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2311 6 Marzo 2017

 

 

Mirar el machismo
Lídice Ramos Ruiz

 

Monterrey.- Hace unos días en este mismo medio, el colega Francisco Gómez Maza, nos presenta una serie de reflexiones sobre una “escuela contra machos”, donde personas, generalmente hombres, generadores de violencia, pueden ser re-educados y mejorar las relaciones de pareja, si es que todavía la tienen o al menos conseguir satisfacciones y sonrisas  al acercarse a sus hijas o hijos sin que medie la violencia.

Pretendo en estas líneas continuar con el tema, colocando la mirada desde una perspectiva feminista que aporte a la discusión elementos que Francisco deja medio sueltos, porque su pregunta profunda es: ¿Si no fuéramos machos?

Es muy gratificante que hombres de su inquietud y palabra descubran una política pública que opera en el sector salud y que se viene aplicando desde hace unos años por mandato de la Ley General de Acceso a Una Vida Libre de Violencia, lograda hace 10 años. De manera lenta y distinta ha llegado esta ley a los estados del país, que al reglamentar sus obligaciones indican a las secretarías de salud, que en dichos espacios se tengan programas de autoconciencia y mejora personal de hombres que por distintas razones tienen cargos judiciales por violencia.

No siempre son programas preventivos, como el que parece tiene Antonio Morales en la Secretaría de Salud de la Ciudad de México, como el que narra Francisco. En Nuevo León, son programas remediales y muchas veces obligatorios, si los varones desean liberar cargos, entenderse a sí mismos y reconocer los tipos de violencia que son capaz de ejercer por su ignorancia o mal formación educativa.

Para mí, el machismo es el concepto que describe desde nuestra América al orden sociocultural que la cultura eurocéntrica llama patriarcado. Un orden de dominación de los padres sobre las madres, los hijos e hijas que ha tenido sus reacomodos a lo largo de la historia de la humanidad y que se trasforma sin desaparecer. Orden que se refleja no sólo en casa, sino en los ámbitos de toda la vida: económico, judicial, educativo, religioso, comunitario y demás.

El patriarcado es un modelo de género instituido desde el derecho romano. Una invención humana creada en apoyo a los hombres para que descifren y se comprometan con el lazo biológico-social que los une con su progenitura. La paternidad, como ejercicio de las relaciones humanas, tiene un reconocimiento más difícil que la maternidad, siempre evidente por el embarazo o el parto. 

Pero ese derecho les dio poder absoluto, sin ninguna limitación. El “pater familias” como la fuente y origen de todo poder, ya religioso, militar, social, personal, político, económico. El orden socio-cultural del régimen esclavista estuvo garantizado en este tipo de orden de género.

Durante el medioevo, los juristas atestiguan el orden de género en: Dios, el rey y el padre de familia. Reconocen diferentes tipos de paternidad, porque las personas de estas sociedades se cobijan bajo otra clasificación. No será lo mismo el padre aristócrata, que el campesino o el padre de la ciudad.

La Modernidad como etapa histórica, con sus ideas y normas, conduce a que la procreación pierda prestigio en la conciencia masculina; los acontecimientos en el ámbito público, desplazan los temas de reproducción de la vida humana a lo privado y a las mujeres, pero el orden social integral, conserva toda la potencia patriarcal que subsume la contribución de las mujeres y sus espacios de acción.

En el siglo XX, y en los años que corren del XXI, muchos varones se apegan al trabajo fuera de casa, con una fuerza industrial que los hace más viriles; sus hijas e hijos no pueden apreciar sus méritos; el obrero ni siquiera se mira reflejado en los resultados de su trabajo, menos en casa. El empleado, llega al hogar y se pone a ver la televisión. Los padres se vuelven cada día más ausentes y en la sociedad se instala que en el hogar sea la madre la responsable educativa de la prole. Por comodidad, por prestigio, por explotación laboral o por ceguera del orden de género, asistimos con ello a tener una doble reacción de los padres.

Primera reacción. Unos hombres violentos que se ponen furiosos porque la antigua supremacía tiende a desaparecer y acusan a las madres de crear hijos machistas e hijas insumisas. Pero ambos, padres y madres, reproducen normas y reglas del sistema patriarcal que no cuestionan por miedo o temor a la responsabilidad que se tiene de forjar y apoyar a nuevos seres humanos.

Hombres violentos que no saben ejercer el oficio de ser padres de esta nueva civilización. Donde el varón ya no puede apoyar al hijo o la hija en la escuela, porque los saberes y métodos están cambiando; ya no platica sobre los beneficios de su profesión con su familia, porque siempre está de prisa y no está educado para ser apoyo, sino para mandar.

Segunda reacción. O bien, tenemos otro tipo de padres que intentan ser constructivos, no ver el hecho de la paternidad como un poder sino como una relación humana y un servicio a la comunidad y a él mismo. Pero las más de las veces se sienten inútiles. Cómo apoyar a su hijo para una virilidad semejante a la suya o explicarle que ser. Cómo entender que los roles femeninos y  masculinos tienden a confundirse y son valorizados por el sistema machista de diferentes formas; como orientarle a un oficio o profesión, con qué calidad ética y afectiva le sugiere ser persona de bien y ciudadano o ciudadana que contribuya al beneficio colectivo.

Lo que sin lugar a dudas se logra en los grupos de “autoconciencia masculina”, como dice el psicólogo Galicia, es que los hombres que han ejercido violencia contra la mujeres o violencia familiar y que toman los talleres, entienden que su violencia es adquirida o aprendida y les quitan el estigma de “ser malos”; de inmediato, miran los esfuerzos como una re-educación y no una re-habilitación. 

¡Pero cuidado! Este trabajo entre varones, no es porque las mujeres-madres sean las que mal educan. NO es así. El corazón del asunto es averiguar, si para no ser un hombre violento, es necesario como hombres, preguntarse cómo ser hombres, cómo ser padres., cómo ser humanos. Sin culpar a las humanas. Sin duda, ahora, en esta sociedad mexicana, los varones tienen que manejarse al menos con tres tipos de relaciones humana, que tienen que apuntalar porque no son responsabilidad única de las mujeres y que son:

1.- La relación con una mujer-madre que tiene más roles sociales.

2.- Las relaciones en el ámbito público y los oficios, que allí desempeñan como hombres.

3.- La relación con las hijas e hijos que ya no son, ni volverán a ser de su propiedad.

A mi parecer, todo está totalmente condicionado. La visión que tenemos cada individuo está condicionada por la sociedad a la que pertenecemos, la época, la educación que hemos recibido, la experiencias que hemos vivido, y creo que también influye un factor personal de cada uno, que nos hace únicos a la hora de percibir las imágenes exteriores y asumirlas.

Ver y ser vistos, es la base del diálogo. El diálogo consta de intentar que el oponente escuche (vea) lo que estás diciendo, y viceversa. Intentar explicar cómo tú mismo ves las cosas, y cómo la otra persona ve las cosas.

Ahora, pasamos a hablar de la imágenes. “Una imágen es una visión que ha sido creada o reproducida”. Así es, y esa imágen puede al instante desaparecer (dándole a “delete” en nuestra cámara de fotografía digital), o prevalecer durante siglos. Una imágen es una aparencia específica que ha sido escogida por alguien por algún motivo específico (o no) y separada de su contexto para que prevalezca.

 

 

 

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