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1107 23 Julio 2012

 

La nombradía varia de Ciudad Juárez
Víctor Orozco

Chihuahua.- Comenzó a circular el libro Ciudad Juárez. La nombradía varia. Desde sus orígenes hasta la actualidad.  Sus dos volúmenes de ensayos, profusamente ilustrados con imágenes de primera mano o recogidas en una gran cantidad de colecciones públicas y privadas, la harán pronto una obra de inevitable consulta y plácida lectura para todos los que estén interesados o enamorados de esta frontera, que en ambas categorías sumamos legión.

Para los diez y ocho autores, así como para el resto de quienes participamos en los trabajos que llevaron a la publicación de esta obra colectiva, valió la pena esta larga espera de casi tres años empleados en el proceso de edición y financiamiento. Sale a la luz pública gracias a un proyecto impulsado por el Gobierno del Estado de Chihuahua y forma parte de la Biblioteca Milenio de Historia, que integra hasta la fecha varias espléndidas obras colectivas de las cuales conozco las referidas a las ciudades de Toluca, Torreón, Chihuahua y Monterrey.

Muchas son las personas e instituciones a quienes debo dar las gracias en mi carácter de coordinador general de los volúmenes. En la imposibilidad de incluirlas a todas en esta nota, restrinjo la lista a las autoridades del gobierno del Estado, en especial al maestro Jorge Quintana Silveyra, Secretario de Educación, Cultura y Deporte, a los integrantes de la Agencia Promotora de Publicaciones y en particular a Miguel Ángel Vargas y María Isabel Saldaña, Director y Coordinadora Editorial respectivamente. Numerosos coleccionistas privados o dueños de fotografías e instituciones mexicanas y extranjeras contribuyeron generosamente. Todos reciben los créditos correspondientes en los libros, aunque ello sólo signifique una pequeña compensación moral, la cual espero no sea demasiado parca.

Las casi quinientas páginas de los dos volúmenes de gran tamaño, contienen material escrito y fotográfico que consumirán a quienes se internen en ellas, muchos días y meses de reflexión y observación sobre la marcha de la historia en Paso del Norte-Ciudad Juárez. Seguro estoy que cada uno regresará a la exploración en incontables ocasiones, pues el banquete ofrece viandas para todos los gustos y preferencias. Dirigida al gran público, la obra no desmerece de cualquier manera frente a los lectores especializados en alguno de los períodos abarcados, sobre todo a los entendidos en historia regional.

De la introducción, entresaco algunas líneas con el propósito de enterar a los posibles lectores. Comienzo por una interrogante: ¿Dónde ubicar los tiempos de fundación de una ciudad?. Es usual que las civilizaciones dominantes reconozcan como primigenios a hechos asociados con su primera presencia en los espacios físicos donde se asientan las poblaciones. Si no existen o no se conocen establecimientos previos, hay poca materia para algún cuestionamiento y han de tenerse por ciertas a las fechas convencionales. Son, sin embargo, infrecuentes tales circunstancias, pues generalmente los recién llegados se instalan en parajes y tierras cuya habitación por otras naciones y pueblos se pierde en la noche de los tiempos. En los territorios del septentrión mexicano, los europeos no encontraron, como se sabe, los grandes centros urbanos distintivos de la geografía mesoamericana, pero ello no significa que estuvieran deshabitados. De hecho, buena parte de las misiones, presidios y pueblos se ubicaron allí donde existían aldeas de rarámuris, mansos, conchos, piros, topiros, ácomas, entre las muchas naciones indígenas norteñas.

Considerando el resultante histórico alcanzado por la fusión de razas y civilizaciones a partir de las épocas de las conquistas y colonizaciones ibéricas, puede en cambio establecerse que la instalación de los europeos marcó el principio de las nuevas sociedades. Nacientes identidades comenzaron entonces su largo y nunca acabado proceso de constitución. La Historia de la Nueva México, el poema épico escrito por Gaspar de Villagrá en 1610, analizado aquí por Graciela Manjarrez, es, en el ámbito de las letras, uno de los puntos de partida registrados en los comienzos remotos de Ciudad Juárez.

A diferencia de otras regiones en donde dominaron las grandes estancias ganaderas, en la región de Paso del Norte la propiedad se fraccionó en cientos de parcelas atendidas por sus dueños y sus familias. Ello permitió el incremento de la población. No es que los hispanos, criollos –y poco a poco los mestizos– labradores en el valle del Bravo siguieran aquel antiguo y sabio consejo venido desde la república romana: “Viña la que bebas, casa la que vivas, tierra la que veas”, pues ambiciones y afanes de acumulación no les faltaban, puesto que ambos eran consustanciales a las mentalidades europeas. Más bien, operaron a favor de la reducción de propiedades y posesiones territoriales las exigencias o modalidades del tipo de producción que aquí prosperó. Los trabajos de Martín González de la Vara y otro de mi autoría incluidos en esta obra, dan cuenta de estos procesos. El primero ofrece un conjunto de informes y reflexiones sobre aspectos generales de los sucesos históricos ocurridos en la región del Paso del Norte, mientras que el segundo lo hace sobre trazas de la vida cotidiana en la zona, ambos a caballo de las centurias XVIII y XIX.

La presente edición incluye un texto anónimo publicado en 1849 por primera y única vez hasta hoy, en la revista El Álbum Mexicano, titulado en aquella ocasión “Frontera de la República”, en el que se proporciona valiosísima información sobre la entonces villa de El Paso y su entorno. Lo hemos acompañado de un estudio preliminar de Marco Antonio Martínez y Víctor Orozco, que ubica y contextualiza este precioso material histórico.

La conclusión de la guerra en 1848 desplazó la frontera hasta la villa de Paso del Norte, convertida en uno de los principales puntos de referencia del tratado de Guadalupe Hidalgo. No obstante que formaban una comunidad familiar, económica y política con el pueblo de El Paso, los de Socorro, San Elizario, Isleta y Senecú quedaron del otro lado de la línea. Vino enseguida otra amputación cuando en 1853, el gobierno mexicano aceptó vender La Mesilla a Estados Unidos. En 1856, un nuevo plano topográfico, estudiado por Guadalupe Santiago en el minucioso ensayo sobre la evolución del poblamiento y configuración espacial incluido en este volumen, muestra al grueso de la población ubicada al sur de las acequias Madre y De los Indios.

Las décadas siguientes, hasta concluir el siglo XIX, trajeron consigo cambios trascendentales para la vida de los lugareños, convertidos en flamantes juarenses en 1888.  Concluyó la prolongada fase de las guerras indias, con la rendición de Gerónimo, el último caudillo apache en 1886. Este acontecimiento, junto con el de la llegada de los ferrocarriles, marcó la historia del Norte y en especial de la antigua Paso del Norte por esos años. El camino de fierro sustituyó a los pesados carromatos, las mulas y las diligencias en su tránsito hacia el sur del país y hacia el interior de Estados Unidos. Muy pronto se podía hace el viaje en menos de un día hasta la capital del estado, y para asombro de todos, el viaje inaugural del tren de pasajeros que salió de la ciudad de México el 15 de marzo de 1884, llegó a Paso del Norte tres días después. La vida cotidiana de los juarenses modificó sus pautas. Desde luego, los antiguos oficios relacionados con la administración de los flujos de agua, la conservación de las acequias y las siembras, se conservaron, pero nuevas prácticas hicieron su aparición, como lo muestra el análisis que hizo Jorge Chávez de las actas del cabildo durante la última década del siglo XIX.

Así como durante la etapa de las guerras indias los habitantes de Paso del Norte se encontraron en el epicentro del conflicto, también lo estuvieron durante la lucha armada comenzada y desplegada en el noroeste chihuahuense a partir del 19 de noviembre de 1910 y no acabada hasta la década de 1920. Toda esta fase es narrada y explicada con puntualidad en el ensayo de Pedro Siller.

Otro ineludible tópico en una historia de Ciudad Juárez, es el de las relaciones con Estados Unidos, y dentro de éste el de la migración. El trasiego de hombres venidos de diversas latitudes determina la historia de esta urbe desde sus modestos orígenes. Siempre ha sido una tierra de tránsito, un escenario para los encuentros y los desencuentros, así que el nombre inicial de “Paso”, se le acomodó a las mil maravillas. En Ciudad Juárez, quizá como en ninguna otra parte, se puede advertir una inevitable realidad: cada uno de los dos países es imprescindible para el otro. Tres de los trabajos incluidos en la obra, de Carlos González Herrera, Víctor Orozco, Cinthia Chávez y Héctor Padilla, tratan diversas aristas de este complejo de lazos particularmente entre las ciudades de El Paso y Ciudad Juárez.

En las primeras décadas del pasado siglo, Juárez se había enganchado definitivamente en el carro de la modernidad, gracias principalmente a su condición de frontera con El Paso, a su vez convertida por los ferrocarriles en el principal puerto de entrada a los Estados Unidos desde el sur. Este hecho implicó cambios decisivos en las modas, hábitos y placeres. Juárez ingresó así al club de los conglomerados urbanos que nunca duermen. Parte de esta vívida trama es abordada desde diversos ángulos por Rutilio García y Carlos Murillo.

Muy pronto el número de fábricas y de trabajadores crecieron de manera exponencial, para llegar al siglo XXI con más de un cuarto de millón de asalariados. Las últimas dos décadas del siglo anterior, sobre todo, contemplaron a miríadas de migrantes que llegaron del sur para laborar en las estrenadas plantas maquiladoras. Los trabajos de Sandra Bustillos y Consuelo Pequeño abordan con detenimiento aspectos diversos de estas fases de la historia económica y productiva de la ciudad, que transformó sus pautas de vida al abandonar su ruralidad y entrar en un proceso de "urbanización salvaje".

Dos trabajos se refieren a la problemática educativa: Ángela Estrada aborda muchas de las vicisitudes de la enseñanza media durante la segunda mitad del siglo pasado, deteniéndose en el denuedo con el que muchas mujeres rompieron barreras para acceder a la educación. Armida Estrada y Rigoberto Lasso, por su parte, realizan un examen de las políticas educativas del gobierno en sus tres niveles durante la misma época y de los movimientos de diferentes actores sociales para disminuir el gigantesco déficit educativo.

Por falta de temas e inspiraciones nunca han padecido literatos, historiadores, bardos, compositores e investigadores; para todos ha tenido Paso del Norte-Ciudad Juárez. El conocimiento de todo este abigarrado proceso es la primera pieza para hacerse de un entendimiento claro o menos difuso sobre la ciudad. El artículo de José Manuel García pasa revista con meticulosidad de notario a libros, autores y revistas involucrados con ella por angas o por mangas.

Los renglones previos entregan apenas una probada de este denso conjunto de textos e imágenes. El escrito introductorio termina con un verso de Konstantin Kavafis, caído aquí como anillo al dedo:

Dices:
Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza
hallaré...
No hallarás otra tierra, ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre...

 

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