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2272 10 Enero 2017

 

 

La Presidencia de la República, Celestina del poder
Ricardo Morales Pinal

 

Monterrey.- En sus marcas… arranca a tambor batiente el 2017, es  el inicio de la carrera por la presidencia de la república. La clase política y la clase empresarial se frotan las manos; la primera porque constituye la posibilidad de amarrar su carrera en los marcos de la socialdemocracia, unos; del liberalismo democrático, otros y del franco neoliberalismo  tardío los representantes más conspicuos de la derecha mexicana.

Le representa a esta clase social la oportunidad de asegurar su futuro inmediato y llenar sus bolsillos con el dinero público.

A la clase empresarial le significa la posibilidad de reafirmar sus posiciones en el aparato estatal, asegurar sus negocios y también llenar sus bolsillos con la riqueza generada por una clase trabajadora cada vez más presa fácil en sus puestos de trabajo en tanto se encuentra desprotegida por la legislación laboral, enajenada por el bombardeo ideológico promovido por el aparato mediático que le impide ser consciente de su propia situación y atomizada en sus demandas reivindicativas producto del individualismo que aquellas campañas ideológicas promueven de manera sistemática.

Ni la clase empresarial ni la clase política están preocupadas por las condiciones de empobrecimiento en que se ha sumido a la mayoría de los mexicanos como resultado de la apropiación que del producto de su trabajo hace la clase propietaria de los medios de producción material e intelectual; tampoco les importa el mar de incertidumbres por el que navega una clase media cada vez más castigada en sus aspiraciones de ascenso social al encontrarse con una planta productiva desmantelada incapaz de absorber la fuerza laboral joven académicamente especializada que trata de incorporarse al mercado de trabajo y una pequeña burguesía cada vez más decepcionada al no entender que el diseño del mercado capitalista es en función del aseguramiento de las ganancias del gran capital y que su horizonte como pequeños empresarios se encuentra acotado de tal manera que ese discreto encanto de la burguesía le seguirá quedando como una mera aspiración frustrada.

Vaya pues, que las contradicciones fundamentales de la sociedad capitalista están tan patentes y vigentes hoy como lo han estado siempre. Es el mundo de las falsas percepciones el que nos hace creer que algún día estuvimos en jauja (y si no me lo cree, revise las memes tontas divulgadas en las redes, que nos quieren hacer pasar hoy como salvadores de la patria a personajes tan nefastos como López Mateos y hasta a Gustavo Díaz Ordaz…).

Pero a estas contradicciones fundamentales se añaden sus correlatos naturales como son la corrupción y la impunidad como su condición de existencia, ésta última no sólo en la administración de la justicia por los órganos del estado, sino además  en el comportamiento delincuencial con que políticos y empresarios evaden al fisco, manosean las licitaciones públicas para alcanzar jugosos contratos que les permiten potencializar sus ganancias de manera escandalosa a costa de la calidad en el servicio y de la quiebra de las arcas públicas, dejando a la seguridad social en la orfandad financiera y, si no lo cree, pregúntese estimado lector dónde está ahora la secretaría de desarrollo social en medio de este zipi zape generado por el gasolinazo y sus secuelas inflacionarias que nos acaban de recetar como regalo de inicio de año.

Y todo este escenario de inequidad, desigualdad e impunidad tienen un soporte fundamental que las apuntala desde la estructura gubernamental: la presidencia de la república. Por ello las clases que hoy en día usufructúan el poder del estado nos venden por todos los medios (sobre todo por aquellos que integran el inframundo mediático) la idea de que la solución a esta espiral de deterioro social y económico en que se desliza el país se encuentra en una institución que en realidad no es sino la Celestina de los hombres y mujeres del poder: la presidencia de la república y, desde esta perspectiva se bombardea por todos los medios al imaginario colectivo para instalarla como la solución a las contradicciones sociales en que se encuentra sumida la sociedad.

La lucha por la presidencia de la república, desde esta perspectiva, es el terreno natural de las diferentes facciones que integran la clase política del país, particularmente para aquellos sectores que se agrupan en los partidos políticos que representan los intereses más conspicuos de la derecha mexicana: el PRI y el PAN; y lo es también para los partidos que agrupan a los sectores medios excluidos de las esferas del poder del estado y que se insertan como adherentes en las esferas del poder gubernamental como PRD y Morena. Todos ellos plantean esta lucha por el poder de la presidencia de la república sin cuestionar de fondo la naturaleza depredadora de la reproducción del capital sobre la base de la explotación cotidiana y sistemática del trabajo asalariado de la inmensa mayoría de los mexicanos.

¿Significaría entonces, para la izquierda, que debe abandonarse la lucha por la sucesión presidencial? Bueno pues mi respuesta sería que no, sino que –abordándola– es impostergable redefinir el contenido de la lucha política electoral para dar paso a la formación de un gran Frente Nacional Anticapitalista, que remueva la lápida ideológica con que se ha pretendido sepultar la conciencia colectiva que plantea la reivindicación de formas de organización social alternativas a esta que ha mostrado hasta la saciedad su naturaleza depredadora.

 

 

 

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