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1963 4 Noviembre 2015

 

 

La casa mala
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Pensar el Mal es tarea ingente. Es difícil incluso para la teología, la filosofía, la literatura. Hablar por hablar del Mal cualquiera da cátedra. Objeto elusivo pero siempre presente en nuestra realidad cotidiana en tanto seres finitos, carnales.

Damos testimonio de la inaudita maldad que se cierne sobre nuestros huesos y pescuezos desde que nacemos. Pero pensar el Mal, convertirlo en razón, relanzarlo como belleza, eso es obra de muy pocos.

Hugo L. del Río (Monterrey, 1936) es de esos pocos. Este joven –apenas tiene 79 años– forma parte de esa constelación de escritores y periodistas vivos que sin proponérselo, o quizás con toda la intención, se ha convertido en canónico para sus admiradores. En su más reciente libro, “La casa del enemigo malo”, nos pone una vara muy alta, una marca de excelencia y profesionalismo, un indicador muy fino para quienes deseamos aprender un oficio que él domina con solvencia.

Su maestría se vuelve patente en cada uno de los relatos organizados en dos secciones con diferente tensión y atmósfera. Con esto último quiero señalar el tono, el temple anímico, con el cual está iluminado el contenido del libro.

“Peritos” es quien abre el juego. Un contador, un hombre gris sumergido entre archivos y cifras aún más grises, recibe un homenaje-despedida de parte de sus compañeros. “El, Peritos, siempre le tuvo miedo a todo”, así esboza don Hugo con un pincelazo el monstruo oculto entre las páginas. El Mal rodea y asfixia al héroe banal, al compadrito desechable. Este cuento descarnado denuncia el descenso hacia el retiro, el basurero laboral. La lluvia que lava la escena final es una metáfora perfecta para reforzar la profunda desazón que produce la sociedad deshumanizada.

“Carta del país de las nieves eternas”, es un relato con temática post-apocalíptica. Hugo L. del Río nos muestra con delicado sarcasmo el lado sombrío de la cotidianidad destruida por la mala conciencia humana. La brevedad del escrito no deja duda sobre la idiotez maléfica del hombre sin miedo, el maloso contemporáneo que es capaz de reconfigurar la geografía y el clima de nuestro planeta. Qué chistoso: osos polares retozan en los témpanos de hielo de Tabasco.

“El Centinela” es el retrato crispante del mundo sumido permanentemente en crisis económicas, productos del liberalismo salvaje que ensancha el abismo social. Vale como denuncia actual del escombro demográfico ya condenado desde antes de nacer: lisiados, desempleados, analfabetas, enfermos, indígenas, ancianos que deambulan sin horizonte ni futuro en la plaza pública.

“Una vieja foto” cierra la primera parte de las dos que constituyen el volumen. Un personaje atormentado discurre entre calles de un Monterrey todavía reconocible. Homenaje a la ciudad maldita. Cuento redondo y potente. La historia se adentra y continúa en el siguiente nivel de este abanico literario. Extraña y enigmática estrategia narrativa que abre y ocluye dos perspectivas espacio-temporales, unidas por un solo puente onírico. La cordura que pisa firme en la objetividad sufre un fuerte tirón.

A partir de aquí y en los cuentos subsiguientes el lector empieza a internarse en un solo camino de arenas movedizas donde el Mal es presentado como imbecilidad, sinsentido, extravío de la razón. Giros y claudicaciones de la mente ilustrada. Carne inflamada y culpable.

El colmillo, la talacha como periodista de Hugo L. del Río lo ha vuelto sabio y sensible ante los acontecimientos de su tiempo. Sus quince historias dan frutos densos y exquisitos encerrados en mini-ficciones. De pronto crónicas, luego narraciones detectivescas, a veces cuentos de especulación filosófica, encrucijadas que rozan el análisis histórico y social, soluciones salpicadas de exquisito humor negro.

Y luego el golpe seco. Aparecen las notas de una sinfonía trágica. El cuento “La casa mala”  es vertiginoso, cercano a nuestra experiencia, oscuro, hermoso y cruel. Tan extenso que podría ser considerado como cuento-novela. Etiquetas aparte, la narración constituye el eje de todo el resto. Todo se acomoda en los reflejos de este diamante loco. El banquete sensorial hace que uno se lo lea de un tirón, luego a soñar fulgores y fantasmas con los ojos abiertos.

Dice Miguel García-Baró* que la única palabra que desde el pensamiento puede abarcar la totalidad de fenómenos múltiples que constituyen el Mal, la experiencia del Mal como tal, independientemente del resto de su contenido, es el dolor. Frente al dolor del inocente encontramos ya una toma de actitud, de respuesta afectiva, de movimientos carnales o corporales “en el resplandor de lo presente”.

Nos decía alguna vez Carlos Montemayor que el escritor debe abocarse a lo que mejor conoce. Sus letras deben partir desde la experiencia afectiva, desde la vivencia corporal. Allí encontró don Hugo L. del Río los temas importantes de su obra. Los que valen la pena para cada uno de nosotros.

 

La casa del enemigo malo. Hugo L. del Río. Coedición UANL / La Quincena. Monterrey, 2015.

* Miguel García-Baró. El dolor y la carne, ensayo en filosofía primera. Universidad Pontificia, Comillas, España. Grama ediciones, Editorial San Buenaventura. Bogotá, 2012.

 

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