Suscribete

 
2336 10 Abril 2017

 

 

Muerte Súbita
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Se supone que Muerte Súbita, de Sabina Berman, es un clásico del teatro contemporáneo en México. Su primera puesta en escena fue en 1988, por el admirado Héctor Mendoza. No estoy seguro que la obra haya envejecido bien. Su carga psicoanalítica, sus alusiones freudianas, funcionaban bien en los años ochenta. Pero el paso del tiempo rebajó el voltaje de las modas oníricas y del subconsciente como motivo teatral.

Sin embargo, Muerte Súbita puede ser la interpretación de una época agotada por sus excesos. Andrés, Gloria y Odiseo, los únicos tres personajes de la obra, exhiben los despojos de la psicodelia de las décadas anteriores. Los diálogos de Muerte Súbita son la cruda de una alucinación.

El edifico decadente donde vive la pareja se derrumba a pedazos, viven sin vecinos y no se atreven siquiera a terminar el acto sexual. De la satisfacción que buscaban The Rolling Stones a la no aceptación de que no siempre se puede obtener lo que se desea, como canta un decepcionado Mick Jagger.

Lo que queda después del naufragio son retazos del lenguaje soñador, filosofía cosmológica que ya no tiene sustancia ni sentido, cuenteros de la fantasía, aspirantes a gurús, que acaban como ex convictos; creadores que ya no tienen fuerzas ni energía para crear, modelos de pasarla que reducen su marchita capacidad de seducción a decir “uva”, como único mantra ante treinta camarógrafos irreales. 

Esta versión crepuscular de Muerte Súbita, que quizá ni siquiera se la planteó así la propia Sabina Berman (le faltaba perspectiva histórica cuando escribió el libreto), es un acierto del director Rafael Félix, cuya propuesta teatral, ágil y hábil, dio justo en el blanco con una agradecible economía de medios.

Ahí radica el tono irónico que le imprime a su papel un inspirado Raúl Oviedo y una más que magistral Paty Blanco, imbuida en una actuación en la frontera de la neurosis suicida, que deja una estela de sensualidad patética en cada escena en la que interviene.

Esbozo una hipótesis del personaje Odiseo, muy bien trabajado por Rubén Garza: ¿qué tan real es su presencia en la obra? ¿No será más bien un espectro en la mente navegante de Andrés, sometido por sus miedos, inseguridades, y una inveterada incapacidad para concluir su novela, posponiéndola  con un repertorio infinito de pretextos? ¿No pospone también sus acuerdos básicos en su relación de pareja e incluso en la simple preparación de una taza de café o hasta rituales insignificantes como enfundarse una camisa y un pantalón? 

Vale la pena asistir a esta puesta de Muerte Súbita en Casa Musa y que el publico finque sus propias interpretaciones. Cada montaje teatral es una obra abierta. Cada espectador es un autor: de la historia que contempla, de la vida que se labra.

 

 

 

15diario.com