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1026 30 Marzo 2012

COTIDIANAS
El amor y la palabra
Margarita Hernández Contreras

Dallas, Texas.- El día de hoy pienso mucho en los niños. Aparte de que soy madre, será porque acabo de leer un libro clásico del desarrollo infantil, se llama The Magic Years, de Selma H. Fraiberg, 1959.

Psicoanalista, el libro de Selma está dedicado a los primeros seis de la infancia: “años de magia”.

Es un libro de bella narrativa donde abundan los ejemplos con los cuales la autora recalca los temas que trata.

Lo que le puedo decir es que se confirma lo sabido. No hay como el amor para asegurarnos de que nuestros hijos crecen lo más sanos posible. Lo que encuentro preocupante y altamente difícil es que como padres debiésemos exorcizar a nuestros propios fantasmas.

Le doy un ejemplo que leí en un artículo relacionado. Una madre con un embarazo ya muy adelantado llegó a casa enojadísima con la imagen del ecosonograma en mano. ¿Por qué? La joven estaba enfurecida porque en la imagen se veía claramente que el bebé tenía muy en alto el dedo medio de una mano. La futura madre estaba totalmente convencida de que el bebé le estaba faltando al respeto con ese gesto grosero. Es claro que esta mujer dejó entrar todos sus fantasmas en su forma de interpretar esta imagen de su bebé por nacer.

Además, son esenciales para el mejor desarrollo del bebé el contacto físico, de piel a piel, la voz, el canto, la presencia de los padres. Observará que los bebés de unos cuantos meses se embelesan viendo la cara de la madre. Es una especie de desciframiento. Algo importante ocurre cuando el bebé ve con tanta fijeza el rostro de este su primer amor. De esto dependen tantas cosas, según entiendo. De esta capacidad de establecer el apego emocional, de hacerlo sentir querido, presente en nuestro mundo.

Otro tema que me pareció muy importante es que los niños, sin saberlo, exigen de sus padres que se impongan límites claros a su conducta. Luego vemos padres que en su afán de demostrar todo su amor por sus hijos, se exceden en los mimos y todo les consienten. Pecan de tolerantes y se abstienen de decir “no”. Es fundamental saber imponer límites; por ejemplo, los ataques físicos, los berrinches, no son formas aceptables de expresar su enojo o su frustración. Conforme el bebé va adquiriendo el uso del lenguaje, debiesen ir desapareciendo estas formas primitivas de expresar las emociones.

Recuerdo una escena en la guardería de mi hija cuando tenía dos años. Llegué a recogerla y me tocó presenciar a un bebé llorando y queriendo golpear a otro niño. “No ─dijo la educadora─. Sin golpear, Carlitos, usa tus palabras”. Inmediatamente tomé nota de la importancia de esa opción y empecé a aplicarla con mi hija. ¿Con esto qué hizo la educadora? Claramente le señaló al niño que la expresión de su enojo no era aceptable si recurría a los golpes y en el acto le dio una alternativa: usa tus palabras; sí, esas que apenas estás aprendiendo e incorporando a tu mundo tienen una función: la expresión de tus emociones.

Es difícil que uno sepa de tanta teoría, que uno se lea todos los libros sobre el desarrollo emocional e intelectual de los niños. A veces no le queda a uno más que recurrir a su intuición y buen corazón de madre. Lo que yo hago cuando me siento con más dudas que de costumbre, hago un gran esfuerzo por desprenderme de la situación y procuro ponerme en el lugar de mi hija. Si yo viera el mundo desde su pequeña estatura, ¿qué querría?

Aparte del elemental techo, comida y educación: que no me golpearan, que no me mintieran, que no faltaran al respeto, que no abusaran de mí, que me dijeran con firmeza y claridad lo que se espera de mí y lo que se desaprueba de mi conducta y que me lo digan con palabras que yo entiendo, que me hicieran sentir muy especial y muy querida, que no me asustaran ni me confundieran, que me dieran libertad de expresar toda mi capacidad mágica de estos años, que me tuvieran en un ambiente propicio para desarrollar todo el potencial con que he nacido y que me validaran como el ser único y precioso que soy.

Si partimos de que esta premisa es universalmente válida para cualquier niño de cualquier parte del mundo, creo que llegaremos a la respuesta que necesitamos para el bienestar de nuestros hijos. Ahora la cuestión es ésta: ¿somos capaces?

Guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español.

margarita.hernandez@tx.rr.com

 

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