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1069 30 Mayo 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
Linchamientos
J. R. M. Ávila

Monterrey.- “¡Esto es una asalto cabrones, se los va a cargar la verga!”, grita un hombre en medio de la noche del Futura 3364, proveniente de Durango. Pocos pasajeros lo escuchan, porque es casi la una de la mañana y casi todos vienen dormidos. Los despierta la gritería desatada por los que estaban despiertos.

Un asaltante ordena que se cierren las cortinas y hay quienes obedecen; otro despoja a los pasajeros de atrás, hasta que alguien se resiste y no le entrega sus pertenencias. Perdiendo la paciencia, el asaltante vocifera hacia los otros cómplices: “¡Éste no se deja!”

Desde adelante, uno de sus cómplices dice: “¿quién es el que no se deja?”. “¡Éste!”, contesta el de atrás, señalando al pasajero renuente, como si alguien pudiera distinguirlo en medio de la oscuridad. “¡Vuélale los pinches sesos, vuélaselos!”, contesta el otro.

Es entonces cuando los pasajeros, acostumbrados ya a la oscuridad, se dan cuenta de que el asaltante de atrás lleva una llave Stilson para intimidarlos, forcejean con él, lo desarman y lo golpean con la misma llave. Después se van tras otro de los asaltantes que va armado con una navaja.

El que amaga al chofer con una aparente pistola oculta en un suéter enredado en su brazo, le ordena que detenga el autobús y, tras amenazar a los pasajeros, baja para abordar una camioneta. El chofer del autobús, sin perder tiempo, acelera y se aleja de ahí.

Los pasajeros utilizan cintas de calzado para atar a los asaltantes golpeados. Nadie sabe si es entonces cuando se enteran de que uno está muerto. El caso es que, aunque todo ha sucedido en Coahuila, el chofer da aviso a la Policía Federal hasta internarse en Nuevo León.

Los federales interceptan al autobús en Santa Catarina. Se confirma la muerte de uno de los asaltantes por fractura expuesta de cráneo y se solicita el apoyo de la Cruz Roja de Monterrey para trasladar al otro agredido al Hospital Universitario. Las lesiones de éste tardarán más de 15 días en sanar y dejarán cicatrices.

Después sigue la parafernalia de la detención de veintitrés pasajeros durante doce horas y de otros siete por casi día y medio. Finalmente resultan absueltos y liberados y, como si reconocieran un delito, la mayoría se cubre el rostro al salir de la detención. Más tarde se desatará la avalancha de opiniones a favor y en contra de lo que esta gente se atrevió a hacer con los asaltantes.

Por si alguien pensara que se trata de un hecho aislado, basta revisar las noticias de estos días para encontrar que un pasajero mató a dos hombres que intentaban asaltar un autobús de pasajeros rumbo a Querétaro. Después, el pasajero se dio a la fuga.

Por otra parte, este martes, tras perseguir a un ladrón y ver frustrado su intento de atraparlo, Jair García-Guerrero, escribe: “Me pregunto qué hubiera pasado si lo pescamos, pues uno de mis colegas que lo perseguía también estaba furioso y gritaba ‘si lo encontramos lo vamos a madrear’, ‘de la que se salvó el puto’”.

Se dirán lindezas y horrores, se emitirán opiniones moralistas a favor o en contra de este tipo de acciones, se cuestionará si alguien puede o no hacer justicia por su propia cuenta. Hablar, hablar, hablar. Es muy fácil.

Pero tendríamos que preguntarnos, como lo hace García-Guerrero, qué pasaría si estuviéramos ahí, porque, para nuestra desgracia, la vida se ve diferente cuando tienes la amenaza en la cara y las autoridades brillan por su oscuridad.

¿Le dice a usted algo Fuenteovejuna, señor?

 

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