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2271 9 Enero 2017

 

 

La política de la posverdad
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Los acontecimientos políticos de 2016 han dado una vitalidad nueva a una categoría politológica que encontramos como neologismo de posverdad a principios de los noventa. Se trata de la acepción “política de la posverdad”, también conocida como política factual, que acuño el bloguero David Roberts, para referirse a “una cultura política en la que la política (la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación) se han vuelto casi totalmente desconectadas de la política pública (la sustancia de lo que se legisla)”.

Es decir, “a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales”.

Entonces, ¿cuáles comportamientos serían representativos de la llamada posverdad política? ¿Qué actitud asumen los medios de comunicación ante este nuevo discurso basado en los sentimientos?

Aquí habría que distinguir entre los de los políticos que busca acceder al poder utilizando todos los recursos que le puedan ser útiles para lograr su ambición de poder, la actuación de los medios de comunicación ante la narrativa del “todo se vale”, incluida la desaparición de la realidad en el discurso político y el de los ciudadanos que llegan a tomar decisiones con base a un discurso cargado de mentiras a medias o mentiras completas.

Este triángulo problemático merece nuestra atención por su impacto en la vida pública; y eso sorprendentemente impacta con especial agudeza en sociedades altamente desarrolladas, donde paradójicamente hay una disminución en las decisiones políticas racionales y franjas de sus ciudadanos optan por populismos de ultraderecha u alternativas rupturistas de izquierda.

En el nuevo discurso político acuden a las emociones de un ciudadano cansado de la retórica racional, que no le representa una salida a sus problemas cotidianos y, paradójicamente, el ciudadano mejor informado prefiere al político que se atreve a ofrecer soluciones mágicas a problemas complejos.

La experiencia del Brexit, la derrota del referéndum colombiano y el triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, son ejemplos emblemáticos de la llamada política de la posverdad.

El resultado en cada uno de ellos fue contrario a la lógica convencional de que la gente votaría por lo menos malo: mantenerse en la UE, acabar con la violencia política, o votar en contra de quien amenaza al mundo.

Pero no, la gente salió a votar todo lo contrario a lo que pudiera ser racional. Los ingleses por salir de la UE, los colombianos por no terminar la guerra y los estadounidenses al hacer ganar a Trump. El pensamiento progresista entonces se quedó perplejo ante lo inesperado de este comportamiento electoral.

¿Qué había fallado?, se preguntaron muchos ciudadanos y más los especialistas en comportamiento político en las llamadas democracias consolidadas, que están acostumbrados a ver ciudadanos muy racionales en su selección electoral. La respuesta inmediata fue confusa y errática. Debieron pasar semanas, incluso meses, para empezar a desenredar la maraña del comportamiento de los ciudadanos.

Hoy, con la experiencia y el tiempo, se ha encontrado que la explicación se encuentra en parte en la sinergia existente entre una sociedad irritada con la incapacidad de los políticos tradicionales y un discurso político dirigido al hemisferio de las emociones.

Que la gente no tenga que pensar mucho sino sobre todo sentir en carne propia. Atender en su caso a fórmulas sencillas. De ahí que este discurso se centre en buscar culpables de la incertidumbre de millones.

Quizá eso explique que los dardos envenenados estén destinados a la tolerancia europeísta frente a los migrantes –especialmente los islámicos–, a los guerrilleros de las FARC, o a los mexicanos que cruzan ilegalmente la frontera; lo que conlleva a hacer de Europa una fortaleza xenófoba, meter presos a los guerrilleros que quieren dejar las armas para formar partidos, e incursionar en la vida pública colombiana; o la idea loca de construir un muro que impida el ingreso de mexicanos ilegales a los Estados Unidos de Norteamérica.

Pero, acaso, esa oferta oportunista, ¿soluciona los problemas estructurales? No, todo lo contrario. En el mejor de los casos es un medio para lograr un fin: la conquista del poder político. Generar una nueva mayoría.  Nuevas políticas, casi siempre conservadoras o peor, contrarias al interés público cuando no imposible de realizar.

Esto provocó un cambio en algunos medios de comunicación que tiene un ideario ético y están comprometidos con la verdad que se desprende de hechos. En aquellos diarios que presentaban la información de contraste para que el lector discerniera y tomara las mejores decisiones. Ahora, como lo hizo New York Times en las pasadas elecciones estadounidenses, simplemente llamó mentiroso a Trump cuando aquél mentía.

En definitiva, a finales de este año, en México iniciará el proceso electoral que tendrá en juego la Presidencia de la República; ya empezamos a ver los personajes que aspiran a que su partido los postule al cargo y hay otros que sin pertenecer a uno de ellos, desean ser designados por uno o los que desean serlo por la vía independiente.

El discurso de cada uno de ellos, sin haber madurado, deja entrever rasgos de la política de la posverdad política. Están quienes buscan rehabilitar el discurso del miedo que hizo Presidente a Felipe Calderón, como lo hace con desfachatez Ricardo Anaya en sus mensajes breves; están los que desempolvan el discurso antipopulista, como sucede con Enrique Ochoa, cuando su partido lo ejerce en clave clientelar en tiempos electorales; o en el caso de López Obrador, que ofrece restituir bienes perdidos al patrimonio nacional.

Y en esa lógica, mucho del periodismo, sobre todo el más dependiente de la publicidad oficial, está en clave de las opciones presentadas, es decir, dejan de ser un contrapeso para caer en la red de la posverdad.

Entonces, en las elecciones de 2018, no solo estará en juego la Presidencia y el Congreso federal, cientos de cargos estatales y municipales, sino también la política de los medios de comunicación ante el discurso y diagnósticos de los aspirantes, y que debería llevar a recuperar la conversación pública que hoy, quizá como nunca, se encuentra cruzada por las emociones, procedente de la irritación colectiva.

¿La posverdad llegó para quedarse?

 

 

 

15diario.com