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1164 10 Octubre 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
Aquellos años en La Pastora
J. R. M. Ávila

Monterrey.- Esto que te voy a contar sí es verídico porque, aunque te rías, yo estuve ahí. En aquel tiempo vivía en la calle Arteaga, de Guadalupe, en la dirección que trae mi pasaporte vencido, ése en el que dice Válido hasta que se revoque, y donde dice también que soy un alien mexicano.

Me acuerdo que un día llegó mi primo de Matamoros, y nos pusimos de acuerdo para ir a bañarnos a La Pastora y nos fuimos caminando hasta allá. Yo debo haber tenido unos quince años y dieciséis él, así que ahí vamos, caminando, platicando, sin prisa. Mi primo iba muy bien vestido y andaba estrenando un cinto muy bonito que presumía mucho porque le había costado diez pesos. ¿Te imaginas el dineral que era eso en 1963, cuando el mínimo no llegaba a veinte pesos? Más de la mitad de lo que ganabas en un día de trabajo y mi primo ni siquiera trabajaba. Yo ya andaba de bolero, y lo más que sacaba eran cinco pesos en un día. Pero eso sí, él, sin trabajar, bien que presumía. Uno no, uno estaba jodido de la ropa y de todo, y si usaba un cinto era viejito y gastado.
El caso es que llegamos a La Pastora, nos quedamos en short y dejamos la ropa en la orilla del río, lejos, donde no se nos fuera a mojar. El agua en aquel tiempo sí estaba buena, cristalina, no como ahora, que es pura contaminación y además ya ni te dejan meterte dondequiera. Así que no nos cansábamos de sentir lo fresco del río, que sí era río, no cualquier chorrito de agua sucia como ahora, y eso si acaso no está seco. ¿Te imaginas ahora con el estadio de futbol que quieren hacer cómo se va a poner?

Total, que nos la pasamos bañándonos toda la tarde, hasta que el sol se empezó a meter y nos dio frío. Y cuando salimos, mi primo no encontró nada de ropa. Como la mía sí estaba, al principio creyó que en un descuido suyo me había salido del río y se la había escondido. Pero se convenció de que no era broma sino que se la habían robado. ¿Y ahora, qué íbamos a hacer? Le dije que se regresara a la casa con mi ropa y trajera otra para cambiarme. La verdad es que yo pensaba, nada zonzo, que si regresaba yo, mi mamá me iba a regañar y a echar la culpa del robo. No se lo dije a mi primo, pero eso es lo que yo pensaba.

En fin, que lo convencí y se puso mi ropa y se fue mientras me quedaba en short esperándolo. En ese tiempo qué iba a andar uno en short por la calle, lo más seguro es que te diera vergüenza y, lo peor, que la policía podía pescarte por andar casi encuerado en la calle. Si no, también me hubiera ido con él. El caso es que me quedé en la orillita del río y empezó a darme mucho frío y mi primo no regresaba. Y luego se vino la noche y además de frío me dio miedo y oía ruido por todas partes, y aquél nada que volvía.

Y cuando ya pensaba que le había pasado algo en el camino, que lo veo llegar con la ropa. Yo ya estaba seco, así que me la puse y nos fuimos caminando. Cuando le pregunté por qué se había tardado, me dijo que cada que se encontraba a alguien le contaba lo que le había pasado con todos los detalles, pero sobre todo lo del cinto nuevo y caro. Eso me hizo enojar al principio, pero cuando sentí el calor de mi ropa viejita me reí, aunque a mi primo no le hizo gracia, porque le gustaba mucho su cinto.

A él vino dándole risa mucho tiempo después, cuando a mí ya se me había pasado.

 

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