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1197 26 Noviembre 2012

 

ANÁLISIS A FONDO
¡Se acabó la farsa!
Francisco Gómez Maza

Un “gobierno” basado en la mentira
Sangre, muerte, dolor y lágrimas

Ciudad de México.- Cuatro días y Felipe Calderón pasará a las filas de los “don nadie”. Se irá a la chingada, como se dice en lenguaje popular. Y será recordado como el presidente de la sangre, la muerte, el dolor y el llanto.

Su guerra -¿contra el narco o a favor de su ego?– fue el punto nodal, el gozne de su gobierno. Y ello fue su perdición y la de su partido, el PAN, el de las buenas conciencias.

Cuando lo entrevisté en varias ocasiones, hace ya algunos ayeres, jamás imaginé que Calderón, siendo dirigente de Acción Nacional, tuviera la vocación democrática para sentarse en La Silla. Era fundamentalista, prepotente, soberbio, irresponsable. Un político tan gris, tan gris, que hasta su mismo maestro –Carlos Castillo Peraza- lo daba por muerto políticamente. Don Alejandro Avilés, congruente social cristiano, miembro del PAN, lo quería como un hijo. Pero… pero si el profe resucitara volvería al sepulcro muerto de vergüenza.

Sin embargo, la política mexicana se pudrió, más de lo que ya estaba, tanto que cualquiera puede ser “gobernante”. Con sólo que sea una garantía para que los magnates protejan sus intereses. Y logre que la población continúe manipulada, sin acceso a las oportunidades espirituales y materiales. Sin derecho a la libertad.

El saldo de su “mandato” no podría ser más trágico, no para los detentadores del dinero grande, sino para los millones de trabajadores y sus familias, que sobreviven, medio viven, al día. Y para quienes perdieron un familiar, un amigo acusado de narco, ajusticiado sin juicio, asesinado o desaparecido a la fuerza.

Las cifras del fallido Calderón –que se vendió hace seis años como “el presidente del empleo”– son devastadoras La mentira como medio para consolidarse, para legitimarse: a Calderón jamás le importó la suerte de los mexicanos trabajadores. Jamás intentó revertir la línea de la caída de los niveles de bienestar. Basta sólo un dato. No hablemos de la totalidad.

La relación entre el Producto Interno Bruto (PIB) y las importaciones de productos chinos (en este caso, las metalmecánicas) es negativa, estimándose que, por cada punto porcentual que aumentan las compras a los asiáticos, existe una reducción de 0.12 por ciento del PIB, lo cual se traduce en casi 1.25 mil millones de dólares, o 16.3 mil millones de pesos en un año.

El efecto sobre el empleo formal registrado en el IMSS: por cada punto porcentual que aumentan las importaciones se dejan de generar 3,000 puestos de trabajo al año. Si se considera que en 2011, por ejemplo, las compras a China se elevaron en 6.6 mil millones de dólares (83 mil millones de pesos), ello se tradujo en 43.6 mil empleos formales que no se crearon. ¿La razón? Por cada 1% que suben las importaciones existe una caída de 246 patrones registrados en el Seguro Social. Ello implicó una merma de 3,581 patrones, tan sólo en 2011.

El entorno de bajo crecimiento económico contribuyó a la reducción del poder adquisitivo de los trabajadores, porque se ha buscado mantener el nivel de ganancias empresariales, aumentar la competitividad internacional de las exportaciones y contener la inflación, pero mediante una política laboral que otorga bajos incrementos salariales y reduce las prestaciones de los trabajadores.

El telón de fondo: un mercado laboral que favorece la inequidad y la precariedad. La consecuencia: la persistencia de la pobreza. Hasta 2010 había 58 millones de pobres en México. Más los que se han acumulado hasta hoy 25 de noviembre.

A Calderón le importó un bledo la suerte de los mexicanos. El siguió haciendo alarde de los números –ridículos números– del registro amañado de IMSS. Como todo el mundo es ignorante, el político perverso usó la mentira, primero para legitimar su cuestionado triunfo en las urnas, y recientemente, en profusos mensajes televisivos, para justificarse y ensalzarse, y creyó que engañaba a todo el mundo.

Ya no hablar del balance sangriento de una guerra sin sentido, sin rumbo, sin inteligencia y con un algo grado de perversidad, ordenada por ese pequeño comandante supremo de las fuerzas armadas, a nombre de la libertad, alegando legítima defensa. Los resultados: ninguno de los grandes magnates de la droga sentenciado. Y el crimen, no sólo más poderoso intrafronteras, sino globalizándose. Y miles de familias llorando a sus muertos.

Pero todo en este reino de lo material tiene un término. Y Calderón se acabó. Pero… a todos se nos llega el día: ayer domingo se cumplió el año de que el saliente fue demandado por un numeroso grupo de ciudadanos ante la Corte Penal Internacional con sede en La Haya. El cargo: crímenes de guerra y lesa humanidad. Al declarar la guerra al narco, el 11 de diciembre de 2006, luego de haber ganado fraudulentamente las elecciones por medio voto, Calderón, como jefe del poder ejecutivo, se hizo el responsable directo de los nefastos y fatales resultados: violaciones indiscriminadas de los derechos humanos, no sólo de ciudadanos inocentes, sino también de los presuntos criminales que son ejecutados sin juicio; de las miles de desapariciones forzadas, de tortura, de muertes y desapariciones de defensores de derechos humanos y periodistas… y ya no digamos de la población desplazada por la violencia, y un sinfín de delitos. Él, en su calidad de jefe del poder ejecutivo y, por tanto, comandante supremo de las fuerzas armadas, tendrá que responder ante el tribunal, el cual está obligado a dar curso a la demanda.

El terrible daño está  hecho. Mas, como algún medio dedicado a la reseña del narco, tituló en su portada: La pesadilla terminó.

analisisafondo@cablevision.net.mx

 

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