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1074 6 Junio 2012

 

Me pagan por tener miedo
Raúl Márquez

San Nicolás de los Garza.- Trabajo como velador en una secundaria. 48 horas seguidas los fines de semana. Mi trabajo como velador consiste en estar. Esto significa mantener un miedo vivo dentro de un edificio.

La única arma que tengo son mis piernas para correr y un compañero con saldo suficiente en el celular para hacer las llamadas necesarias (a veces tira piedras con la hulera). Además hago trabajos leves de albañilería, jardinería, pintura, intendencia, leo un libro, hago tarea, me estiro de vez en cuando, me paro de manos o bailo.

A veces escribo para mi tesis o escribo un ensayo pendiente, riego los árboles, subo escaleras, escucho música. Me siento frente a un escritorio y me sacudo el cabello, también me recuesto y sueño, extraño, construyo tragedias, pienso en las calles, y escucho ruidos que me obligan a mirar por la ventana. Escucho rumores que me obligan a trazar un plan de huida. Escucho tragedias que me obligan a preparar un buen escenario de muerte. Todo lo hago con miedo. Me pagan por tener miedo.

El “cielo” que otros construyeron, cimentado sobre la explotación, la violencia y el descuido de un mal “amo”, se derrumba, y sólo nos lanzan monedas al rostro para conservar el miedo vivo y paralizante en las ciudades. Un miedo a nosotros mismos, miedo a la crítica, a nuestra violencia, miedo a perder nuestras lap-tops, ensayos y fotografías. Mirar por la ventana y ya no ver el auto, a enfermarnos o morir y no tener con queso, o simplemente morir sin un nombre que la banda saque.

Hay quien tiene miedo de que la migra lo watcheintheborder y le tumbe la feria y los sueños de cobre. Pero hay también quien tiene miedo de que al alumbrar el asfalto frente al semáforo y el tragafuegos, la muerte lo acompañe a casa, y la muy cínica se quede a vivir largo tiempo con la familia.

Hoy tenemos miedo de caminar entre grietas y derrumbes intermitentes, de ver caer las piedras, la sanguaza y los dientes. Hoy tenemos miedo al grito fugaz y recurrente de las balas, a las manos autorizadas y no-autorizadas para asesinarse mutuamente en esta guerra de odio turbio.

Aborrecemos el ya no poder deambular ebrios de cerveza y amistad por las calles, sin exponernos a pagar con cana o con lágrimas nuestra “osadía”. Nos cagan los chintos que no dan quebrada de caguamear en la banqueta, y no piden quebrada para basculear el cantón.

Pero el miedo que no paraliza a quien lo ostenta, es una rabia que nace, crece y promete que cuando dejen de pagarnos lo suficiente por eso de tener miedo, van a ser ellos los que van temblar temerosos.

Alumno del Colegio de Sociología.
Texto presentado en la “Mesa de diálogo intercolegial”, evento organizado en la Facultad de Filosofía y Letras (16 de mayo), rumbo al Encuentro sobre la Violencia en México. Testimonios, análisis y propuestas por la paz.

 

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