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2296 13 Febrero 2017

 

 

Cárdenas por Cárdenas, I
Víctor Orozco


 
Chihuahua.- Hay en la historia de México varios personajes a cuyo nombre se asocia una época. No porque hayan estado presentes en cada uno de los acontecimientos que la caracterizan, pero sí en los de mayor relevancia. La fase de la inestabilidad, los cuartelazos inacabables, el predominio del clero, las guerras extranjeras perdidas, las mutilaciones de territorio, traen de inmediato la figura del general Antonio López de Santa Anna.

La etapa de la construcción del estado mexicano, su separación de la iglesia, el establecimiento de las libertades públicas, la resistencia a las invasiones y amenazas del extranjero, se vinculan al licenciado Benito Juárez. Luego la pacificación del país, la modernización, la construcción de ferrocarriles,  el gobierno dictatorial, los privilegios para grandes propietarios o empresarios nacionales o extranjeros, la represión violenta de obreros y campesinos, tienen como referente al general Porfirio Díaz.

Y, la revolución hecha gobierno, la defensa de los recursos nacionales, la promoción de las organizaciones obreras y campesinas, la educación popular, la política exterior independiente, encuentran en el general Lázaro Cárdenas del Río a su exponente indiscutible.
 
De este último se ha escrito a raudales. Su obra como presidente de la república entre 1934 y 1940, dejó un profundo surco en la vida de México y en la conciencia de los mexicanos. Por ello, su trayectoria sigue estudiándose y generando nuevos libros.

El que ahora comentamos, tiene de entrada una particularidad, está escrito desde dos cercanías entre autor y biografiado: primera, la afinidad en las ideas así como en la acción política y segunda, la intimidad familiar. El voluminoso trabajo que nos entrega el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, sobre la vida de su padre, nos permite mirar al personaje amplificando la visión de gestas, episodios y detalles, como ninguna otra biografía previa.
 
Cuauhtémoc, él mismo un protagonista de la historia contemporánea mexicana, compartió en su infancia y en su juventud-madurez, los pensamientos y las razones del actuar político de Lázaro. Heredó del general muchas de las perspectivas e idearios sobre México y el mundo. Incluso, debió heredar también su nombre, salvo porque al general Francisco J. Múgica, quien lo llevó ante el juez del registro civil, olvidó o no supo que su progenitor había decidido llamarlo Cuauhtémoc Lázaro.

 
Comienza en la primera juventud del general un hábito que me impresiona y que arroja luz sobre la formación del carácter. Es la costumbre de llevar un cuaderno en el cual registró a lo largo de los años hechos y pensamientos. Tal práctica no la han cultivado todos los grandes, pero sí ha distinguido a muchos de ellos. Se cuenta que Diderot, el organizador de la enciclopedia francesa, nunca abandonaba su libreta de anotaciones. Dejar constancias permite al mismo tiempo no olvidar y construir la propia vida, en tanto se hace posible volver los ojos sobre sí mismo, advertir errores, aciertos, vicios y virtudes. “Creo que para algo nací. Algo he de ser...”, escribe el adolescente en su cuadernillo el año de 1912. El año previo, había consignado una idea que le acompañará toda la vida: su adhesión al movimiento con el cual se fundiría su propia personalidad, refiriéndose a sus iniciadores como “hombres que dieron principio a la revolución y supieron darnos libertad”.
 
En 1913, apenas cumplidos los diez y ocho años, Lázaro Cárdenas comienza a realizar sus sueños de grandeza, al incorporarse a las filas de la revolución bajo el mando del general Guillermo García Aragón, cerca de su natal Jiquilpan. El escenario de las acciones de guerra en las cuales participó, en Jalisco y Michoacán, me trae a la memoria confrontaciones casi paralelas durante la sangrienta guerra de reforma. El libro de Cuauhtémoc Cárdenas es parco en las descripciones, pero el lector puede colegir el impacto que las batallas, con sus terribles escenas de muerte y aniquilamiento, debieron tener en el alma del joven combatiente. De seguro, le endurecieron los sentimientos, pero, en una personalidad proclive al altruismo y al rechazo del dolor o la injusticia, al tiempo lo inclinaron a buscar los grandes remedios para evitar en el futuro tantos sufrimientos colectivos.
 
La revolución constitucionalista triunfa sobre el huertismo y le sigue la terrible lucha de las facciones revolucionarias. Las gentes se fueron a morir entonces en el bando que por azares de las circunstancias quedaban adscritos. El mayor Lázaro Cárdenas, pertenecía a la división comandada por el general Lucio Blanco, quien fue convencionista. Con este grado, marchó hacia Chihuahua y de Casas Grandes enrumbó con el batallón a su mando hacia la ciudad de Agua Prieta. En ésta, se encontraba sitiado el general Plutarco Elías Calles, por las fuerzas de José María Maytorena, el gobernador sonorense subordinado al general Francisco Villa. La unidad militar de Lázaro Cárdenas estaba destinada al auxilio de los sitiadores. Allí, decidió abandonar el villismo y regresar a sus orígenes constitucionalistas. Se encontró con Calles, quien de le dio la bienvenida. “Al frente de 400 hombres... entró Cárdenas a Agua Prieta, para quedar bajo el mando directo de Plutarco Elías Calles. Esta decisión y esta relación fueron decisivas en su vida y determinantes de su futuro militar y político”, escribe el autor. Por principio, salió del lance ascendido a teniente coronel.
 
¿Por qué abandonó Lázaro Cárdenas al villismo y se reincorporó al bando de Venustiano Carranza? Hay varias hipótesis razonables. Una, es que advirtió mayor consistencia política e ideológica entre los jefes carrancistas. Otra, probablemente decisiva, es el fusilamiento-asesinato de su  antiguo jefe, el general García Aragón por órdenes de Emiliano Zapata y el del periodista Paulino Martínez por las de Francisco Villa, quienes intercambiaron a las presas. Las dos víctimas de la ira de los caudillos, fueron  protagonistas de la Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes. El segundo, opositor a la dictadura desde antes de 1910. Quizá comprendió que nada bueno esperaba a la nación bajo la férula de estos caudillos. Con el tiempo, se daría cuenta que su jefe, Álvaro Obregón, el general triunfante en la guerra de 1915, hacía matar a sus oponentes o desafectos, con la misma saña que aquellos.

 
El Michoacán de sus ancestros y de sus amores, constituye el laboratorio en el cual Lázaro Cárdenas adquiere su formación de político. Es gobernador, comandante militar y partícipe o árbitro en la enconada lucha por el poder. Allí, en 1918, conoce al general Francisco J Múgica, de recio temple, quien se transformará en mentor, correligionario, amigo y confidente durante las siguientes décadas.
 
Allí también encuentra, después de los azares amorosos que siempre depara el ir y venir entre cuarteles y campos de batalla, a la mujer que le brindará la pasión y el sosiego. No es el militar atrabilario tomador de las mujeres sin o contra su voluntad. Lejos de ello, en la narración que hace Cuauhtémoc del noviazgo de sus padres, Amalia y Lázaro, se manifiesta un hombre inclinado al cortejo incitante, pero respetuoso y paciente. La ceremonia del matrimonio también es muy a su estilo: austera, con pocos invitados, muy lejana a los suntuosos y tumultuarios festines de muchos revolucionarios a la sazón ya encumbrados. Se realizó el 25 de septiembre de 1932 y “no hubo brindis”, recordó después la desposada.

(Continuará.)

 

 

 

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