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2219 19 Octubre 2016

 


Otto Dix y nosotros
Jorge Ignacio Ibarra

 

Monterrey.- He tenido la fortuna de alcanzar antes de su partida la muestra retrospectiva sobre la obra de Otto Dix (1891-1969), representante del nuevo objetivismo y expresionismo alemán. Otto Dix es una figura central de las artes en el país germano y de Europa en el siglo XX.

Esta impresionante instalación y exposición que ha traído Marco a Monterrey se ha compuesto de obras y series de trabajos bastantes conocidas como la de “GUERRA” (1929-1932)   o bien el autorretrato con caballete (1926)   así como de trabajos menores, grabados y retratos por encargo, donde en todos ellos brilla por su genialidad el trazo y el color dramático, la sátira y la experimentación de Dix. El nuevo objetivismo (movimiento al cual Dix se adscribe después de la primera guerra mundial y que es su plataforma para el reconocimiento mundial) es una vanguardia que nace de un contexto peculiar, considerando sus relaciones con otras corrientes de ruptura como el expresionismo y el cubismo, viene a irrumpir en la plástica europea con el despertar doloroso después de una conflagración destructiva como los es la gran guerra de 1914-17. Un contexto aquel de desesperación y angustia donde la destrucción estaba a la par de la esperanza por hacer surgir un mundo más justo y humano. Esperanza que como todos sabemos se calcino en la segunda guerra mundial y los hornos genocidas de Hitler.

La vida de Otto Dix se desarrolla entre las agitadas décadas de inicios del siglo XX donde las artes conocen el vértigo del vanguardismo, sus biógrafos señalan los rasgos de personalidad del pintor que habrían de forjarse en una niñez y adolescencia marcadas por las tensiones de una Alemania volcada al nacionalismo imperialista: visión irónica y sarcástica de la realidad. Sin duda uno de sus más geniales trabajos, donde se aprecian tales rasgos, es precisamente la serie de dibujos y grabados sobre la experiencia que tuvo en las trincheras durante la primera guerra mundial, serie en la cual llama la atención el detalle con el cual retrata las condiciones de sus compañeros en el campo de batalla. Cuerpos mutilados, trincheras salpicadas de miembros, cementerios improvisados en medio de la nada, fantasmagóricos soldados con máscaras de gas, toda una serie de imágenes que son captadas por la mirada del pintor a la manera de una cámara humana que retrata no solo la dimensión real sino que extiende esta mirada hacia la profundidad psicológica del horror de la guerra.

En esta serie sobre el conflicto bélico que abre el siglo XX a Dix solo le ha faltado el olor a pólvora y carne chamuscada, pero aun así es posible percibirles a través de los enérgicos trazos y sombras con las que el artista ha plasmado estos hechos. A decir de un crítico contemporáneo Dix marcó un parteaguas en el medio alemán y europeo ya que después de su escandalosa “presentación” en Berlín en 1923 con una exposición individual y la consecuente censura por parte de las autoridades por su cuadro “Muchacha ante el espejo” ya no habrá lugar para la pintura complaciente, la pintura conformista por fin había terminado. Sin duda Otto Dix ha dejado plasmada la rebeldía y la subversión como pocos artistas de su tiempo.

Atendiendo a la obra expuesta, me ha parecido notable en un primer momento un grabado llamado “Comida en la trinchera” (Mahlzeit in der Sappe, 1924) realizado después de la experiencia bélica; en él se capta la desolación y la profundidad humanidad del soldado alemán en el conflicto, misma que podemos proyectar a cualquier participante en un conflicto bélico. El soldado toma su alimento sentado en una trinchera y un esqueleto se sitúa detrás de él, la postura delata una calma muy tensa donde este hombre nos mira con hosquedad y tal vez indaga sobre nuestro estado de ánimo, su mirada es también aquella de quién vive en el filo de la muerte, su comida es tal vez la última comida que tendrá antes de ser asesinado, ¿una despedida o un agradecimiento? La trinchera parece decirnos Dix es el último hogar, la estación de despedida del combatiente.

Como adscrito al expresionismo y el nuevo objetivismo, Otto Dix transitó entre la tradición y la vanguardia; el auto retrato elaborado a los 21 años (Selbsportrait mit Distel, 1912) muestra a un joven pintado a la manera de los retratos de los maestros medievales, la combinación entre la rigidez y la expresión dan un aurea intemporal a la obra, la mirada penetrante e inteligente. Se revela en esta obra la admiración que sentía Dix hacia los grandes maestros europeos. Admiración por el arte clásico que se puede observar en él uso de distintos materiales como la tabla o los grabados con aguafuerte, técnicas que delatan un espíritu de experimentación tanto como de rescate de las artes antiguas.

La flexibilidad de Dix en cuanto estilos y técnicas nos hablan igualmente de una persecución por parte del artista para encontrar el lado hiriente y envenenado de la Alemania de las primeras décadas del siglo XX, así en una de las galerías de la exposición es posible leer la siguiente reflexión de Dix sobre su obra: “Necesito una conexión con el mundo de los sentidos, el valor de enfrentar la fealdad y el mundo sin adulterar al otro”.  Si bien la patria de Dix ha sido pródiga en la filosofía de la idea y la metafísica encontramos aquí a un artista alemán que se deleita con la carne y la deformación; él encara esa fealdad, podredumbre, enfermedad y perversión que es posible encontrar en aquellos ambientes de descomposición y destrucción propios de Europa de entre guerras.

Lo propio de Otto Dix es atacar directamente la voluptuosidad de la carne en descomposición en las trincheras, los cuerpos flácidos de las prostitutas, las miradas infames y cargadas de sufrimiento tanto como avaricia y desamparo. Fijo ahora mi atención en un cuadro que es traído a nosotros en una reproducción fotográfica, pues como se nos indica en el catálogo se presume perdido: “Lisiados de guerra” de 1920; obra que retrata magníficamente a manera de caricatura a unos desafortunados militares germanos sobrevivientes de la primera guerra mundial. Aquí la viveza de la satira, rayana en lo ingenuo, nos transmite con ligereza y humor un desfile de la desgracia, lejos de las terribles escenas de la serie “Guerra” aquí Dix juega con las formas a partir del conjunto de lisiados, es una composición formalmente notable que recuerda incluso una composición cubista. Es esta obra de “Lisiados” un acercamiento original y agudo a la tristeza y la derrota que se ha convertido en humor. Siguiendo con este increíble recorrido sobre el sórdido mundo de la Alemania de los años Veinte del pasado siglo, aparece el tríptico “Metropolis” de 1927-1928, conjunto que se compone de una escena de glamour y vitalidad en un cabaret cosmopolita, franqueada por dos escenas de decadencia y pobreza.

La sociedad alemana de posguerra donde la república de Weimar constituye un oasis de innovación y vanguardia no se encontraba sin embargo exenta de los conflictos sociales que aquejaban al resto del territorio alemán. Otto Dix nos ha dado en este tríptico un contraste entre la vida alegre y ligera de los cabarets de ese Weimar y el fracaso de los venidos en desgracia, de las vidas amputadas por las bombas y la ruina.

El panorama que nos presenta la exposición de Otto Dix es sin duda grandioso y fascinante pues es una inmersión en la historia del arte occidental, la entrada en una meseta agitada y violenta del viejo continente, una inmersión en la vida apasionante de un rebelde de la pintura. Sin embargo tenemos que decir que la última parte de la obra de Otto Dix, aquella que comienza después de la segunda guerra mundial, realizada en gran parte desde su exilio en el Lago Constanza carece en mi punto de vista el filo y la vitalidad de aquella obra construida en las tres primeras décadas del siglo XX. El espectador de la muestra puede apreciar el recorrido de un artista que como Hipolito Taine observa, se encuentra en el declive, confía más en su memoria que en el modelo de la realidad Estoy seguro que no es el caso de Dix, no me parece que se halla alejado de la realidad pero si tal vez la vejez le tocó con la ternura y la resignación.

¿Y qué significa Otto Dix para nosotros? Para quienes tuvieron la fortuna que como quien esto escribe, de recorrer las salas de la exposición que se fue de la ciudad el pasado mes de septiembre, es posible tender un puente entre el mundo revuelto y decadente de Alemania de entreguerras y nosotros. Me parece que lo más atractivo de la pintura de Otto Dix es comunicarnos una sensibilidad hacia la violencia y el desamparo generados por la injusticia y la sinrazón de la guerra.

Nosotros, los habitantes de este mundo llamado Monterrey o bien el noreste mexicano hemos sabido de eso en años recientes, hemos vivido una sinrazón que opaca nuestros notables progresos económicos, sociales y culturales; hemos vivido la convivencia entre el brillo de la inteligencia y la alegría junto a la tristeza y la amputación.

Otto Dix nos ha dado la sensibilidad del contraste entre la belleza y la fealdad como un mundo contradictorio que es necesario enfrentar y rescatar la esperanza que podamos encontrar en él.

 

 

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