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2311 6 Marzo 2017

 

 

Los mojados y el burdel del abuelo de Trump
Eloy Garza González

 

Monterrey.- A Carlos Fuentes le gustaba escribir y pronunciar frases grandilocuentes. Hasta que en mala hora murió, se agotó para siempre la noria de sentencias para la posteridad (ese lugar al que todos queremos llegar, pero posponiendo lo más posible las peripecias del traslado). Una de sus frases más faroleras fue definir los 3 mil 185 kilómetros de frontera entre México y EUA como una cicatriz histórica que no cierra y que sigue ofendiendo a los mexicanos. ¿A poco sí?

Sobre la cita de Fuentes tengo dos objeciones: la primera, que si una cicatriz no cierra en más de 170 años, antes que cicatriz es gangrena. La segunda, que en razón de que los mexicanos en promedio no leemos ni un libro al año, es imposible que nos lastime un incidente histórico que afectó a nuestros tatarabuelos. Dudo mucho que nuestros migrantes crucen el Río Bravo mortificados por el territorio que mal vendimos hace decenas de años. En todo caso su pendiente es más simple: que no los pesque la border patrol.

Esta dizque ofensa histórica que a estas alturas ya no la cree nadie, sepulta una verdad como lápida: por esa frontera cruzan más de un millón de personas cada día y más de 437 mil vehículos. Donald Trump nos ofende no porque hunda su dedo en la cicatriz histórica (licencia poética de Fuentes) sino porque quiere obstaculizarnos la pasada. Así de simple.

Tantas deportaciones masivas desde hace décadas, y la crisis económica de 2008, provocó que el flujo de inmigrantes de México a EUA se redujera en 2016 a menos de la cuarta parte. Trump quiere levantar un muro de 20 mil millones de dólares para prácticamente detener el tránsito ilegal de fantasmas.

Ergo, el problema pues no es la frontera, sino los 12 millones de mexicanos que viven del lado de allá y que no quieren regresarse del lado de acá. Sin contar a sus casi 25 millones de hijos y nietos ya nacidos en la patria de Lincoln y Miley Cirus. Es decir, somos muy buenos para reproducirnos, con o sin televisión en casa.

Lo más injusto de las políticas migratorias de Trump (nieto de migrantes alemanes que pusieron un burdel apenas pisaron suelo americano), es el trato a los dreamers. Estos 700 mil jóvenes sin documentos que desde niños fueron llevados a EUA sufren la peor pesadilla en forma de copete güero. Su estatus migratorio legal, beneficiado desde 2001 por la iniciativa de ley conocida como Dream Act, amenaza con esfumarse de buenas a primeras. Se les quiere declarar de nuevo como ilegales.

Si se recuerda que Trump abusó de cientos de migrantes polacos en los años 90 para construir sus torres en Manhattan, a quienes mantuvo como virtuales esclavos, a pan y agua, durante varios años, veremos que el inquilino de la Casa Blanca no es parejo. Si imaginamos que su abuelo pudo morir de sífilis en sus propios burdeles, por culpa de alguna de las señoritas indocumentadas que trajo de Baviera a abrir su corazón y sus germánicos muslos, Trump pudo no haber nacido. O peor: pudo haber contraído una enfermedad venérea hereditaria que le impidiera ser mandatario por incapacidad mental. O a lo mejor ahí está el meollo de sus locuras presidenciales. ¿Y uno qué culpa tiene?

 

 

 

15diario.com