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2306 27 Febrero 2017

 

 

Cárdenas por Cárdenas, II
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- El choque Calles-Cárdenas. Al general Plutarco Elías Calles se le conoció entre 1929 y 1936 como “Jefe Máximo de la Revolución”. El laudatorio título le fue impuesto por los aduladores políticos que lo rodeaban y lo convirtieron en el árbitro de las luchas por el poder. El sonorense aceptó con gusto el papel de todopoderoso, subordinante de instituciones y altos funcionarios, mandos del ejército e incluso del Presidente de la República.

Disfrutaba de ejercer su influencia, haciendo temblar al mundo político con alguna simple declaración y hasta con un gesto expresados en el momento oportuno. El 12 de junio de 1935, en el medio de la pugna –soterrada o abierta en ciertos ámbitos–, que tenía con el Presidente Lázaro Cárdenas, se decidió a ejecutar una jugada pensada quizá como definitiva, lanzando una amenaza frontal: “Está ocurriendo exactamente lo que ocurrió en el periodo del Presidente Ortiz Rubio... Cuando comienza la división de los grupos a base de personas, toman parte en estas divisiones, primero, los diputados, senadores, gobernadores, ministros, y, por último, el Ejército. Como consecuencia, el choque armado y el desastre de la nación”. Incluso para el mal entendedor, estas palabras significaban una especie de ultimátum al ocupante del Palacio Nacional: o se subordinaba o habría guerra. Al fin, contaba con el apoyo del grueso del ejército y de la clase política, de quien recibió aplausos a veces unánimes, como el brindado por la Comisión Permanente del Congreso de la Unión a sus pronunciamiento.
  
Los vientos para Calles habían cambiado, sin embargo. Cárdenas, en buena parte su hechura política como tantos otros, se sabía y se sentía Presidente de la República. Pero además, con perseverancia y sin cesar, había construido un armazón firme, para sostener a la institución presidencial. Había sustituido poco a poco a los generales callistas con mando de tropas y con rapidez fulgurante, ordenó el desafuero de diputados y senadores, desapareció los poderes en varios estados de la República, en una ocasión tres el mismo día... y al final del drama, mandó aprehender al invencible caudillo, a quien un general sacó de su cama para subirlo a un avión junto con tres de sus amigos más conspicuos. El vuelo se dirigió a los Estados Unidos y en el camino se gestionaron las visas. No hubo alzamiento militar, ni se descompuso ninguna pieza del régimen. Al contrario, en el curso del choque se formó el Comité de Defensa Proletario, agrupación de masas que apoyó al gobierno y a la política agraria y obrerista seguida por éste. El lance, implicó la consolidación del Estado mexicano de una vez por todas y a la vez, se concluyó con la funesta era de los golpes militares que padecíamos desde la consumación de la independencia. Desde entonces, cada presidente ha terminado su mandato sexenal.

La reforma agraria
Se ha puesto de moda negar las reivindicaciones sociales, entre ellas la exigencia del reparto de las tierras, como una de las causas centrales del movimiento armado comenzado en 1910. Dicen algunos revisionistas, que todo se debió a una encarnizada reyerta por el poder, en la cual los campesinos, sin bandera alguna, jugaron el miserable rol de carne de cañón.

Lázaro Cárdenas entendió y asimiló desde muy joven la enseñanza contraria. Desde que veía en su natal Jiquilpan los abusos de los dueños de La Guaracha y otros hacendados. Sus privilegios y contrastes con los campesinos desposeídos. Lo vivía materialmente cuando "...acompañaba a su abuelo Francisco Cárdenas Pacheco al recuadro de dos hectáreas que rentaba en las faldas del cerro de San Francisco, en el que cultivaba maíz y calabaza", según nos narra Cuauhtémoc Cárdenas. ¡Dos hectáreas pedregosas en las faldas de un cerro! Miles de sus coterráneos estaban en las mismas o alquilados en las grandes haciendas, de 50 u 80 mil hectáreas cuyos dueños vivían como grandes potentados. Y, en todo el territorio nacional, se padecían situaciones similares. Incluyendo el Norte, que algunos despistados y otros flojos para investigar, han insistido en que no había problema agrario. Don José Fuentes Mares, el eminente historiador chihuahuense, por ejemplo, alegaba con un argumento tan ingenuo como incompatible con su talento, que nada se podía reprochar a los grandes terratenientes de Chihuahua, como el general Luis Terrazas, porque si se dividía el estado entre el número de sus pobladores ¡Todos resultarían latifundistas! Pero apenas se asoma uno a los archivos municipales, de los juzgados penales, de los litigios civiles, de los periódicos de la época, de los pleitos en los pueblos, se percata que el mundo rural chihuahuense hacia 1910 estaba preñado de revolución por los conflictos en torno de la tierra.
  
Ya presidente, Lázaro Cárdenas, nunca olvidó su aprendizaje campesino. Lo reafirmó con sus idas y venidas por buena parte de la república en las campañas militares. Y, cuando visitó hasta el último pueblo y ranchería en un colosal recorrido como candidato presidencial. Se convenció de que había que entregar la tierra a quienes la trabajaban: para hacer justicia, para construir una base social en la cual descansara el desarrollo económico y para garantizar la permanencia de los cambios. Entregó 18 millones de hectáreas, como nunca en los gobierno previos, que habían tenido ya el artículo 27 de la Constitución pero poco habían hecho para cumplir sus mandatos.

La política exterior
Muchos mexicanos son propensos a la autodenigración. Casi siempre están vilipendiando a personajes históricos, negando el mérito a protagonistas de gestas y epopeyas nacionales. Esta actitud, ha contribuido a desdeñar y negar los grandes méritos de la diplomacia y la política exterior en diversos lúcidos momentos. Si lo recordamos, desde las primeras décadas del México independiente brillaron diplomáticos como Vicente Rocafuerte, ecuatoriano de origen y primer embajador mexicano en Inglaterra. Durante la guerra de reforma, México se defendió con inteligencia de las agresiones extranjeras. El tan vituperado como desconocido tratado Mac Lane-Ocampo, fue un triunfo diplomático, que en una jugada de tres bandas, evitó a la vez la inminente invasión de España como la de Estados Unidos. Durante la intervención francesa y en varios episodios del régimen porfirista se volvió a expresar la política exterior soberana de México.
   
Entre 1935 y 1940, se escribieron algunas de las páginas más brillantes y dignas en nuestras relaciones con el mundo. Mexico defendió a Etiopía ante la agresión del gobierno italiano en 1935, hizo lo mismo cuando Hitler anexó Austria al Estado alemán en 1938, se comprometió con la república española en 1936, víctima de un alzamiento militar apoyado por los nazis y fascistas. Luego, abrió sus puertas a los perseguidos de Europa, principalmente españoles, pero también judíos, alemanes, austriacos.

Recuerdo muy bien a mi maestro y amigo el doctor Friedrich Katz, cómo le brillaban los ojos por la gratitud, cuando rememoraba el refugio brindado a su familia, que de otra suerte habría terminado como millones en los campos de concentración. Por otra parte, no sólo se acogió a los perseguidos por los nazis, también Cárdenas desafió a Stalin otorgando asilo político a León Trotsky.
  
En suma, fue un hito en la historia diplomática de México durante el cual creció y se fortaleció ese patrimonio intangible pero determinante para formar el carácter de los individuos y de los pueblos, constituido por la dignidad y la autoestima.

 

 

 

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