Suscribete

 
2309 2 Marzo 2017

 

 

Billar
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Yo, que he sido muy maleta para ver o practicar cualquier deporte, aprendí a jugar billar. Dirán del único deporte que soy bueno, que es el juego menos deportivo del mundo. Pero para el caso y todo efecto práctico, puedo ser catalogado como deportista nato y neto.

Practicaba con unos burócratas con catadura de rufianes (o al revés, lo mismo da) en unos salones de billar frente a la placita de Tlalpan, sin aire acondicionado, pero con abanicos de aspas largas pegados en los techos, y más lentos que la rotación de la tierra. Aunque a mí siempre me ha dado igual sudar, a condición de que sea con un taco en las manos o una finalidad sensitiva de desfogue.

El punto es que ni como neófito rasgué jamás un paño. Y me volví experto en la carambola y el retrueque. Cada vez que ganaba una partida, mis cuates borrachines se volvían piadosamente más amigos míos, supongo que para dispararles la siguiente ronda de jaiboles o tequilas, artículos de primera necesidad para ellos. Pero yo les repetía el verso que más ha fructificado en mi alma: “el único amigo seguro es en el bolsillo un duro”.

Con el dinero que al cabo de una tarde gané afanosamente en el billar, me perdí por los arrabales de Tlalpan y atraqué con una musa en estado de merecer de las que ponderaba el poeta Ramón López Velarde: “con el pecho bravío, empitonando la camisa, hacen la lujuria y el ritmo de las horas”.

De aquellos trotes juveniles han pasado veinte años y ya dejé mi veleidosa afición de billarista y otras que por prudente recato omito, pero aún me regocijan los timbres de gloria pasada. Que otros se jacten de las páginas que han escrito o que han leído. A mí me enorgullece el dinero que gané en el billar.

 

 

 

15diario.com