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1197 26 Noviembre 2012

 

Federación de ficción
Samuel Schmidt

Los Ángeles, California.- México se ha debatido históricamente entre el centralismo heredado desde los imperios indígenas y reforzado por la colonia, y el diseño federal, este último en el papel muestra casi un gobierno perfecto. El problema es que en esta disyuntiva se impone el centralismo que avasalla a los gobiernos locales y por supuesto al individuo.

Cuando los gobiernos manejan su intención de reforzar el federalismo debemos esperar con cautela porque lo más seguro es que lo hagan solamente en el papel, esto que se configura como un engaño engrosa la serie de patrañas que se han asumido para fortalecer a los sátrapas que se suceden en el poder. Tómese por ejemplo la reforma educativa que determinó descentralizar la educación para hacer que los estados fueran cada vez más responsables, fue una decisión estratégica de primer nivel que pudo haber asignado responsabilidades claras y contundentes, pero el detalle quedó en que el gobierno federal se reservó la autorización de apertura de plazas y el manejo del presupuesto, de tal forma que cualquier cambio que se quiera hacer en los estados, requiere la anuencia del gobierno central. Hoy que el modelo fracasó y que además causó un peso fiscal enorme a los estados, muchos de ellos plantean la posibilidad de devolverle el manejo de la educación a la federación.

En el terreno federal los equilibrios que deben existir entre los poderes son simples manejos obscuros que responden a negociaciones políticas facciosas. Los gobernadores controlan a sus diputados federales si son de su partido y  a veces a los de otros partidos, los jefes de los partidos tienen una cuota determinada de diputados, y el presidente por su parte, se asegura de que su representación legislativa actúe de acuerdo a su agenda y con las otras fracciones negocia. Esto que de por sí es una violación grave al diseño federal, deja fuera un componente fundamental, al ciudadano.

Un caso que muestra lo perverso de este sistema es la reciente designación de dos miembros de la Suprema Corte de Justicia, la entidad encargada de vigilar que no se viole la constitución, y en virtud de una distorsión política reciente, se ha convertido en la entidad judicial de última instancia, a donde llega todo tipo de disputas, incluidas muchas que no tienen que ver con derechos constitucionales fundamentales.

Como dicta la norma, el presidente propuso dos ternas, las cuales fueron rechazadas por el senado sin que mediara explicación alguna; el presidente se tomó unos cuantos días para proponer dos nuevas ternas. El proceso que siguió la presidencia para conformar las ternas fue reservado, o mejor dicho secreto, la sociedad solamente se enteró que tal cosa se estaba haciendo. El senado, dada la relevancia del nombramiento, le dio 20 minutos a cada candidato para que presentara ante los senadores su propuesta, aunque se reportó poco o nada sobre sus posturas. Parece pertinente que un nombramiento de esa magnitud requiera de escasos minutos para decirnos lo que hará, la sociedad mexicana parece no necesitar de más atención y mucho menos información.

Aun con esta consideración del tiempo, el proceso siguió su camino y los senadores designaron a dos magistrados; lo peculiar es que yo me enteré por la prensa de esos mismos dos nombres una semana antes, cuando en la negociación entre los equipos de los presidentes (saliente y entrante) al parecer habían llegado a un acuerdo. Una vez más la negociación se impuso a la transparencia y a la responsabilidad hacia la sociedad. Los políticos han suplantado al pueblo y lo pisotean sistemáticamente porque para ellos no cuentan. Si acaso están invitados a sentir que cuentan cuando se abren las urnas, pero al cerrarse estas pasan a segundo lugar, ahí a donde pertenecen.

Hubiera sido importante por ejemplo que los grandes conglomerados que hoy cuentan con agendas importantes que involucran los derechos constitucionales se hubieran encontrado con los candidatos. Pienso por ejemplo en aquellos que defienden el derecho al aborto, al ejercicio de sus creencias religiosas, a los que abogan por preferencias sexuales, a los que tratan de limitar el poder del Estado que llega a infringir las libertades.

Es muy importante que antes de asumir esa responsabilidad, la sociedad sepa con quién cuenta y qué puede esperar de ellos, que ellos sepan lo que exige la sociedad, y que los senadores sepan, porque muchas veces no se enteran, de qué es lo que espera la sociedad de sus representantes. Porque aunque no se den cuenta, por encima de la constitución se encuentra el individuo, el ciudadano, ese justamente al que no quieren escuchar cuando violan a la constitución.

 

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