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1187 12 Noviembre 2012

 

ANÁLISIS A FONDO
Política laboral equivocada
Francisco Gómez Maza

Control salarial para controlar inflación
Y los verdaderos motores, bien, gracias

Ciudad de México.- Sólo el Saliente y el Entrante, y los diputados y senadores que votaron a favor de las reformas laborales, creen (¿de veras, lo creen?) que la nueva relación ad ovum entre empleadores, gobierno y trabajadores será muy beneficiosa para estos últimos (de seguro lo será para los empleadores).

La verdad es que no está en las reformas constitucionales y legales la fuente del crecimiento de la productividad y de la competitividad de la economía, y menos del nivel de vida de la población.

Hay quien asegura que Enrique Peña Nieto avaló la iniciativa de Felipe Calderón para que la transición sea aterciopelada, aunque no entiendo por qué tendría que ser así, si lo que la mayoría de los mexicanos quiere es que ya se acabe el malogrado sexenio del panista y está dispuesta a darle el beneficio de la duda al mexiquense. Hay inclusive quienes esperan ilusoriamente que, una vez inaugurada la nueva administración, Peña Nieto podría iniciar enmiendas a la que, en justa medida, puede llamarse contrarreforma laboral emprendida en las postrimerías del gobierno calderoniano.

Todo este esfuerzo fondomonetarista a ultranza es precisamente para recomponer la economía, pero desde un criterio totalmente equivocado. Peña Nieto no recompondrá nada si sus economistas siguen creyendo en el canto de las sirenas del Fondo Monetario Internacional (FMI), el hermano siamés del Banco Mundial, y el “Big Brother” orwelliano que controla las economías del mundo y la división internacional de la riqueza.

Leyendo al maestro José Luis de la Cruz Gallegos, académico del ITAM, campus estado de México, no se puede estar en desacuerdo con él. Tomemos exclusivamente el asunto de los salarios que se pagan en México. Nada tienen que ver con el marco legal y sí con la política de control de la inflación. La merma en el poder adquisitivo del salario mínimo y el retroceso de las remuneraciones sólo son consecuencia de la elevada inflación observada durante la década de los 80 y la ulterior aplicación de una política económica que busca mantener el control sobre los precios mediante la contención de los ingresos laborales, antes que por el incremento de las capacidades productivas de la economía.

El seguir apelando al control salarial –téngalo claro, doctor Luis Videgaray– para manejar los precios es un reconocimiento implícito de que, como nación, no se han impulsado los verdaderos motores del crecimiento económico: el fomento a la productividad, a la competitividad, a la innovación tecnológica y a la generación de mayores y mejores empresas.

Tampoco puede olvidarse –¿de acuerdo, don Alfonso Navarrete Prida?– que los problemas laborales son una consecuencia de la falta de resultados de un modelo de apertura comercial que no ha impulsado la creación de empleo.

Durante los primeros años de la entrada en vigor del TLCAN, de acuerdo con A. Pérez, sus efectos fueron negativos para el PIB y el empleo. El retroceso en los salarios, según Puyana y Romero, se debió a la existencia de una oferta de trabajo prácticamente ilimitada, parte de lo cual fue provocado por el estancamiento económico que se vivió durante la década de los años 80 y que no fue resarcida posteriormente.

Parte de la explicación radica en que la inversión extranjera ha generado empleo de manera focalizada, primordialmente en las manufacturas y no así en toda la actividad productiva. Un problema adicional en este punto es que el sector industrial de las manufacturas ha dejado de ser un motor de crecimiento, por lo que el esquema de apertura comercial no ha sido el más apropiado para las necesidades económicas.

Los logros en la productividad laboral confirman los escasos resultados del actual modelo económico, comenzando por el hecho de que el TLCAN ha favorecido la contratación de empleo no calificado antes que de aquel con mayor preparación y educación. Esto ha implicado que, aún en industrias vinculadas con empresas trasnacionales, los incrementos en productividad laboral hayan sido inferiores a los contabilizados en sus matrices.

En los últimos 20 años, el avance de México ha sido marginal en tanto que el alcanzado por otras naciones es superior. Sin lugar a dudas, esta situación es una limitante de la capacidad de la economía tanto para generar riqueza como para distribuir los beneficios de la misma. Como resultado, una evaluación del TCAN arroja que el acuerdo comercial no ha favorecido la reducción de la brecha económica existente entre Estados Unidos y México.

En este sentido, continuar utilizando a los salarios como variable de control sobre la inflación (¿lo escuchan, señor Carstens, señor Ildefonso Guajardo Villarreal?) constituye una demostración de que México no ha desarrollado las capacidades productivas suficientes como para lograr incrementar las remuneraciones de sus trabajadores sin provocar efectos inflacionarios.

Esto no implica que los precios no tengan un vínculo directo con los salarios. No obstante, continuar con una política centrada en otorgar aumentos salariales que vayan en la línea con la inflación esperada a lo único que conduce es a debilitar el mercado interno. No puede seguir obviándose que el consumo privado representa la vida y viabilidad de la mayoría de las empresas y de las cuales solamente una parte minúscula podría tomar la opción de exportar para sobrevivir.

Y al mermar la vitalidad del mercado interno, la consecuencia lógica es la de colocar cuesta arriba a la mayor parte del aparato productivo, el empleo que genera y la inversión que realiza. La situación es aún más delicada cuando el gobierno eleva impuestos para buscar mantener un patrón de gasto altamente ineficiente. Se toma la solución más fácil: inhibir el incremento en los precios y mantener los beneficios mediante la reducción de los salarios reales, solución que ha conducido a un callejón sin salida económica y social.

analisisafondo@cablevision.net.mx

 

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