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2326 27 Marzo 2017

 

 

Del mito a la banalización del crimen
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Hace unos días conversando con dos empresarios mazatlecos sobre la presencia durante tres meses del periodista español David Beriaín en las entrañas del Cártel de Sinaloa y el ulterior reportaje que está exhibiendo por capítulos Discovery Channel: Clandestino.

Uno de ellos me preguntó mi opinión sobre lo que podría estar moviendo a esa organización criminal para mostrar su parte operativa, no la de cuello blanco que quizá nunca la documenten, con sus jerarquías, disciplina, códigos y valores.

Luego de pensar un poco la respuesta le respondí que la decisión me llevaba a considerar qué en el Cártel había quienes pensaban la parte mediática y actuaban en consecuencia para refrendar su marca en un mundo donde todo se vale.

Les dije entonces que probablemente quien lo decidió, no lo hizo en un alarde de exhibicionismo, sino lo consultó pues se ponía mucho en juego y en la mafia los errores se pagan, como sabemos, muy caros.

Entonces, descartando el alarde y el error, nos quedaba una posibilidad de explicación. Atrevida, sí. El crimen en todas las culturas no es bien visto, se ha institucionalizado la idea de que todo lo que atenta contra la vida, la propiedad privada y las buenas costumbre debe ser perseguido y castigado. Se les ve como una anomía que es necesario extirpar o al menos tener bajo control de los daños que produce.

Va así de las lapidaciones y mutilaciones que se practican en las sociedades musulmanas a las vejaciones públicas en algunas sociedades asiáticas o el internamiento y la pena capital en las sociedades occidentales.

En contrapartida la política y la economía tienen un mejor lugar en el imaginario colectivo. En el peor de los casos se le critica, y vaya de qué manera en tiempos de internet, y al final habrá quienes vean en ellas un mal necesario, que garantiza los equilibrios del sistema.

Sin embargo, en ciertas sociedades sus personeros alcanzan a equiparse a los del crimen organizado. Podría, entonces pensarse, que no es justa la percepción negativa siendo equiparables a los de muchos políticos y empresarios.

Entonces, abrir la puerta de la organización para mostrar su parte operativa parecería un exceso imperdonable, pero no lo es como dice uno de los entrevistados en términos genéricos, palabras más palabras menos: “Cuándo hay una decisión es que fue pensada y nosotros sólo la ejecutamos”. No se discute, es lo que en términos militares representa la llamada “obediencia debida”, es decir, disciplina ante la jerarquía y el mando.

La política y la economía corrupta, llega a tomar decisiones más violentas y de mayor alcance y cobertura, provocar cada día una mayor concentración de la riqueza, y eso estimula franja de simpatías por lo ilegal, la trasgresión que cae en terreno fértil cuando la violencia y corrupción se han “normalizado” de manera que franjas importantes de la sociedad lo asume, no como cinismo, sino como un valor en sí mismo.

El ideólogo del crimen entonces intuye que no hay grandes diferencias entre las operaciones delincuenciales el Cártel y las que se realizan al amparo de la política y la economía, ahí tenemos el caso de Oderbrecht y sus pagos a funcionarios públicos venales, la especulación con información clasificada que ha creado una generación de nuevos ricos o los casos de lavado de dinero que han quedado evidenciado en WikiLeaks o los llamados Panamá Papers.

Es, más claro todavía, cuando existe el arreglo de la narcopolítica o los narconegocios donde llega a extremos de  verse involucrado el sistema bancario o la hacienda pública.

Sería en todo caso las dos caras de Jano. El atrevimiento de exhibirse entonces podría interpretarse como un acto de afirmación en la debilidad de las instituciones republicanas. Bien, se dice, que la fortaleza y la arrogancia del crimen organizado siempre serán directamente proporcional a la debilidad de las instituciones públicas.

En esa lógica, mostrarse en Discovery Channel en horarios de alto rating, es para decir aquí estamos, así somos y operamos en un sistema corrompido.

Dirán quizá no somos peores que los otros. Incluso en la ideología criminal, hasta podría pensarse que son mejores porque ellos arriesgan la vida en sus crímenes, en su lucha por contar con su espacio, su nicho de operación. Los territorios. Cosa que no sucede con los políticos y empresarios que medran a la sombra del poder institucionalizado y promueven negocios sucios.

Ahora bien, exhibir esa parte del Cártel ante el gran público televisivo, con sus cocinas de metanfetaminas, el trasiego transfronterizo de drogas, las armas con sus iconos de Bin Laden a Scarface, oro y diamantes, su estética con su ropa Armani y sus carros de gran lujo, y todo ello visto desde la comodidad del hogar, mientras se bebe una cerveza o una copa de whiskey, deja de ser mito para convertirse en mercancía.

Capaz de trasmitir sus valores e intereses en una sociedad exaltada por el consumo y la constante violencia. Que se comercializa como poder, operación, control, disciplina, estética, consumo y forma de vida. Vamos, la muerte intrínseca, deja de ser el ritual de la ausencia para constituirse en simples bajas del proceso de realización del capital.

Pero, ahí no se agota, la representación tiende a despojar su naturaleza violenta haciéndola parecer suave como si fuera una película de policías y ladrones, de esas que abundan en la televisión y que en llegan a tener grandes dosis de hiperrealismo, es en ese momento de acuerdo a su lógica que el Cártel cumple su cometido.

Pero no es gratuito el narco está lleno de mitos y esos se banalizan, se convierten en parte del espectáculo mediático, adiós a sus figuras míticas como El Chapo Guzmán que está convencido del poder de los medios y quizá por eso quería su película.

Es decir, el crimen pasa a formar parte de un mundo donde el mito, la leyenda o los iconos de identidad, se convierten en mera representación. En imágenes que si bien no dejan de atemorizar especialmente a quienes lo viven y sufren de cerca, igual alimentan el imaginario, la morbosidad y las historias épicas.

En definitiva, la exhibición de la parte operativa del Cartel de Sinaloa, no es un acto de ostentación sino una forma de decir al mundo de la formalidad corrompida, no hay mucha diferencia entre ustedes y nosotros. Es más, somos la misma basura, lo bueno de todo es que permite hacer preguntas e intentar respuestas.

 

 

 

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