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2308 1 Marzo 2017

 

 

3 días en Mayo
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Pocas puestas en escena erizan tanto la piel de los espectadores como “3 días en Mayo”. El majestuoso montaje de esta obra en la Ciudad de México, sobre Winston Churchill y las discusiones en el gabinete de guerra británico de 1940, es modelo de negociación política. Imposible perdérselo. Enfrenta al espectador boquiabierto con dilemas éticos de gran calado y la presencia dominante de un Primer Ministro con innumerables defectos, que sin embargo no le restan méritos para ser uno de los más grandes hombres que hayan pisado la tierra.

Churchill encarna en el actor Sergio Zurita con una similitud física que raya en lo asombroso: son como dos gotas de agua. Desaforado, con rasgos de bipolaridad que lo tornan un ser sensible y en el fondo cariñoso, detrás de una máscara de severidad británica. Las confrontaciones personales con su inclemente adversario en el parlamento, Neville Chamberlain, fue una ruda pugna soterrada, que remató con un gesto de magnanimidad de Churchill cuando, a pesar de vencerlo políticamente (le arrebató el cargo de Primer Ministro durante la Segunda Guerra Mundial) dejó que éste siguiera viviendo con su esposa en el 10 de Downing Street.

Nada qué reprocharle al autor de “3 días en Mayo”, Ben Brown, periodista de Time Inc, donde además es editor en jefe. Si acaso objetaría algunos detalles que no trastocan lo fundamental de la obra. No está documentado que en ningún momento Churchill llegase siquiera a pensar en negociar con Hitler, a través de Mussolini, el Duce de Italia. En realidad este plan pletórico de sentido común del Ministro de Relaciones Exteriores, Lord Halifax, se topó con la necedad legendaria de Churchill, duro como una piedra.

Otras objeciones las arrincono más bien en el anecdotario de hábitos singulares de Churchill. Por ejemplo, que le gustaba beber whisky de más. Sin embargo, no solía tomarlo derecho sino rebajado con agua corriente. Y antes que un single malt, prefería el Johnnie Walker, Black Lable (afición a la que también era muy afecto Nelson Mandela). ¿Por qué teniendo posibilidad económica de hacerlo, no prefería un Blue Lable? Es un gran misterio histórico. Es auténtica la anécdota de que Churchill despreciaba el Jack Daniel's, hasta que en un viaje por EUA en el tren presidencial de Franklin D. Roosevelt, éste lo convenció de su destilado nativo. Qué tanto fue simple diplomacia británica que verdadero descubrimiento etílico de Churchill, queda para la posteridad, como otro de los grandes misterios de la historia.

Por otra parte, acierta el autor al poner en los labios de Churchill el habano Romeo y Julieta, que el británico aprendió a fumar desde sus incursiones como joven corresponsal de prensa de la guerra española con Cuba. Pero en la obra teatral, el tabaco liado es tan pequeño que más parece un purito que un habano. Por cierto, el Romeo y Julieta sigue siendo, a mi gusto, mejor tabaco que el Cohiba, al menos el que se vende hasta la fecha en La Habana o Santiago.

Finamente, más que gritón, Churchill era irónicamente tajante. De ahí su consejo a un general que vociferaba órdenes desde el cuarto de guerra, en mitad de uno de los bombardeos alemanes a Londres. Churchill intentaba hacerse oír entre la explosiones ensordecedoras hasta que pudo acercar sus labios a la oreja del subordinado: “señor general, hágame el favor de no perder nunca el estilo”.

 

 

 

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