Suscribete

 
2306 27 Febrero 2017

 

 

Fuga hacia adelante
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Contrariamente a la línea de confrontación de personalidades entre Enrique Peña Nieto y Donald Trump, tienen mucho en común, pues con bastante en contra, sigue cada uno en la línea de campaña trazada, tope con lo que tope y se lastime a quien se le lastime.

Raymundo Rivapalacio, sin embargo, explora con acierto en su texto “La Cosmogonía de Toluca”, el terreno de las diferencias de talante entre ambos personajes: “Uno, el Presidente Enrique Peña Nieto, sin ningún entrenamiento que le permita afrontar con eficiencia el desafío que tiene enfrente, muy poco creativo en la construcción de opciones y terriblemente adverso a los riesgos. Y el otro, el Presidente Donald Trump, incompetente político, mercurial, vengativo y mensajero del terror y la incertidumbre”.

Quizá, más allá del temperamento de cada uno de ellos que, sin duda, es muy importante, lo son más las políticas de su gobierno sobre todo cuando a “Peña Nieto le acomodan la estrategia y a Trump tienen que acomodarle la estrategia para que se apegue a sus dichos en Twitter”.

Veamos, la pasividad de uno y el hiperactivismo del otro, está montado en decisiones públicas que son en un caso notoriamente contrarias a la oferta de  beneficios que hizo para alcanzar la Presidencia y en el otro, ha dicho que para cambiar la situación resultaba necesario sacudir todo e ir por los culpables reales o infundados.

Los destrozos ahora están ahí a la vista de todo mundo. Movilizaciones ciudadanas contra el gasolinazo y el estandarte de ¡Fuera Peña! y el cuestionamiento sistemático contra el nuevo ocupante de la Casa Blanca.

La prudencia política de ambos llamaría hacer alto en el camino y reconsiderar sobre muchas de sus decisiones e impulsos, sus palabras, su oferta. Las políticas de sus gobiernos. Pero no, llevan a cabo una fuga hacia adelante, aun con los costos que esto significa para su gobierno, los gobernados, su partido, la familia y lo personal. Nada cuadra. Todo parece tan frágil y efímero. La agenda de gobierno en ambos parece un nudo de emociones antes que una estrategia bien definida que en medio de las dificultades siempre ofrezca lo mejor dentro de lo posible.

Peña Nieto tiene menos del 20% de valoración positiva y las encuestas sobre intención de voto para las elecciones presidenciales de 2018 ubican a su partido, el PRI, como en 2006 cuando quedó en un lamentable tercer lugar. Que, se ve hoy, muy difícil de remontar. Donald Trump, en cambio, que llegó a la Presidencia de los Estados Unidos con 3 millones de votos menos que Hillary Clinton pero ganando en la mayoría de los distritos electorales ha provocado rápidamente una gran frustración hasta en las mismas filas republicanas por ser quizá el Presidente de más impredecible por sus constantes cambios de humor, sus arranques en busca de culpables y la desmedida vocación mesiánica.

No es casual que ya se hable de impeachment por el escaso apego a normas constitucionales y al derecho internacional.

Es el momento cuando muchos se preguntan ¿Qué les pasa a Peña y a Trump? Porque no les funciona la lógica más elemental y deciden corregir lo que no les está funcionando en sus gobiernos. Un buen gobierno se mide por la capacidad de renovarse cada día si resulta necesario, nunca dejar que los problemas superen las capacidades políticas.

La explicación originaria fue que ambos buscaban romper paradigmas alterando el status quo, uno acabando con las instituciones de lo que quedaba del nacionalismo revolucionario e instalando el modelo neoliberal con aquello de que “toda mercancía debe crear su propio mercado” y el otro, en su ideario populista ofrecía ir en contra de la burocracia de Washington que había provocado una resta en la hegemonía estadounidense y debía detenerse so riesgo de que otros países ocupen sus espacios tradicionales.

Fue así como Peña Nieto, recién llegado a la Presidencia de la República, impulsó el llamado Pacto por México, un rosario de reformas económicas, sociales y políticas, que provocaron entusiasmo entre las elites nacionales y extranjeras. Se habló en aquel entonces del Mexican moment, como calificó la revista Time, que representó para el grupo gobernante la constatación del reconocimiento ante la historia. No había que salirse de esa línea reformista aun cuando la realidad demostrara su inviabilidad como agente redistribuidor de la riqueza. Es decir, mayor pobreza.

Donald Trump, en cambio, en unas cuantas semanas en sintonía con su temperamento y sus fantasmas o quizá pensando en la reelección dentro de cuatro años, hace lo propio y no deja ningún día sin atizar contra sus enemigos y es lo que seguramente explica sostener el mismo discurso de campaña haciendo eco de sus potenciales clientelas electorales.

En definitiva, contrario a la opinión que busca explicaciones en el talante de cada uno de ellos habría que buscar las afinidades de ambos personajes en el modelo económico y en la impetuosidad de su fuga siempre hacia adelante.
Claro, con costos altos para mucha gente.

 

 

 

15diario.com