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2317 14 Marzo 2017

 

 

¿Libre comercio?
Samuel Schmidt

 

Austin.- La doctrina del libre comercio, la liberación de los aranceles e impuestos a las mercancías internacionales, se impulsó con la conformación de los bloques económicos; se trataba de romper las barreras nacionales al comercio y consolidar la producción orientada a la exportación. Las consecuencias para las economías locales importaba poco, la lógica impuesta era la de las potencias. Coincidían los bloques en su necesidad de crecimiento.

Los japoneses facilitaron el desarrollo industrial de sus países dominados, al grado que varios de ellos se convirtieron en potencia: Corea, Singapur, lo que a su vez fortaleció el desarrollo industrial y tecnológico de Japón.

Europa consolidó un proceso de integración que reconocía a la fuerza de trabajo; no se trataba solamente de liberar el mercado de mercancías; la tesis es que esto elevaría a las economías atrasadas, unificando un mejor nivel de vida europeo, pero costaba incluir más países.

Estados Unidos apostó a la sumisión de sus países dominados, generando atraso y pobreza, limitando el desarrollo, y necesitaba penetrar otros mercados. Para protegerse de los bloques impulsó el Acuerdo de las Américas bajo su égida, pero unificaba pobrezas, capacidades industriales y mercados de consumo limitados.

Ayudados por organismos multinacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, BID, OMC, OECD) impusieron un modelo de comercio mundial, que exacerbó la concentración de la riqueza en el mundo. Según Inequality.org: “el 78% de los millonarios en el mundo reside en Europa o Norteamérica, donde casi la mitad vive en lo que llaman casa en Estados Unidos. Las únicas naciones no occidentales con una cifra significativa de millonarios son: las poderosas e industriales Japón, China y Taiwán)”.

Llegamos así a que 0.004% de la población posee el 12.8% de la riqueza mundial. En 2016, los 10 billonarios en el mundo poseían 505 mil millones de dólares, cifra que supera la economía de Noruega, Arabia Saudita, Irán, Nigeria, Bélgica, Tailandia, Austria, Sudáfrica, Colombia, Emiratos Árabes Unidos. Algunos de estos países son potencias petroleras.

Hay dos cosas que llaman la atención:

1) La multitud de voces que defienden este modelo, siendo que ha extremado la pobreza, provocado la expulsión de millones de personas en el mundo y exacerbado la cerrazón de los países de acogida, generando un discurso de alerta frente al peligro que implican los migrantes. Se disocia el componente económico que propicia la migración, suponiendo que el flujo humano tiene una lógica propia o externalidades peculiares. Un cónsul mexicano (estupidez manifiesta) en Estados Unidos, llegó a decir que los migrantes solamente querían ir a Disneylandia.

Mucha gente que posiblemente se benefició por este proceso ve solamente la parte egoísta del proceso, negándose a entender las consecuencias sociales del mismo. ¿Mantendrán el discurso de que los pobres lo son porque no trabajan duro?

2) Es extraño que la oligarquía estadounidense pretenda cambiar el modelo, o re-funcionalizarlo. Esto puede tener dos explicaciones.

a) No se beneficiaron con el proceso. Esto es cuestionable. Trump creció a nivel mundial de la mano con la expansión comercial e industrial de las corporaciones que pusieron a competir entre sí a los pobres que bregaban por atraer empleos mal pagados, pero empleos a final de cuentas. En su gabinete están los banqueros que financiaron la expansión y las deudas de los países que buscaban hacerse atractivos para esos empleos, o para lidiar con las desigualdades. También están las fortunas alrededor de la industria de la muerte que ayudaba a “poner orden”. 

b) El proceso llegó a su límite. La expansión industrial que fragmentó el proceso productivo entre los países para explotar las ventajas locales, canceló la posibilidad de mayor crecimiento en las economías locales y saturó los mercados de consumo.

El mayor crecimiento se registró en la banca y el consumo suntuario, elevando los precios de esos bienes. Las posibilidades de consumo se reducían en la economía popular, desde la clase media, que disminuía, hacia abajo, colapsando los mercados. Esto demandaba un crecimiento de la beneficencia pública y el asistencialismo, pero contradictoriamente, la doctrina exigía que el Estado redujera sus gastos y facilitara la concentración de la riqueza.

Se gestaron bombas de tiempo cuya desactivación permitía más apropiación de la riqueza (privatizaciones y despojo), pero generaba malestar social y posibilidad de revuelta, lo que animaba al mercado del armamento.

El mundo se enfrenta al surgimiento de Estados policíacos, surgimiento de tiranías y dictaduras, que responden a ciudadanos ávidos de respuestas frente a la depredación del capitalismo salvaje.

Esta ironía histórica tal vez no tenga parangón. Los oprimidos abren los brazos para recibir a sus opresores que los marean con una retórica justiciera que ha superado a la demagogia.

Es como dijo alguien: es el mundo de la pos-verdad. El mundo al revés, donde aquello que atenta contra el status quo es un peligro para los oprimidos y la injusticia.

 

 

 

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