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1162 8 Octubre 2012

 

Feria del Libro en Juárez
Víctor Orozco

Chihuahua.- Las ferias han sido desde tiempos inmemoriales sucesos notables en la vida de las comunidades y de los países.

La concurrencia temporal en un sitio de quienes ofrecen productos o servicios y de quienes los demandan, es la forma más antigua de satisfacer necesidades a través del intercambio. Algunos de estos lugares, ya sea por su ubicación geográfica, ya por lo industrioso de sus habitantes, por la bondad de su clima, se convirtieron en centrales. Durante la época de la colonia y la mitad del siglo XIX, por ejemplo la feria de San Juan de los Lagos, atraía caravanas de comerciantes que llegaban con cacao desde el sureste o con pieles de cíbolos desde el Nuevo México, para poner dos puntos extremos en un territorio que abarcaba al menos cuatro millones de kilómetros cuadrados.

En la Nueva Vizcaya y luego en el naciente Chihuahua fue famosa la de San Bartolomé, hoy Valle de Allende. Con el tiempo, las ferias se fueron especializando, aún cuando en casi todas partes, todavía hoy se juntan para comerciar en plazas de los pueblos o en un simple llano oferentes y adquirentes de toda clase de cosas. Una de las más afortunadas especializaciones ha sido la feria de los libros. En cada país, sus principales ciudades tienen las suyas. Al menos dos de estas ferias se han convertido en internacionales, la de Frankfort y para beneplácito nuestro, la de Guadalajara, convertida en la mayor del mundo hispánico. Todo esto viene a cuento por la reciente llevada a cabo en Ciudad Juárez, en cuya inauguración dije unas breves palabras por solicitud de los organizadores. Las menciono enseguida e incluyo alguna sugerencia al final.

Bueno es que se inauguren ferias de libros, porque éstas ayudan a que muchos los conozcan y eventualmente los compren y los lean. Y si lo hacen de seguro se darán cuenta que abrir un libro es como abordar una máquina del tiempo, que nos lleva a todos los confines y a todas las épocas. Que conserva y trasmite los saberes viejos y trae noticia de los nuevos. Por eso, siempre han sido más fuertes y sólidos aquellos pueblos en los cuales se practica la lectura a todas horas y en todas partes. Si pudiésemos hacer que la inmensa mayoría leyera, sobre todo los jóvenes, tendría México más ideas, más inspiraciones, un más potente cerebro colectivo para generar iniciativas, inventos, innovaciones. También, una sociedad segura de sus herencias e identidades, amante de sus derechos, con ciudadanos participantes en vez de súbditos inclinados. En realidad,  pocas aficiones y actividades pueden ser tan fructíferas como la lectura y también pocas pueden entregar a sus practicantes mayor deleite por tanto tiempo. Un buen libro, brotado de una pluma sabia y bien provista para elegir las palabras mejores y de mayor acomodo entre sí, es un venero que nunca se agota. Está allí, permanece y nos convida agua fresca cada vez que regresamos. Puede ser una emoción, puede ser una inspiración, puede ser un conocimiento y también una buena dosis de gozo, de risa. Y recordemos, como decía Charles Chaplin que un día sin risa es un día perdido. Pongo un ejemplo chispeante. Cuando cursaba la materia de literatura española, Concepción Hayashi, una maestra de secundaria que condujo a muchos, al través de muchos años por los caminos de la lectura, nos hizo leer El Quijote del cabo al rabo. Recuerdo un pasaje que entonces provocó carcajadas en el puñado de adolescentes. Lo traigo ahora:

(Ubico el antecedente: Don Quijote regresa a casa apaleado y vapuleado, preso en una jaula en el que lo han puesto sus amigos el barbero y el cura, haciéndole creer que ha sido víctima del encantamiento de un genio maligno. Tras la carreta montan los dos personajes y Sancho Panza, el fiel escudero, quien no obstante su credulidad en las locuras de su amo, es al mismo tiempo el campesino taimado y socarrón de todos los tiempos. Ante sus quejas, recibe la reprimenda del barbero.)

“—¡Adóbame esos candiles! —dijo a este punto el barbero—. ¿También vos, Sancho, sois de la cofradía de vuestro amo? ¡Vive el Señor que voy viendo que le habéis de tener compañía en la jaula y que habéis de quedar tan encantado como él, por lo que os toca de su humor y de su caballería! En mal punto os empreñaste de sus promesas y en mal hora se os entró en los cascos la ínsula que tanto deseáis.

—Yo no estoy empreñado de nadie —respondió Sancho—, ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey que fuese, y, aunque pobre, soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa, cuanto más gobernador de una ínsula, y más pudiendo ganar tantas mi señor, que le falte a quien dallas. Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero, que no es todo hacer barbas y algo va de Pedro a Pedro. Dígolo porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado falso. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad, y quédese aquí, porque es peor meneallo”.

Algunos dirán ¿y para qué los libros, si podemos teclear una pregunta y tenemos cien respuestas en un instante? Pues para poder hacer las preguntas. La red está llena de contestaciones, pero sólo las entrega a los que tienen interrogaciones. Los otros, se quedan paralizados, allegándose apenas lo superficial, lo trivial o frívolo. Para aprovechar el internet, tenemos que leer. Cierto es que hoy, sin salir de nuestra casa podemos consultar inacabables fuentes de información, que cada día crecen de manera exponencial. No pasará largo tiempo, tal vez los de mi generación logremos verlos y aún usarlos, -siempre he padecido de un optimismo insensato- habrá sistemas electrónicos que nos permitan acceder a cada uno de los 25 millones de libros que alberga la Biblioteca Británica o los 30 millones de la Biblioteca del Congreso o quizá podamos examinar en versión digital a los millones de documentos del Archivio Segreto Vaticano y de la Colección Lafragua de la Biblioteca Nacional. Esto es, a nuestra disposición se encuentran miles o millones de ladrillos de las más variadas formas y contexturas para levantar la casa, pero el resultado último, su funcionalidad, su disponibilidad para acogernos y sobre todo su belleza dependen del genio del arquitecto-escritor. Y tales virtudes sólo las encontramos en el libro, que venga con el atractivo de sus olorosas páginas en papel o con la velocidad del electrónico, seguirá siendo el gran acompañante de nuestras vidas, llevando a los demás avisos de nosotros mismos. Pues, así como se conoce a los individuos por sus amistades, también se les puede conocer por lo que leen. Dime que lees es lo mismo que decir dime con quién te juntas, para saber quién eres. Termino con unos renglones de la Oda al libro de Pablo Neruda:

"Nosotros/los poetas/caminantes/exploramos/el mundo,/en cada puerta/nos recibió la vida,/participamos/en la lucha terrestre./¿Cuál fue nuestra victoria?/Un libro,/un libro lleno/de contactos humanos,/de camisas,/un libro/sin soledad, con hombres/y herramientas,/un libro/
es la victoria."

Hasta aquí mi breve discurso. Añado un par de sugerencias. Si deseamos que esta feria de Ciudad Juárez crezca, hay que cultivarla. Una manera es que las instituciones compradoras de libros, como las universidades y otras educativas, se comprometan a surtir sus bibliotecas justamente aquí, acto que agregaría un incentivo a las casas editoriales para acudir a la misma y traer todas sus novedades. Otra, es que otorguen créditos a sus profesores y empleados para comprar libros, pagando directamente a los expendedores y luego descontando el precio en un cierto número de quincenas. Cultivándola, podemos convertir a esta feria en una de las grandes latinoamericanas, por instalarse en una antigua ciudad poseedora de una densa historia propia, protagonista en la mexicana y además, ubicada justo donde comienza la patria grande, que dijera José Martí.

Ignoro cuántos libros se venderían, pero sí me consta que congregó a multitudes, sobre todo el fin de semana. Me congratulo de haberme dejado ganar por lo que algunos llaman el vicio de los libros y adquirido un buen número. Ya en la clausura, hurgué en las cajas del Ichicult para buscar la Obra Reunida del poeta juarense Miguel Ángel Chávez Díaz de León. Afortunadamente, conté con la paciencia del encargado, quien abrió varias hasta que encontramos el ejemplar. Releí unas líneas esplendorosas con los cuales acabo: "tierra y hombre/se aman en invierno/cuando el viento convierte demonios en mujeres/que amotinan en su cuerpo/a la lujuria/y de cuyas manos brota/el santo y seña/para entrar al olvido/al abandono en este lugar sin sur".

 

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