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2276 16 Enero 2017

 

 

Volvemos a ser lo que fuimos
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- El gasolinazo vino a revivir gente de izquierda que vivía en retiro, lejos de las luminarias de la vida pública y el entusiasmo de otros años. Algunos que ya no se movían por escepticismo, desconfianza, o por el confort de una jubilación por encima de la media, están de nuevo en las calles lanzando consignas, como en su primera juventud, quizá con el último aliento.

Cómo olvidar cuando en medio de las banderas con la hoz y el martillo en los setenta lanzaba proclamas a favor de los presos políticos y por las libertades democráticas o cuando lo hacía participando en las campañas presidenciales testimoniales de Valentín Campa, Heberto Castillo, Rosario Ibarra o Arnoldo Martínez Verdugo.

Aquellos jóvenes de cabelleras largas y la infaltable ropa de mezclilla, con el paso del tiempo fueron destiñéndose hasta ser socialmente correctos. Ya sea ganando responsabilidades laborales o familiares que los llevaron a alejarse de la utopía revolucionaria. Son, claro, las restas de los tiempos de conversión social y política. Quizá de edad. 

Y es que, quien haya sido de izquierda en los ya lejanos setenta, se volvió gobiernista, un furibundo anti llenó de amargura, o le sigue latiendo el corazón por la justicia social. No hay más, he conocido a varios de los primeros, pero los más siguen sin arrear banderas, sus consignas, sus enojos de clase.

La amplia mayoría, si no se fue temprano de esta vida, han superado los cincuenta-sesenta abriles. O los mayos o diciembres. Y el gasolinazo ha representado una sacudida emocional que activó resortes que en algunos quizá estaban totalmente enmohecidos. Se pararon y se dispusieron a entrar quizá a su última jornada de lucha. Están en la organización y en el primer plano de las marchas municipales, discursando en las tribunas improvisadas, buscando visibilidad o simplemente marchando sin protagonismo, como uno más en la multitud inconforme.

Ahora, están con sus cabelleras blancas y otros simplemente con una reluciente calvicie o los menos con el cabello todavía negro salpicado de canas. Todos ellos con la emoción de estar y servir en algo a la causa de este pueblo que ya parece haber dejado la resignación.

También los he visto invitando en las redes sociales, subiendo imágenes remotas, lanzando tuiters al ciberespacio y a otros pronunciando discursos con el puño en lo alto de la dignidad. Reviviendo viejas hazañas, recordando mitos revolucionarios y, quizás, recordando derrotas y frustraciones.

Pero eso qué importa, de nuevo en la calle codo a codo, somos mucho más que dos, como pontificaba con su voz suave el poeta uruguayo Mario Benedetti y vaya que el poema“Te Quiero” lo leyeron (y leen) multitudes y hasta sirvió como insumo para casar a más de alguno de esa generación romántica. Esa que camina junto con jóvenes lanzando proclamas contra el gasolinazo y Peña Nieto. Ese arcoíris que se extiende como fuego sobre una pradera seca llamada México. Donde se hermanan hombres y mujeres de la sierra y los valles, las selvas y las fronteras, los mares con las montañas.

Evaluaba hace unos días el periodista Javier Valdez, en Facebook, que el gasolinazo logró lo que no pudieron provocar las violaciones a los derechos humanos, los crímenes del gobierno o la impunidad de los poderosos. Que eso era triste. Sin duda muy triste. Aunque hay quienes dicen, y me lo dijo uno de los de mi generación, el gasolinazo es un punto de quiebre y encuentro de todos los agravios cometidos y la posibilidad de construir una nueva hegemonía, como lo sostenía Antonio Gramsci. Es una lectura optimista que renueva la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes.

El gasolinazo moviliza porque en lo esencial toca el bolsillo de las mayorías y los aumentos reducen la capacidad de consumo. Empobrece más a los que menos tienen y a río revuelto ganancia de pescadores.

Pero, disculpen por discrepar, no representa un movimiento crisol de agravios y los crímenes que se cometen a diario en completa impunidad. He visto sólo esporádicamente que se recuerde a Ayotzinapa o mención alguna contra los ex gobernadores prófugos y la complicidad de los políticos con el narco. Los disparos de precisión van hacia el Presidente y los políticos en funciones de gobierno.

He escuchado además el tono encendido y el relato de quienes toman el micrófono ante las multitudes inconformes. Están muy enojados porque el dinero ya no les va a alcanzar para sostener su mismo nivel de vida o acaso, no hay algo de eso, cuando se exige volver a los precios de la gasolina de diciembre pasado. Si eso se logra, probablemente baje sensiblemente el movimiento. Hay experiencias que así lo recuerdan.

Y están más molestos, pues mientras esto ocurre dirán con justicia que hay quienes se embolsan el dinero público vía salarios, estímulos, contratos, compensaciones, bonos, moches o sueldos a perpetuidad, como ocurre con los ex presidentes, que por lo demás son notoriamente longevos (Luis Echeverría, por ejemplo, este 17 de enero estará cumpliendo 95 años).

En tanto, la brecha social se ahonda entre un puñado de ricos y una amplia mayoría de pobres, y es notoria la caída a goteo de la clase media en los niveles de pobreza. La gente además de estar harta de atracos, no quiere bajar socialmente, por eso deja su individualismo y sale a la calle a protestar.

A decir ¡Ya basta!, y enfrentar a quienes oficiosamente han salido a decir la tontería de que ya nos acostumbramos a los subsidios y eso nunca debió haber existido. Que solo sirvió a los que más tienen, pues subsidiamos a quienes tienen autos.

Incluso, que fue tan mala decisión lo de los subsidios a los energéticos que lo único que provocamos fue una mayor contaminación en nuestras ciudades (Rubén Aguilar, dixit).

Se equivocan. Los subsidios siempre fueron pensados para compensar las disparidades sociales y regionales. Era un factor de equilibrio. De los combustibles no solo se benefician los que tienen autos, sino también el consumidor final, de cualquier producto en venta. Atiende a un asunto de costos de producción y distribución.

Pero, todavía más, hay periodistas, como Ricardo Alemán, que califican de idiotas a quienes se manifiestan por distintos medios mostrando un desprecio que solo puede ser productos de fobias ajenas acorde a los intereses que han provocado este desastre económico que pone riesgo la estabilidad.

En definitiva, me quedo con que el aumento de los precios de los combustibles son irremediablemente inflacionarios, no como dicen algunos analistas oficiosos, que representara décimas de un dígito, sino mucho más, y eso significa que en una franja de la población mayoritaria habrá menos de todo.

Y eso es suficiente, para que una generación otrora activista, se reanime y  desempolve lecturas y banderas de lucha por las mejores causas de México.

Da gusto, pues.

 

 

 

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