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2268 4 Enero 2017

 

 

Andrés Meza
Eloy Garza González

 

Monterrey.- No hay mejor anfitrión en el mundo que Andrés Meza. Es un chef extraordinario que mima y halaga a sus invitados. Para acabar pronto, es un amigo de a de veras. Entiende la vida como una variante del arte. En sánscrito, arte quiere decir “hacer”. Andrés es un artista, un hacedor.

Alguna vez entrevistó a Octavio Paz. El poeta, con toda su altivez de prócer literario, cayó rendido a sus pies. Otra vez le llamó la atención a María Félix; ella, tan metida en su egolatría. De joven entabló pláticas surrealistas con Pita Amor.

Nuestro Andrés usa su carisma para atraer a gente con titipuchal de dones: poetas, divas y poetisas. Sabe ponerse a su altura, diciéndoles sus verdades y un par de puntadas para derretirles las malas jetas.

Habla con voz grave y cavernosa como si susurrara arias de ópera italiana. No en balde le gusta La Toscana. Y las Islas Griegas. Abraza a sus cuates como oso querendón y afable. Desarma con su sinceridad al más plantado. No tiene pelos en la lengua. Tampoco en la cabeza. De hecho, mi amigo Andrés es un cabezón. O sea, medio cabeza dura. Algo socarrón y contreras. Un tipazo como pocos.

Hoy está peleando por una cosa hermosa, un objeto que adora y al que se entrega apasionadamente. Se llama vida. Hay personas que encarnan la vida eterna. Otros, como Andrés, son ejemplo de eterna vitalidad.

Juntos, con otros cuates como Porfirio Sosa, Thomas, Martín, Edui Tijerina y su hijo Max, quedamos en viajar a Mykonos, Rodas y Santorini. Ya levántate Andrés, porque luego ahí anda uno con las prisas de vuelos y hospedajes de última hora. No por estar dormido vas a quitarme el valiosísimo tiempo de tu amistad. Hay pendientes que no pueden retrasarse. Y tu amor de hermano es uno de ellos.

 

 

 

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