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2302 21 Febrero 2017

 

 

Isabel Arvide y la vida sexual de los políticos
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Hace días me invitaron a una conferencia de Isabel Arvide. Para quien no conozca a esta periodista, diré que el estilo de Arvide es como hacer crónica bajo las sábanas. La señora ha sido amante de importantes políticos y altos mandos militares. Con esto no la difamo porque hay confesión de parte. Ha publicado muchos libros con estos detalles y anécdotas picantes. Incluso revela pasajes de su autobiografía sexual con un desparpajo simpático y muy quitado de la pena.

Por eso me cae bien. Es amena y perversa. Nos cuenta cada salida de sol y cada metida (juro que no es poema).

Como única objeción diré que muchos de sus chismes son historia patria. Que Sasha Montenegro golpeaba al minusválido José López Portillo, hasta tumbarlo de la silla de ruedas y dejarlo abatido en el suelo, entre babas y orines, es un dato que ya no aporta nada al debate de las ideas. Diré, eso sí, en su descargo, que uno sabe a lo que se atiene cuando escucha a doña Isabel.

Lo explicaré en los siguientes términos: si asistimos a una conferencia de Stephen Hawking, no espere que el célebre cosmólogo nos hable (o trata de hablarnos) de chismes sobre políticos mexicanos. Su campo de dominio es la física cuántica. Viceversa: nadie pretenda que en una conferencia de Isabel Arvide se aborde la física cuántica. Ni siquiera de teoría política. Ni siquiera de una teoría. Lo suyo es ventilar quién se acuesta con quién y cuánto vale la ropa interior de Elba Esther Gordillo.

Con todo, un planteamiento que escuché a doña Isabel fue digno de llevárselo de tarea a la casa (he dicho casa). ¿Es Peña Nieto quien devalúa la investidura presidencial o es la investidura presidencial la que está devaluada? Y otra pregunta más controvertida: ¿la autoridad de un mandatario mexicano es ahora tan restringida que ya no tiene sicarios de confianza como para mandar matar a un oponente?

Respondo a la primera pregunta con otra pregunta: ¿por qué sería tan importante para el mexicano común y corriente preservar la otrora sacrosanta investidura presidencial? ¿Para qué nos sirve a estas alturas ese cacharro oxidado? ¿No sería mejor fijar una verdadera división de poderes que tanto nos urge?

Respondo la segunda pregunta con una duda atenazada por el miedo: ¿y por qué un mandatario mexicano tendría que arreglar sus conflictos personales mandando matar a su oponente? ¿De no poder hacerlo pierde parte de su autoridad? ¿Mandó matar el presidente Cárdenas a su peor enemigo, Plutarco Elías Calles? ¿Se vio débil don Lázaro enviando mejor al exilio al rejego de Calles?

En otras palabras, lo que haga Peña Nieto de la cintura para abajo, es algo que no me afecta ni me beneficia a mí ni al lector de este artículo. Es más: ojalá los altos jerarcas del gobierno se entretuvieran más con sus cosas personales (sin robar) para que dejaran de joder al respetable. Pero como los políticos mexicanos son muy hábiles para hacer varias cosas al mismo tiempo, salimos perdiendo todos. Luego vendrá doña Isabel, a toro pasado, a contarnos sus intimidades. ¿Y ya para qué?, me cuestiono con el corazón contrito y la decepción que tendría una oveja cada que viene un nuevo pastor a esquilmarla por enésima vez con el pretexto de protegerla de las inclemencias del monte. Y encima, la ovejita tiene que mortificarse porque la méndiga investidura del pastor se devalúa. Cada quien su vida.

 

 

 

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