Suscribete
 
1172 22 Octubre 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Calabacita pasada
Gerson Gómez

Monterrey.- Es habitual en las relaciones de pareja colocar sobrenombres al sexo. Ir armando el rompecabezas sentimental.

En vez de llamarlo pene, falo, vagina o pucha, despertando el morbo a todas horas. El juego de las consecuencias. En el mismo día, ir cambiando de nombre. Según el estado de ánimo, o el programa de televisión, o las llamadas a la cabina radiofónica, los anunciantes, o las lecturas momentáneas.

El sexo de mi chica pasó de ser elote blanco y tierno de dos pesos la pieza, a carne molida 80/20. De normal a reparación general. Días de guardar.

Ya no paso las tardes echado en la bodega de la oficina de mi chica. Soy un hombre muy ocupado. He lanzado el anzuelo, incluso, al decirle se independice.

Se venga a jalar conmigo. Aprovechar la época de bonanza, juntar capital, si pensamos en algún momento, formalizar nuestra relación. Le han brillado los ojos. En vez de pagarle a alguien ajeno a nosotros, ha dicho que lo pensará.

Quizá no sea lo más adecuado. Lo reflexioné con el paso de los minutos. Ojalá no me tome la palabra. Para poder hacer y deshacer a gusto.

En pueblo chico, los dimes, corren tan rápido, como reguero de pólvora. Pueden decir que me han visto en ocasiones en el patinadero, o asistiendo al privado de la abogada, o estando a deshoras en la estación de radio.

De acompañante en la cooperativa, surtiendo el mandado de la asistente del dueño de la estación. En el atrio de la iglesia, a la expectativa.

Si hay algo aprendido de la ciudad, es el poder aparecer simultáneamente, ubicuidad, en tantas partes, como sea posible. Se dignen en decir: me han visto, pero sin saber exactamente la hora, la forma de vestir o con quién iba.

Ese es el truco para mantener la mente limpia.

Estaba de tan buen humor, nada podría ensombrecer, me fui a comer al dispensario. Hice fila como otras veces. Esa es humildad, pensé.

Quien iba delante de mí apestaba a alcohol. Me ofreció de su anforita.
Ándele licenciado, pruébela. Es un buen aperitivo. Le va a apaciguar el hambre.

Le di un trago largo, profundo y tendido.

Al llegar al frente de la fila, al verme las señoritas catequistas y el sacristán, se sacaron de onda.

No licenciado, vengase para acá, a sentarse en la cocina del Padre, quien en ese momento contaba por undécima vez, los réditos obtenidos por las limosnas.

Haciendo la proyección a futuro de la venta de indulgencias, misas, responsos y actividades varias, como el bautizo del rifle, la pistola y el fuete reglamentario del batallón.

Alcé la voz, llamándolo: véngase mi amigo, a probar bocado con nuestros amigos desposeídos, los de capa caída de la comunidad.

Así lo hizo el nazareno. A multiplicar los panes y los peces. Luego puede hablarnos del reino de los cielos. Donde nos esperan las bienaventuranzas.

Salió a regañadientes. Ofuscado. Con la cara descompuesta.
Venga, vamos a comer con los muchachos, le dije.

Nos sirvieron el guisado acuoso, los frijoles con piedras y arroz apelmazado. Eso sí, tres tortillas y agua de limón.

¿Le parece hacer la oración?, me dijo en venganza.

Le di un guiño al sacerdote. Claro, por supuesto. Venga.
Entonces me puse de pie, con solemnidad.

Amantísimo padre celestial, compartes con nosotros estos alimentos, dándolos a la mano, a quienes hemos venido a morar en esta tierra, tan llena de maldad, acerca a los ausentes, no nos permitas caer en tentación, líbranos del mal, de los tacaños, de las mojigatas y de sus amantes, de los chapuceros, y de los prestamistas.

Levante la mano, como lo hacen ellos, de arriba abajo, de izquierda derecha. Me santigüé.

Todos dijeron amen. Comenzamos a comer. La calabacita del guisado estaba quemada por el sol, desde la cosecha. En ese momento, relacione el sexo de mi chica con la verdura.

Mi calabacita pasada.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 


15diario.com