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2293 8 Febrero 2017

 

 

Noticias de don Severiano, el pregonero
Eloy Garza González

 

Monterrey.- “¿Ora qué mosca te picó, Severiano?” La mujer del viejo no termina de conocerlo, así lleven treinta y dos años viviendo arrejuntados. Por costumbre, don Severiano se levanta al clarear el alba. Oye los cantos de los gallos en El Mezquital y sale a recoger el altero de pasquines, con el distribuidor en turno. Es flaco, aunque puede cargar solito los bultos. Pero esta mañana es distinta. Toda la noche se la pasó don Severiano dando vueltas en la cama, piense y piense, como endemoniado.

La tarde anterior habían matado a dos muchachos. Cosas de los narcos. Un tiro en la nuca a cada uno y los cuerpos aventados en la cuneta de la avenida. La gente oculta en sus casas. La prensa omitió el doble asesinato. Así ha sido siempre. Matazón de los malos y silencio de periódicos. Hasta El Norte tiene miedo. La constante en esta tierra de crímenes que nadie cuenta.

Don Severiano de curioso en la cuneta. Parece un perro enclenque detrás de la bola de ministeriales. Pregunta a un policía pos qué pasó, pos a quién mataron, pos cómo los ajusticiaron. A retazos enterándose del hecho. De aquí para allá, de allá para acá. Arma el rompecabezas del crimen a duras penas y se va corriendo a una papelería. Compra dos hojas de papel bond, apurado para no olvidar detalles.

Regresa a casa. Saca una vieja máquina de escribir de los cachivaches que guarda en un rincón y mete una hoja tras otra de papel bond. Ahí se pasa la noche repiqueteando con sus dedos huesudos. Y su mujer: “¿Ora qué mosca te picó, Severiano?” Termina de atiborrar de letras las dos hojas, las lee de corrido y sale de volada a la única papelería abierta veinticuatro horas. Pide que le saquen cien copias.

Donde nadie lo ve, entre los matorrales de un terreno baldío, al lado de una granja de gallinas y chivos, don Severiano encarpeta cada fotocopia en los cien ejemplares de los periódicos que le dieron. Y camina casa por casa. Grita a todo pulmón: “¡Compre señito mi periódico! ¡Lea el caso de los primos que mataron ayer! Dos pobres chavos con disparos en la mera chompa”. Y la gente sale con las monedas o los billetes a comprarle sus periódicos a don Severiano.

En apenas tres horas de la mañana, don Severiano vende los cien ejemplares del periódico. La gente se sorprende al leer las dos cuartillas encarpetadas. El dinero apenas le cabe al viejo enjuto en los bolsillos del pantalón. Llega muy orondo a su casa, moviendo su esqueleto. Ganó en un día lo que antes recibía en una semana. Negocio redondo. Y su mujer: “¿Ora qué mosca te picó Severiano?” El viejo se palpa las bolsas, vanidoso. Saca el dinero y lo avienta a la mesa de la cocina. “¡Harta lana, vieja!” Como ya no habían visto desde hacía rato.

Esa noche don Severiano se la pasa dando vueltas en la cama. Piense y piense, rogando al santo de su parroquia, San Juan Bautista, que le cumpla el milagrito. Que haya una balacera esa misma noche. Que alcance a escuchar los balazos hasta su cuarto. Que pueda salir a preguntarle a los ministeriales pos qué pasó, pos a quién mataron, pos a quién ajusticiaron. Y más tarde se le hace el milagro. Balacera a dos cuadras de su casa y don Severiano da gracias a Dios Padre, por tantas bendiciones recibidas.

 

 

 

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