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1790 6 Marzo 2015

 

 

Cumbianautas en la ciudad perdida
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Al llegar al local de La Comunitaria, proyecto cultural independiente coordinado por Julio Vértiz y compañía en la calle Galeana, me pregunto qué estoy haciendo aquí. Fui convocado para conocer un movimiento musical de cumbia-fusión, cualquier cosa que eso signifique.

Pertenezco a una generación que creció entre géneros musicales híbridos, bastardos, heterodoxos. Decir cumbia y fusión es para mí hablar de palabras sinónimas.

La ciudad industrial de Monterrey se encuentra ubicada en una confluencia geográfica donde distintos ríos culturales e instrumentos musicales provenientes de Europa, África y de las etnias americanas, han generado estilos mestizos que con el transcurso de las generaciones y dolorosos episodios históricos, han transformado, renovado y enriquecido el acervo preexistente en materia sonora.

Cualquier niño regiomontano es capaz de habitar sin problema alguno en distintos continentes musicales, en un registro muy amplio de tendencias, y no sentirse extraño en ninguno de ellos. Tiene un pasaporte universal en su oído que hasta lo vuelve un poco insensible.

Al reflexionar en ello caigo en la cuenta de la escasa educación musical de nuestro sistema escolar; eso explica el porqué tienen que ser personas de fuera las que nos muestren el gran tesoro cultural con el cual coexistimos, que nos rodea por doquier y que de tanto escucharlo se nos vuelve un poco ajeno. Aceptamos por grandiosa cualquier basura comercial y estandarizada que nos ofrecen los medios masivos de comunicación de nuestra ciudad.

Tiene que venir alguien de lejanas tierras para mostrarnos el oro sobre el cual caminamos cotidianamente.

Esa es quizás la explicación del porqué estoy esta noche aquí, en este ambiente juvenil, a la espera de la propuesta que estos jóvenes traen literalmente entre manos.

Muy temprano ya se encontraba detrás de la consola y de la computadora un chavito desgarbado con gorra de piloto aviador, creo que se trata de El Pollo. Su trabajo es el digno aperitivo para el banquete musical de esta noche.

El local de La Comunitaria luce todavía con pocos asistentes. Ignoro las actuales costumbres culturales nocturnas de mi ciudad, yo que soy un ser de otra época, hoy en retirada, muy sedentario y de  reclusión casi monacal. Una mesita en el fondo ofrece los manjares en el menú que La Comunitaria oferta a precios muy accesibles: tacos vegetarianos de distintos guisos. El proyecto social de estos cuates pretende ser autónomo y se sostiene gracias a la venta de estos platillos.

En las paredes hay cuadros con imágenes abstractas, además de diseños murales que hacen referencia al mundo caótico en el cual habitamos. Además hay un estante con varias decenas de libros propios de una biblioteca de filósofos o sociólogos. Julio Vértiz me obsequia un ejemplar de  “Leonora”, de Elena Poniatowska. Me apasiona el arte de Leonora Carrington, creadora surrealista. El surrealismo en nuestro país es como el aire que respiramos.

Van desfilando los músicos del cartel promocional, con sus distintos acentos y propuestas. Lo electrónico no es mi fuerte y más bien los sonidos quedan flotando en mi cerebro como un fondo incomprensible de tam-tam anestésico. Un proyector arroja imágenes fractálicas, sicodélicas, modeladas por Chuy, un chavo de Monterrey y Sean –mancuerna australiana cosmonáutica– sobre una pantalla improvisada en el humilde escenario.

¿A qué he venido? A percatarme de que lo menos es más, a ser testigo de que con un poco de voluntad y escasos recursos se pueden lograr hazañas de alta calidad.

Me asomo de vez en cuando a la habitación donde se ha colocado un templete con los aparatos y un pequeñito espacio para dar cabida a los DJ´s. Es un reducido cuarto que sigue en espera del público que aún no se deja venir.

La ciudad se ha volcado completa a su pasión tribal, el balompié. Juega el equipo de casa “Tigres” contra la escuadra visitante “América”. Es un juego que disputa una primera fase del campeonato nacional. Como dijo el cronista Juan Villoro, Dios es redondo, creo que cabe dentro de un balón de fut.

Mientras, doy vueltas en el sitio sin comprender qué aportación pueda traer la moda electrónica de mezclas digitales a la cumbia, la cual escuchamos en cualquier rincón de nuestra populosa ciudad. Por doquier hay representantes del vallenato como arte espontáneo. Los ensambles surgen de pronto en los mercados, en los camiones urbanos, en las cantinas de mala muerte, en las plazas y en los porches de las casas de las colonias más humildes. La cumbia es nuestro pan de cada día.

¿A qué he venido? A ser testigo de una experiencia inédita, a conocer de primera mano una corriente artística que al parecer no se toma a sí misma demasiado en serio.

La atmósfera de este lugar está un tanto agüitada por la escasa respuesta del público a la hora del juego de fut. La gente es caprichosa a la hora de elegir en qué entretenerse. El mundo joven es, sin embargo, mucho más misterioso. Esta sociedad se ha encapsulado por voluntad propia en sus casas como consecuencia de la extrema inseguridad y sanguinaria violencia de los años recientes.

Pollo, Henry, Acapulco Zombie, Sonidero Sabotaje, Randy Salazar Jr. se van luciendo con sus tornamesas en sus respectivos turnos. Un verdadero festival. Se escuchan ecos del gusto marginal puesto en alto por Celso Piña.

Y al fin el público se deja ver. Va llegando de manera segura y despacio. La calidad del sonido va aumentando conforme el ambiente se anima. Los Dj responden al estímulo de la concurrencia, de la raza que se pasa la voz mediante las redes sociales. Método infalible para comunicar a las tribus urbanas.

El público es un animal extraño y gregario que en un abrir y cerrar de ojos ya ha colmado el pequeño local de La Comunitaria. La diversidad cultural, social, sexual y de distintas edades se aparece en este pequeño espacio. Todos a sudar, a moverse, a bailar, a hablar a gritos. A participar de un ambiente de fiesta.

En las paredes del espacio social hay cartelitos que exigen un mínimo de respeto entre la humanidad congregada: No violencia, no, armas, no drogas, no racismo, no clasismo, no sexismo. Un NO muy amplio que se puede traducir en un SI gigantesco: sí a la tolerancia, al respeto y a la diversión. Afuera pasan los últimos transeúntes de una de las calles más céntricas y lóbregas de la ciudad. Hay más camiones urbanos que personas en la calle.

Cuando llega el turno a Moses Iten, un suizo vagabundo afincado en Melbourne, con su Cumbia Cosmonauts, cumbia ornitorrinco, cumbia renacida y global, la piel se me electriza. Un éxito inmediato. El milagro se ha consumado.

El Moses va por el planeta buscando los sonidos de arraigo más popular y genuino para trasladarlos a los bits de su ordenador y convertirlos en patrimonio universal.

¿A qué he venido? A dejarme envolver por las texturas y ecos de la música que he escuchado desde niño. Gracias a los aportes de estos jóvenes músicos mis rolas recobran energía y toman vivificantes aires que me colocan en otra dimensión. Ahora la Sampuesana ya se escucha mucho más nueva y potente tanto aquí como en Australia, Alemania, Reino Unido, Brasil, Tijuana, Los Angeles. 

También he venido a bailar. Y vaya ambiente y reventón el que se ha armado entre los asistentes. Espero que muy pronto la experiencia se vuelva a repetir. Salud eterna a la cumbia.

* Para saber a qué suena la Cumbia Cosmonaut:
http://thecumbiacosmonauts.bandcamp.com/track/cumbianauts-incoming

 

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