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1433 23 Octubre 2013

 

La vida que pasa
Eligio Coronado

Monterrey.- Siempre nos sorprenden las personas que se rigen por la estética y la encauzan hacia la palabra para luego convertirla en poesía. Desde allí realizan esa ceremonia donde  confrontan su propio espíritu. El resultado son esos residuos luminosos que llamamos poemas. Y hay poetas que tratan de ocultarse en paredes de sombra porque no resisten la dura luz, pero sus poemas los desnudan siempre porque su luminosidad nos alcanza a todos.

Por eso Luis Estrella (Ciudad Mante, Tamps., 1983) no puede ocultar que es un poeta: el creciente dominio de su oficio comienza a rebasarlo y aquí están sus poemas para probarlo.

En La vida que pasa (Monterrey, NL. Diáfora Ediciones, 2013. 81 pp.) Luis muestra las características de su estilo: reflexivo, evocador, melancólico, con leves destellos amorosos y sociales, pero sin el obstinado idealismo (ya hemos dicho que es reflexivo, lo que implica mesurado): “Estamos hechos de recuerdos” (Material de sentidos, p. 68), “La soledad es cada día más colectiva” (Párpado blanco, p. 81), “Salí a la calle… y comprendí que la indiferencia es su habitante predilecto” (Salí a la calle…, p. 47).

Luis está en la etapa de someter las sensaciones a revisión, analizarlas con detenimiento, despojarlas de lo superficial, conservar lo esencial y madurar el remanente como si fuera una experiencia única, irrepetible. ¿Y no es esa la misión del poeta? ¿Estructurar para sí la memoria que será de todos?

Por ello, Luis persigue la originalidad o, al menos, vaciar en odres nuevos los viejos contenidos para revertirles el sabor y la apariencia: “Miro el cielo y un ave lo colorea de azul” (Recomienzo, p. 71), “la mirada del viejo (…) / resume la eternidad de una estación en el olvido” (Fotografía cerebral de la infancia, p. 20), “mirada de ave en época de flores, / dime, Emma, ¿cuándo aprendiste a jugar con tu cuerpo?” (Emma en el alféizar, p. 17).

Como todos los poetas emergentes, Luis parece tener cierta predisposición por la aliteración, ese recurso que a veces se ahoga en sí mismo y otras enfatiza el placer instintivo de crear: “grata gritería de sonidos / ingrata secuencia de vocablos / gutura gutural garganta” (Elegía por KurtCobain, p. 35), “Labios que rozan / el rosa celestino / de tu sonrisa” (En una fotografía, p. 39),“curva, / te combas en la urna, / en el cuerno y la aurora, / fauno en la sombra, / fauna agua lumínica. / Hermosa U / cuello de uña; / uva de sonido azul, / herradura enredada de tu nombre” (U, p. 50).

A veces tantos intentos conducen a un hallazgo, como ocurre en el poema anterior, donde el verso: “uva de sonido azul”, es único, irrepetible, que podemos interpretar de la siguiente manera: el autor vio una uva morada tan transparente que le pareció cristalina, es decir, hecha de cristal, y supuso que si le daba un golpe de uña, dicha uva emitiría un sonido que se desplazaría en ondas azules.¿Por qué azules? Por la vecindad cromática entre ambos colores, la cual nos hace, a veces, confundirlos.

No se puede dejar de suponer la posible influencia, en este verso (“uva de sonido azul”), del poeta mexicano Carlos Pellicer, quien tiene un verso de siete palabras: “Hay azules que se caen de morados” (de su poema Estudio) que constituye un poema en sí mismo y cuyo significado ha sido ampliamente comentado por el poeta regiomontano Gabriel Zaid.

Esto no representa ningún demérito para Luis. Al contrario, sólo significa que Luis sí lee y esto, en un país que no lo hace, es digno de alabarse y reconocerse.

 

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