos respeto por un gobierno, cuyo ejecutivo disfruta más apareciendo todos los días en los medios televisivos, radiales y escritos, que en apegarse a un trabajo efectivo, silente, y que el pueblo pudiera comprobar al cesar los asesinatos, que ya suman en casi seis años sesenta mil y otras tantas desapariciones, o en disminuir la pobreza extrema de casi la mitad de su población, cincuenta y cuatro millones, de los ciento veinte que somos. No tenemos duda de que encontrará también el mismo nivel de deshonestidad, corrupción que conoció en sus cinco visitas a México, entre 1978 y 1990, Juan Pablo Segundo, el Papa Amigo, como ya seguramente lo sabe por voz del Nuncio en México, quien reza también por México.

Sin duda alguna, este pueblo que llora y sangra lo recibirá con los brazos abiertos, tal vez esperando de él un carisma como su predecesor. Y descubrirá también que somos una nación que no obstante su aflicción, en caso necesario de un desastre natural daría la mano sin pensarlo. Se quitaría el bocado para darlo a otro. A un pueblo que está dispuesto siempre hacer el bien, siempre y cuando no se le “pique la cresta”, como hoy sucede. Verá los días 23, 24, 25  de marzo, en que permanecerá entre nosotros la risa, la alegría, el contento, la algarabía, la frescura del afecto que noventa millones de católicos siente por el Sumo Pontífice que, al partir a Cuba un día después, rezará enjugando lágrimas por quienes en México tenemos llanto diario.

carlosravelogalindo@yahoo.com.mx

 

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