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2313 8 Marzo 2017

 

 

Rosario Ibarra de Piedra, II
Daniel Salazar M.

Monterrey.- En el marco de la conmemoración del día internacional de la mujer, destaca en la historia reciente mexicana, una personalidad de enorme trayectoria: Rosario Ibarra. Su largo peregrinar a raíz de la desaparición de su hijo Jesús, la llevó a conocer y a organizarse con otras familias víctimas de la represión.

Durante la primera parte de los años setenta, el tema de los derechos humanos era prácticamente desconocido en México y, consecuentemente, no formaba parte de la agenda de los partidos políticos. Hoy, gracias a la infatigable e incorruptible trayectoria de Rosario (y dado que las violaciones a estos derechos se acrecientan), su ejemplo permanece presente en la memoria colectiva y luchas sociales, dando paso al desarrollo de múltiples organismos que se esparcen por todo el país en pro de estos derechos.

Algo más: en su lucha cotidiana, Rosario sostuvo siempre una visión revolucionaria y un punto de vista de clase coherente con la defensa de presos y perseguidos políticos y de la presentación con vida de los desaparecidos. Es por eso que hoy publico aquí, la segunda parte de su artículo, escrito para la prensa y publicado con motivo del centenario de la muerte de Marx..

La Razón del Marxismo
“…Es necesario recordar todos los días al Marx revolucionario; aquel al que la “Liga de los Comunistas” encargara redactar el Manifiesto; al organizador y dirigente de los trabajadores; al Marx que seguía paso a paso el desarrollo de la “Commune”; el Marx, en fin, que puso todos sus conocimientos y su capacidad genial al servicio de la causa proletaria en forma militante. Es nuestra obligación.

Todo esto lo escuchaba Rosario en las discusiones de  jóvenes socialistas con los que se reunía algunas veces invitada por ellos…
“Al verlos, al escucharlos, recordé tiempos viejos. Tardes calurosas en Monterrey en las que más como observadora que como participante, asistía a los círculos de lectura que se organizaban en nuestra casa (o en alguna otra) mis hijos mayores, sus compañeros y amigos.
Con la vertiginosidad del pensamiento me transporté más atrás aún, a mi infancia, cuando “el buen viejo jacobino” (como llamaba un entrañable amigo a mi padre) leía con aquella su sonora voz, trozos para mí incomprensibles entonces pero que encerraban en su eufonía la grandeza del cambio de la sociedad, el derrumbe de los regímenes injustos, el trepidar de la revolución….

Allí quedó sembrada para siempre la semilla. En aquel rápido repaso, me vi años después escuchando a mi esposo --marxista convicto y confeso-- sentada frente a él en la clase de biología en la preparatoria (fue mi maestro).
Vi pasar la sombra arrolladora de Darwin, el cuellito del cura de Mendel y recordé aquellos apuntes que hice en el viejo texto acerca de la teoría marxista del conocimiento, del materialismo histórico. Allí fue germinando la semilla. Me vi después en las luchas callejeras de Monterrey el 68, el 71, observando escuchando, marchando en pos de los jóvenes que burilaban con rasgos imborrables el camino de la revolución, el sendero del marxismo.
¿Cómo fui acercándome a ese camino? ¡Por un atajo! Lacerada por las espinas, soportando el dolor, las convicciones firmes de un desaparecido… de mi hijo desaparecido.

Buscándolo en las tinieblas de cárceles clandestinas, encontré la luz del marxismo, el sol deslumbrante que trocó mi lucha individual, solitaria y angustiosa, en una lucha social, compartida y solidaria.

No es mi trayectoria una excepción, es la simple, la sencilla ilustración de un proceso que ha arrastrado a miles de mujeres y de hombres también en todo el continente. Esta lucha continental, esa lucha internacionalmente compartida en favor de los derechos humanos, es para nosotros la encarnación del internacionalismo que proclamaba Marx y nos ha hecho comprender la afirmación “los explotados no tienen patria” en el sentido positivo de que nuestra patria es el mundo. Un mundo que queremos distinto, un mundo como lo imaginaba Marx.

En este centenario de su muerte, millones de hombres y de mujeres en el mundo, pacientemente, calladamente, se visten cada día con la pelambre del topo y realizan el trabajo de que hablaba Marx. Suavemente, sin reconocimientos ni alabanzas, luchan por la causa del proletariado que es la suya, la revolución. Ello sí, casi en silencio, rinden el mejor homenaje a Carlos Marx.

 

 

 

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