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2296 13 Febrero 2017

 

 

Culiacán Blues
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Veinte mil espectadores en la final de la Serie del Caribe entre México y Puerto Rico. Un juego de diez entradas que tuvo a la gente en un nudo de nervios hasta el último bateador. Gran pitcheo en ambas escuadras, con las subsecuentes nueve entradas, con ausencia de imparables, jugadores en base, carreras, triunfo.

La cerveza circulaba con la misma generosa velocidad del aire frío nocturno. Muchos de los ahí presente no perdía de vista el campo de juego, mientras mantenía el celular en la mano. Le interesaba también lo que pasaba fuera del estadio, porque estaba una guerra más allá de los bat y pelotas.  Interesaba en qué entrada iba la guerra que habían empezado desde el fin de semana los “Chapitos” y los “Dámaso”, con levantones, balaceras, ejecuciones.

Una guerra que inicio luego de la detención de Joaquín (El Chapo) Guzmán y que llegó a su clímax con la extradición del capo a un penal federal en Nueva York. Los buenos oficios de intermediación de El Mayo Zambada habían fracasado y se había impuesto la garra impetuosa de los más jóvenes del narco. Rompiendo reglas no escritas que han permitido la sobrevivencia tersa del negocio y la fortaleza del cártel. O los negocios, con esto de la diversificación, la especialización del crimen organizado, como lo afirma una y otra vez Edgardo Buscaglia.

Una de ellas, quizá la más sensible, la de que por ningún motivo se debe calentar la plaza. No atraer por esa vía las fuerzas federales que con su actuación alteran el escenario de negocios y ponen en riesgo el control del territorio, mucho menos ahora que Trump sugirió en plan coloquial a Peña Nieto: “que si son incapaces de combatirlo (al narco) ‘quizá’ tenga que enviar tropas para que asuman esta tarea”.

Pero, al final, está visto, se impuso la impetuosidad y el radicalismo del todo o nada. De que para la plebada del narco el poder tampoco se comparte. Los convoyes de camionetas de uno y otro bando viajan por el Valle de Culiacán. Iban dejando su impronta de muerte, sangre, terror, miedo. La sensación de desamparo es notoria, como también la certeza de quien manda verdaderamente en estas calles sin dios y el silencio indiferente del santón Malverde. 

En cambio, la imagen del gobernador disfrutando de la final de beisbol, junto a sus colaboradores más cercanos, con la chamarra de México bien puesta, es más que elocuente de la distancia existente con la violencia. Es para las redes sociales la viva representación del autismo del gobierno ante esta guerra que ha costado muchas vidas, tan solo en el mes de enero. La estrategia de seguridad pública de que se “maten entre ellos” lleva a la conclusión equivocada de que cuando termine esta escaramuza violenta el ganador será el gobierno y la sociedad aun con las bajas en sus filas pues, como diría un ex funcionario del gobierno del estado, habrá menos malos en la calle.  Cierto, sin embargo, es salirse por la tangente en un fenómeno medúsico con demostrada capacidad de reproducción.

Ya se esperaba la escalada de violencia criminal con el inicio del año, con el comienzo del gobierno de Quirino Ordaz Coppel, de cuatro años y diez meses. Ya no están a la vista los intermediarios que permitieron la paz malovista de los 7 mil homicidios dolosos y cientos de desaparecidos. Llega nuevo personal a esos cargos y están viviendo los primeros días de la curva de aprendizaje. Solo que la curva no es  administrativa, sino de manejo de situaciones de alto riesgo, de personas inocentes que han perdido la vida por estar en el momento y el lugar equivocado.

Caen de uno y otro bando en escaramuzas violentas en zonas pobladas. Esas que tienen en las esquinas un OXO o un Kiosko para comprar lo de último momento, lo de la fiesta con los amigos. Hay miedo entre la gente. La amenaza de una bala perdida está latente aún en los momentos de sueño y muchos fueron esta semana a la cama con la imagen patética de la mujer embarazada que reposa en un charco de sangre.

En esa foto infame se sintetiza el daño que ocasiona el crimen organizado y el fracaso de los gobiernos, la impotencia de un pueblo, la incapacidad o la corrupción. No hay respiro. La gente se recoge en sus hogares más temprano y muchos salen a lo indispensable. Aun cuando sabe que no podrá dormir sin sobresalto, sin los nervios alterados, sin el Jesús en la boca. Quizá, estaban viendo el partido de béisbol, con un par de cervezas, para distraerse mientras se escuchaba a lo lejos la traca-traca en la noche siniestra.

Se van las visitas beisboleras con la derrota final de los peloteros mexicanos, que jugaron a lo grande, con mucha voluntad, se llevan las imágenes del poder de bateo y juego de la escuadra cubana, el juego dinámico de los dominicanos, el orgullo venezolano y la grandeza de los boricuas que contra todo pronóstico fueron de menos a más, como también ese crisol de belleza latinoamericana que vimos en las gradas apoyando, bailando, festejando, con la gorra de su equipo bien puesta y la noticia tragicómica  de que las únicas personas detenidas fueron dos bellas venezolanas que en medio del aquelarre beisbolero mostraron al público sus bellos senos. 

Nos quedamos en Sinaloa, además del malestar de la derrota en casa, con las huellas de ese drama humano que significaron estos días de emociones encontradas y la sensación de un gobierno impotente que deja correr impunemente el agua de la violencia.

Es lo triste, más triste que “Love in Vain”, de Robert Johnson, considerado por muchos el blues más triste de la historia de este género (La letra invoca la soledad y la partida de los seres amados).

 

 

 

15diario.com