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2334 6 Abril 2017

 

 

Los declamadores del poeta suicida
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Hace años, más por fervor literario antes que por placer turístico, fui a la plaza Manuel Acuña en Saltillo. Ahí quedé de verme con un amigo para ir a cenar. Cuando era niño, el bullying que nos hacían los mayores era obligarnos a aprender de memoria el poema Nocturno a Rosario del mentado Acuña y recitarlo con ademanes amanerados.

Como añadido, teníamos que aseverar que el vate -así se les decía a los poetas o al menos a los que escribían rimas para luego torturar a los niños de primaria- se había suicidado por una novia remolona, que era la susodicha Rosario de la Peña (quien por cierto, ya casada, anduvo con otros veinte literatos).

Dado que, como cualquier niño normal, yo era muy morboso, antes de aprenderme la recitación completa (“pues bien, yo necesito decirte que te adoro / decirle que te quiero con todo el corazón”) primero traté de averiguar cómo se había matado el vate enamorado. Mis pesquisas me llevaron a saber que “apuró hasta las heces” -así se decía poéticamente- un vaso de cianuro, el 6 de diciembre de 1873.

Entonces me formulé la siguiente reflexión: “si éste no se suicida por la tal Rosario, no hubiera pasado a la posteridad, no lo honraría una plaza con su nombre y monumento en Saltillo y no me estarían jodiendo con aprenderme de memoria este poema tan cursi y mamón”.

En esas cavilaciones ingenuas e infantiles me abstraía yo mientras esperaba a mi amigo, cuando se apareció en la plaza una muchacha en paños menores. Muy modosa me ofreció sus servicios saludablemente orgánicos y yo la invité a que se sentará en una banca.

“Fíjese, señorita, que en tiempos del honrado con esta plaza, el señor Manuel Acuña, a las oficiantes como usted no se les conocía con los apelativos de ahora, sino que se les decía “del ganado bravo”, o una “horizontal”, o “mujeres de la vida alegre”, entre otros denominativos”.

Y seguí: “por cierto que el primero en levantar un censo en México de todas las colegas suyas, se lo debemos al Emperador Maximiliano, incluso con foto y descripción personal de cada una; censo que aún ahora está escondido inexplicablemente en uno de los sótanos de la Secretaria de Salud”.

La muchacha no sólo no se amedrentó con el fastidio de mis conocimientos sino que confesó como ella misma había sufrió de niña el mismo bullying que padecí yo. Para probarlo, miró fijamente las nubes del cielo y con la voz impostada comenzó a recitar: “Pues bien, yo necesito decirte que te adoro / decirte que te quiero con todo el corazón; / que es mucho lo que sufro / que es mucho lo que lloro”.  

Y así un buen rato hasta rematar con los ojos anegados en lágrimas, soltando entre alaridos de gata pariendo, los célebres versos finales: “amor de mis amores; / la luz de mis tinieblas / la esencia de mis flores / mi lira de poeta / mi juventud, ¡adiós!”.

Los peatones que se quedaron a verla (comenzando por mi amigo que llegó a la mitad del show), lloraban como poseídos; una viejita de plano a pulmón abierto y un vendedor de elotes como plañidera de velorio. La muchacha aceptó un par de billetes que le di a manera de gratificación y se fue sin despedirse.

Creo que desde esta tarde dejó para siempre su vida licenciosa y disipada para dedicarse a un modo honesto de vida: ser parte del censo de influencers o youtubers o couches de superación personal de algún político con delirios presidenciales. Aunque conozco casos que se han empleado en las cuatro cosas al mismo tiempo sin menoscabo de la calidad de sus servicios.

 

 

 

15diario.com