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2336 10 Abril 2017

 

 

Ciencia y cultura para la gente
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- Mientras los estudiosos exponen y dialogan para mejorar al mundo, los gobiernos, dirigidos por autócratas y negociantes, lo llevan al borde de la destrucción. En la guerra de Siria, que ha destruido patrimonios milenarios y causado tanto dolor a sus habitantes, no podemos estar ni con Trump, ni con Putin, ni con Assad, ni con sus opositores terroristas. 

Este sábado, terminó en Nuevo Casas Grandes el Coloquio Internacional sobre las Culturas del Desierto, organizado por académicos de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, que por segunda ocasión reunió a un grupo de profesionales provenientes de distintas disciplinas científicas y humanísticas.

La novedad fue la presentación de la Plataforma de Agadir, Marruecos, un proyecto internacional e interdisciplinario que reúne científicos de este mismo país, de Brasil, Francia, Perú y México. Los estudios que realiza se concentran en el cambio climático y sus repercusiones en la vida cotidiana de los pueblos.

Durante más de un lustro han acumulado saberes diversos, entre otros una historia de las mutaciones en las temperaturas de las aguas marinas, junto con sus consecuencias en los continentes, que van desde ciclones, inundaciones hasta sequías prolongadas.

En especial la problemática de las zonas áridas, cuna de la civilización, ha dominado las inquietudes de este grupo de científicos. El grueso de estas regiones se ubica en un ancho cinturón alrededor del globo terráqueo en el cual se encuentran las mayores superficies desérticas.

Están desde luego el norte de África, el Medio Oriente y el norte de México y suroeste de Estados Unidos. Una idea central es la de juntar experiencias para enfrentar lo que es una problemática común, partiendo de un hecho irrebatible: nuestro mundo se encuentra interconectado, de tal suerte que un cambio en las costas del Perú o en las sabanas africanas, repercuten en los puntos más lejanos del planeta, a veces desatando catástrofes naturales.

Los esfuerzos para reunir amplísimas bases de datos y luego usarlas para generar nuevos conocimientos, están animados por un propósito central: hacer ciencia para la gente, superando la visión de aquellos especialistas que no hablan con la sociedad. 

En el coloquio se realizó un panel internacional sobre el cambio climático, se dictaron siete conferencias magistrales, se presentaron arriba de cien ponencias, once libros y una revista, (el último número de Cuadernos Fronterizos) se llevaron a cabo tres talleres, sobre temáticas variadas: Arquitectura, Historia, Arqueología, Medio Ambiente, Filosofía, Pueblos Mágicos, Literatura.

La antigua estación del ferrocarril, edificio en torno del cual se formó la actual ciudad de Nuevo Casas Grandes, convertida en un peculiar y hermoso Centro de Convenciones, alojó la mayor parte de los eventos. La otra porción, se desarrolló en el Museo de las Culturas del Norte, aledaño a la gran zona arqueológica de Paquimé desconocida para muchos, que ahora compartieron la admiración por estos espléndidos vestigios de una avanzada civilización prehispánica, con alto desarrollo urbanístico y sostenedora de lazos comerciales con habitantes de zonas tan lejanas como las costas el Océano Pacífico. 

Durante cuatro días, el primero en Ciudad Juárez, convivimos asistentes de los países ya mencionados, además de Ecuador, Argentina, Chile, Austria y de varios estados mexicanos como Nuevo León, Durango, Coahuila, Sonora, Baja California, Baja California Sur y San Luis Potosí, de donde se presentó un programa de doctorado en estudios antropológicos ofrecido por El Colegio de San Luis, A.C. 

La variedad de temáticas expresada en las mesas de trabajo dio para todos los intereses y gustos. Ponencias sobre la botánica del desierto, sobre su fauna (aquí, entre otras muchas cosas me vine a enterar que las colonias de tortugas del desierto son indispensables para mantener los pastizales en zonas semiáridas), migraciones humanas y de animales.

En esta zona del noroeste chihuahuense, por ejemplo, se han cruzado y entrelazado en distintos grados y formas, la cultura de los mormones, los menonitas, los chinos, los mestizos. 

Es imposible dar cuenta así fuera de manera condensada, de toda la riqueza de saberes expuestos y goces intelectuales o artísticos experimentados durante el coloquio. Como ejemplo de estos últimos, las bellas esculturas en madera de Roberto Hernández. Tampoco del cúmulo de reflexiones despertadas. Junto con todos ellos, intensificaron su luz los focos de alarma acerca de los cambios climáticos y la actividad depredadora del hombre sobre su entorno.

Una de las conferencias magistrales dictada por la doctora mexicana-austriaca Elizabeth Huber Sannwald, tuvo como eje el nuevo concepto de Antropoceno, la fase actual de la evolución terrestre. En ella, la acción humana se ha convertido en una fuerza geológica, dejando huellas variadas en el planeta, desde los gases emitidos hasta los fósiles de billones de pollos consumidos.

El Antropoceno ha sido posible gracias a la estabilidad climática que la tierra ha experimentado en el último segundo de su existencia. Me quedé con una pregunta: ¿Y hasta cuando durará esta etapa? Porque a fin de cuentas, la presencia del hombre y su actuar sobre la naturaleza llenan apenas un instante en la historia de ésta y son extremadamente frágiles.

Recordé que hace quinientos años, durante el siglo XVII, se vivió un período llamado “La pequeña Edad del Hielo”, durante el cual se modificó levemente la estabilidad climática terrestre que lleva ya 12,000 años. En un lapso de cincuenta, se experimentaron bruscos cambios de temperatura y ésta descendió drásticamente.

Un historiador dice que si este fase se hubiese prolongado por otro siglo, no habría habido revolución industrial, ni tecnológica. Quizá la humanidad hubiese retrocedido a edades primitivas. Eso me hizo cavilar en la vulnerabilidad de esta civilización, que, ha sido suficientemente poderosa para extinguir especies, destruir la cubierta arbórea, agotar y contaminar las aguas.

Otra de las cuestiones planteadas fue la relación entre las ciencias de la naturaleza y las sociales. O, mejor dicho, entre los científicos o estudiosos de ambos ámbitos. Los primeros son capaces de elucidar complejos problemas y fenómenos que explican los orígenes del calentamiento global, la destrucción del medio ambiente y sus consecuencias inmediatas y a largo plazo.

Sin embargo, podemos quedarnos a medio camino si no examinamos otra de las variantes claves: las relaciones de poder y de clase. Puse en una pregunta el ejemplo de la ciudad de Mendoza, Argentina.

En alguna visita, la persona que amablemente nos mostraba la hermosa urbe, nos explicaba que se vivía una aguda crisis hídrica, nos morimos de sed, recalcaba. Pero no todos, miren, aquella parte de la ciudad tiene agua en abundancia y sus moradores apenas si se dan cuenta de lo qué pasa en el resto. Lo mismo sucede en todo el mundo: la desertificación, la carencia del líquido vital, golpean sobre todo a los pobres.

Y, los ricos, especialmente en Estados Unidos, muy bien representados por su gobierno, sobre todo por el actual, pueden incluso negar, los efectos perniciosos de sus acciones globales: sólo importan las ganancias, aún cuando su obtención a toda costa traiga consigo todos los males habidos y por haber.

Debemos congratularnos porque en México y en Chihuahua se realicen estos diálogos multidisciplinarios. Vaya una calurosa felicitación a los organizadores del Coloquio, especialmente a los doctores Adán Cano y Gracia Chávez, quienes planearon y dirigieron la magna reunión.

 

 

 

15diario.com